Vecinos del Camino reclaman la instalación de baños portátiles para los peregrinos

e. v. pita
Doctor en Comunicación Contemporánea, licenciado en Derecho, Sociología y Ciencias de la Información y escritor

En el comedor del Complexo Xacobeo de Triacastela, entra un grupo de colegiales y su profesor de Madrid. Tras bendecir la mesa, el tutor propone una votación: «Hoy hemos andado 40 kilómetros, estoy muerto, ¿quién quiere hacer 35 mañana?». Nadie levanta la mano. El cielo estrellado en las solitarias calles de Triacastela anuncia buen tiempo. La calefacción en el albergue de la Xunta permite dormir en las literas sin mantas. De fondo, se oye el rumor del río Oribio. Los campos amanecen helados. En la iglesia sellan la credencial. Pasan pocos peregrinos estos días. Hay humedad en las paredes pero «non hai axudas». En el bar O Peregrino, el taxista El Rubio lleva mochilas a Sarria.

A la salida de Triacastela hay dos mojones con flechas amarillas que señalan direcciones opuestas, una a San Xil, el tramo original de 12 kilómetros, y otra al desvío por Samos, a 19. Merece la pena visitar el monasterio. Para visitar a los benedictinos hay que seguir paralelo el río Oribio y un cañón cortado de piedra. El estrecho sendero pegado a la carretera conduce a la aldea de San Cristovo do Real, cruzada por un río. Son casas grandes de piedra, algunas pintadas de blanco y con ventanas azules. Viven 16 vecinos, ocho jubilados. La iglesia fue restaurada. Pero hay abandono.

Un vecino explica que «a agricultura afundiuse e este pobo é moi bonito pero está abandonado, coma toda Galicia». Quiso restaurar su casa de piedra pero «a Xunta quería que a pintase de branco. Nin me deixaron poñer un porche. Así o pobo ten que caer». Se acerca un anciano: «Hai unha pita morta no poleiro e outras dúas fuxiron polo raposo». Pero les preocupa más el incendio de un centenario castiñeiro: «Pasabas por un túnel vexetal e agora é cinza. Dá pena».

Lo que era una bucólica corredoira es un triste páramo calcinado. La ruta sigue hacia Lastres. En la bajada, un peregrino resbala en la calzada helada y, al poco, se estrella un ciclista francés que lleva puestos unos altavoces con música de Edith Piaf. En esa aldea viven dos vecinos. José Ramón Mendoza pone señales en la pista: «Precaución, gallinas sueltas» o «Prohibido defecar». Lo justifica así: «Os motoristas e os dos quad pasan a toda mecha e xa me mataron unha pita. E hoxe pola mañá abrín a porta da casa e vin excrementos dun peregrino. Os alcaldes do Camiño deberían poñer retretes portátiles».

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La ruta a Samos sigue por corredoiras, con algún derrumbe de muros. Los forasteros ven encanto en la ruina cubierta de musgo, hasta el hormigón del feísmo envejece dignamente y se cubre de tonalidades amarillas y rojas, hasta que la hiedra los come. El segundo tramo a Sarria está enlamado y descuidado o va por pistas asfaltadas. La entrada a la villa es una bajada entre arboleda y pegada a la general. Sorprende los verdes prados y cerezos en flor. En la villa hay gran competencia de albergues porque, hasta hace poco, fue el kilómetro 100 y punto de partida mínimo hacia la tumba del apóstol. Los anuncios de hospedaje ofrecen camas por 8 euros al caminante.

lo mejor

1. Paisajes bucólicos. El tramo entre San Cristovo do Real y Lastres transcurre por una vieja corredoira con vistas a verdes prados, un río, cercas de piedra y montañas nevadas. 2. Flechas en las rocas. La ruta está señalizada en árboles, losas y muros cubiertos de musgo.

3. Entorno de Samos. Al monumental edificio, se suma la bella área recreativa de Teiguín.

lo peor

1. Salida de Triacastela por arcén. La carretera va pegada al río y a un barranco, sin apenas sendero. 2. Desvío al albergue Forte de Lusío. Rehabilitado por la Xunta en San Cristovo do Real, el acceso a 400 metros está cortado por árboles caídos.

3. Nuevo kilometraje. La nueva medición hace obsoletos los 19 kilómetros desde Triacastela a Sarria por Samos. La distancia real es de 23.

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