Renuncia a emplear herbicidas por su efecto negativo en el medio ambiente; España sigue siendo un punto de entrada clave, como se acaba de constatar con el narcosubmarino
31 ene 2020 . Actualizado a las 20:36 h.Colombia, en 1993, año que murió Pablo Escobar y el cartel de Cali funcionaba a plena máquina, dedicaba 50.000 hectáreas al cultivo de hoja de coca. En el 2018 se llegó a 200.000, contabilizadas por monitoreo satelital. El mejor ejemplo de la evolución de la industria de la coca en el país cafetero. Todo cambió en el 2016 con la firma del tratado de paz entre el Gobierno y las FARC tras 54 años de lucha armada. Vastas extensiones de terrenos selváticos perdieron población paramilitar y guerrillera para afianzar los deseos del narco. Ya en el 2017, el número de hectáreas sembradas pasó de 146.000 a 171.000, alcanzando un potencial de fabricación de polvo blanco de 1.379 toneladas en doce meses.
Un récord absoluto en la historia de Colombia que sigue vigente, y al que el Ejército (tiene las competencias) está haciendo frente con las manos, no con herbicidas. Concretamente con el glifosato. Su uso está prohibido por el efecto nocivo para el medio ambiente y las personas. Tienen el problema añadido de que los cultivos se ubican en zonas aisladas a las que no llega maquinaria pesada, por lo que son los propios militares, con sus manos, los que están haciendo frente a la mayor plaga de esta planta en la historia de Colombia. La misma que ha provocado el mayor asedio conocido hasta la fecha en Europa, preferentemente en España, Bélgica y Holanda.
Importantes grupos de las FARC, al ver que la guerra se tornó en paz, abrazaron el narcotráfico manteniéndose en la selva con las mismas armas y munición, pero sin ideales. En muchos casos gestionando todo, desde la plantación hasta el procesamiento para conseguir el producto final, su embalaje y distribución. El clan del Golfo y los Rastrojos son las otras dos grandes organizaciones del país. A mayores hay incontables grupos atomizados por la nación especializados en el cultivo, transporte, facilitar precursores para convertir la hoja en polvo o tareas comerciales. La cadena de producción es imparable, hasta el punto de generar un stock de mercancía nunca visto. La primera consecuencia fue la bajada de precios en el mercado europeo. Por ejemplo, en valor del kilo en Galicia oscila entre 27.000 y 30.000 euros, costando hace 4 años entre 33.000 y 35.000. También se nota en el tamaño de los alijos, cada vez más grandes, sobre todo en contenedores: 8.000 kilos en Algeciras y 6.000 en Málaga en el 2018, y 5.600 este año en el puerto de Barcelona son algunos ejemplos.