El cierre del único bar de Angrois, símbolo de la tragedia, hace que tan solo los peregrinos rompan la pausa del barrio
23 jul 2018 . Actualizado a las 08:54 h.Cinco años han pasado desde que aquel tren Alvia descarriló en la curva de A Grandeira y los vecinos de Angrois salieron de sus casas para ayudar a salvar vidas poniendo en riesgo las suyas. Cinco años ya de aquel funesto 24 de julio del 2013. La zona cero del accidente es, desde entonces, un doloroso e impactante altar en honor a las víctimas que rebosa sentimientos, dolor, tristeza y silencios, muchos silencios.
Angrois jamás ha sido un hervidero. Su historia es la de un tranquilo barrio compostelano atravesado por el Camino de Santiago de la Vía de la Plata que durante las últimas tres décadas ha tenido en el bar O Tere su centro neurálgico. Podría decirse que casi su único punto de actividad social. Pero el local cuya barra atendía Pilar Ramos está cerrado desde hace meses porque esta mujer de corazón y ojos grandes se ha jubilado tras cotizar nada menos que 51 de sus 65 años a la Seguridad Social. Se lo merecía.
Tanta costumbre había en Angrois de ir al bar de Pilar para todo que ni el cierre ni el haber quitado el toldo con el nombre del local impidieron que muchos siguieran traspasando el umbral de su puerta. Por eso han tenido que colocar una gran jardinera en la puerta que ahoga por completo cualquier tentación de abrirla buscando un poco de refugio. Unas veces esa necesidad de cobijo era física, porque eran muchos los peregrinos que hacían aquí pausa para tomar algo antes de seguir camino hacia la catedral. Pero con frecuencia era más anímico que otra cosa, porque por O Tere pasaban habitualmente las víctimas del descarrilamiento y sus familiares, que han llorado tantos y tantos días estos últimos cinco años en el hombro de Pilar. Ella ha sido su paño de lágrimas todo este tiempo. Por algo siempre cuenta que de tantas lágrimas se le han secado los ojos. Y no habla metafóricamente.
Aquella noche, antes del día del Apóstol, O Tere se convirtió también en un puesto de mando avanzado de los servicios de emergencia. Pilar tuvo que ver y oír cosas que le han dejado profundas heridas. Ahora, confiesa, solo aspira a estar tranquila y disfrutar de la jubilación. Ninguno de sus hijos quiso continuar con el negocio, porque todos tienen ya sus trabajos, y ella renunció a traspasarlo -y pudo- porque la familia vive en el piso de arriba de la casa y admite que no le habría resultado cómodo ver su taberna en manos de otros.
La valla del recuerdo
Sin la actividad que concentraba O Tere, Angrois se ha quedado más silencioso que nunca. Más altar que nunca. Forman parte de esas ofrendas permanentes a la memoria de las 80 personas que se dejaron aquí sus vidas el cruceiro y la valla del paso elevado con el que la carretera de entrada al barrio salva la vía del tren. Su verja colgada de recuerdos y emotivos mensajes de recuerdo sobrecoge. Casi nadie puede seguir caminando sin detenerse un instante y mirar desde allí la curva de A Grandeira, donde descarriló el Alvia.
El goteo de peregrinos que pasan por este puente es constante. En los últimos años ha crecido exponencialmente el número de personas que hacen el Camino de Santiago, lo que ha provocado que muchos busquen rutas alternativas, como esta de la Vía de la Plata que cruza Angrois y que atraviesa Andalucía, Extremadura y Castilla y León.
Uno de esos caminantes es Javier Aparicio, oficial de la Armada Española. De Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). Desde allí ha viajado en solitario cubriendo en bici los 1.100 kilómetros que le separan de Compostela. Al pasar por el puente sobre la vía sus ojos se posan en la verja metálica cubierta de todo tipo de ofrendas: zapatillas, guantes, pulseras, flores, banderas, camisetas y hasta un paraguas. Se detiene y pregunta si este es el lugar en el que se produjo el accidente. Baja de la bici para escuchar la respuesta y comprende que ha llegado a la curva fatídica, que está en la zona cero de aquella terrible tragedia que ha dejado una herida que sigue profundamente abierta.
Allí de pie, frente a la verja, se le vidrian los ojos al darse cuenta de que junto a los recuerdos de mayor tamaño hay muchos mensajes como el de Teté, que les dice a sus nietas Celtia y Uxía que no las olvida y que tampoco olvida a su sobrina Eva. La tragedia es todavía mayor cuando se baja de las estadísticas de muertos y heridos a los cientos de historias como las de estas tres chicas ourensanas que perdieron la vida aquella noche en las vías. Como la de esta abuela y tía a la que el accidente le ha robado tanto.
«Buf, esto es muy duro», reconoce Javier con la voz quebrada. Este es el efecto que produce Angrois. Es imposible pasar por aquí sin emocionarse, sin ponerse en el lugar de las víctimas. Sin llorar al leer palabras como las que la familia de Curro dedica a este joven que también perdió aquí su vida. Le dicen: «Por el inolvidable primer instante tuyo / por ser nuestro primer gran logro y proyecto en la vida / por tanto, tanto amor / por vivirlo todo contigo y por ti / por haberte acompañado en tu maravilloso caminar / por no habernos defraudado jamás / por todo lo que nos diste y das / por los años que pasamos juntos / por haber sido tan grande para los demás / por saber disfrutar de la vida como nadie / por tu preciosa y eterna sonrisa / por tu inmensa bondad / por haber dejado una huella imborrable / por haberte convertido en parte de nosotros mismos / por acompañarnos en este duro viaje sin tu presencia / por todo lo que has sido y sigues siendo / por todo ello, ¡gracias! / ¡Siempre!».
Respeto
Tras media hora larga frente a la verja, el oficial gaditano de la Armada decide retomar el camino. Antes, fotografía el lugar que tanto le ha impactado, pero rechaza el ofrecimiento de retratarse él también allí. «No me parece el lugar, por respeto», explica. Y tiene razón. Ha recorrido 1.100 kilómetros y ha visto y sentido de todo durante el viaje, pero esta parada en Angrois se ha convertido sin duda en uno de los hitos de su peregrinación. Así, con el alma empapada del dolor de la tragedia, se marcha pedaleando rumbo a la catedral.
Ese respeto que muestra Javier Aparicio es el que los vecinos de Angrois reclaman. Para las víctimas, ante todo, pero también para ellos mismos, que se han ganado el derecho a pasar página y seguir con sus vidas sin que cada mañana algún foráneo curioso les recuerde el horror que vivieron no siempre con la delicadeza debida. Por eso en el barrio todos quieren que el caso se juzgue y haya sentencia. Creen que solo así -y no es seguro- podrán descansar de una vez.