El dirigente socialista Manuel Velo cruzó la frontera el 23F y dio instrucciones para destruir las fichas de casi mil afiliados
23 feb 2016 . Actualizado a las 10:50 h.La mañana del atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York, el día en que España ganó el mundial de fútbol en Sudáfrica o incluso aquel fatídico final de agosto en el que la vida de Diana de Gales se empotró en un túnel de París, accidente que hila el relato de una película tan laureada como Amélie. Hay algunos hechos que, bien por su impacto bien por su trascendencia, quedan ligados de forma indeleble a la vida de las personas. Y el 23F, aquella tarde de 1981 en la que un guardia armado y con tricornio irrumpió en el Congreso al grito de «¡Todo el mundo al suelo!», es una de esas fechas, al menos para todos los españoles que han rebasado los cuarenta. Fueron muchos los que temieron por la interrupción de una democracia aún frágil; muchos también los que temieron por su vida en Galicia y se apresuraron a destruir documentos antes de huir a Portugal.
«Desde la dirección del partido nos dijeron que muertos no servíamos para nada, así que decidimos cruzar la frontera en Tui y escapar a Portugal». Quien habla es Manuel Velo Velo, miembro de la ejecutiva del PSdeG-PSOE a finales de los años setenta y principios de los años ochenta, que aquella tarde del 23 de febrero tomó una decisión drástica, pues abandonó a su mujer y a sus dos hijos en Boiro para huir a Portugal en un coche con Emilio Latorre, entonces responsable de los socialistas en Padrón. «En aquellos tiempos ser socialista era ser rojo, con toda la propaganda que había hecho el franquismo contra los rojos», explica Velo, quien después sería alcalde de Boiro durante doce años y tendría la oportunidad de ver como Fran Velo, aquel hijo que dejó atrás con solo dos añitos, se convertía en O Jran Fran, fundador y principal pilar de la mítica banda de rock Os Heredeiros da Crus.
La escapada de Feijoo
Como Velo, la preocupación se apoderó de miles y miles de gallegos, especialmente de aquellos que militaban en los partidos de la izquierda o en los sindicatos. Pero también entre otros que no eran activistas de primera fila, como es el caso del actual presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijoo, quien se enteró del golpe de Estado en la clase de Derecho Político, en Santiago. Feijoo narró en una ocasión que cuando supo del tejerazo convino con un amigo de Ourense, con el que había cursado el Bachillerato, huir a Portugal. «Fomos á casa e preparamos unha mochila», describió, pero aquella noche, antes de consumar su escapada por la mañana, ya observaron en el escaparate de una tienda de televisores que comparecía el Rey con uniforme militar. «Aquilo dounos tranquilidade e pasamos a noite escoitando a radio. Ao día seguinte desfixemos a mochila».
Pero las implicaciones que podía tener un triunfo del golpe del 23F de 1981 para un Feijoo que confesó haber votado al año siguiente por Felipe González crecían en intensidad para los dirigentes políticos más expuestos de la izquierda.
En los meses posteriores al 23F circularon listas con nombres de personas fichadas por la ultraderecha. Una muy completa la publicó el historiador Carlos Fernández en La Voz de Galicia. Allí figuraban identidades con anotaciones. «Revolucionaria viguesa, estuvo casada con Ferrín», decían de María Xosé Queizán. «Comunista, tiene depósito de armas», aludían al profesor Miguel Cancio. Beiras, Abel Caballero o el profesor Ramón Villares también estaban en las listas.
Las fichas bajo el estiércol
Y lo mismo ocurría con Manuel Velo, responsable del PSOE en una comarca, la de Barbanza, que abarcaba de Muros y Noia a Padrón, Rois y Ribeira. Cuando escapó a Portugal, le dejó instrucciones a un compañero, Francisco Crussat, para que destruyeran una carpeta marrón que tenía en Beluso, en la escuela que atendía su mujer, donde conservaba las fichas de todos los militantes de la comarca, casi un millar de nombres. «Llevaron la carpeta a la aldea de Imo, en Dodro, y la enterraron en una cuadra, bajo el estiércol de las vacas», rememora.
Desde Valença do Miño, Velo y su compañero Emilio Latorre, se subieron a los muros de la fortaleza para escuchar la radio. «No sintonizábamos nada sobre el golpe, pasaban las horas y hacia las diez de la noche regresamos», relata el exalcalde boirense. Pero permanecieron en Tui, para ver la televisión en el parador de turismo, y estar preparados por si había que escapar. La comparecencia del Rey les dio la tranquilidad que esperaban para tomarse un copa y relajarse.