Todos los datos demográficos demuestran que la especie en extinción en muchas partes de Galicia es el gallego, no el lobo. Por mucho que una corriente ruralista abogue por un retorno a lo natural y haya famosos que se compran aldeas para entretenerse, el despoblamiento avanza tan inexorable como la lava del volcán, aunque sea más silencioso. Es un goteo de evadidos del rural que se van (o se mueren) sin hacer ruido, sin proclamas ni asociaciones que lo pregonen en comunicados. Hacer ruido y contar con una sigla, aunque sea fantasmagórica, es fundamental para ser alguien en estos tiempos.
Que se lo digan al lobo. Parte de una mala fama secular que se traduce en dichos, fábulas y cuentos que el niño oye desde la cuna. Esopo, Perrault, los hermanos Grimm, forman parte de una conjura destinada a presentar a la mansa especie como feroz y comedora de abuelitas, que algo habrían hecho. Hermann Hesse carga sobre el «lobo estepario» las angustias existenciales. Cuando aparece un feliz mestizaje entre lo humano y lo lobuno, como en el caso del gallego Romasanta, se lo persigue sin misericordia alguna, en vez de ver en el hombre lobo una nueva variante de género. Al despedirse de Rosalía, Curros incurre en lobofobia al decir de la poetisa: «Comesta dos lobos, comesta se veu». Es el lobo el que se camufla con la piel de cordero y no al revés, dando por supuesto que uno es naturalmente perverso y el otro inocente. Se le acusa, sin juicio previo, ni asistencia letrada ni testigos fiables, de atacar el ganado en los parajes gallegos. En fin, que su imagen es deplorable.
A pesar de todo un lobi lobuno, gracias al contacto esporádico con los humanos, se percata de que los individuos de esta especie pueden llegar a perder todo atisbo de sentido común, sobre todo si están en un ministerio sin rumbo y son urbanitas con mala conciencia como la ministra de Transición Ecológica. Basta con usar un cebo ecológico colocado por una asociación estruendosa que nadie conocía, para que el lobo se convierta en animal sagrado y todos sus detractores en lobófobos perseguibles en batidas políticas o periodísticas.
Ahora es el lobo el que obtiene un indulto, o mejor sería decir una amnistía que comporta impunidad. El lobo pasa a tener un salvoconducto para moverse por la Galicia campesina sin que nadie lo moleste y formando una comunidad autónoma con los congéneres. En caso de conflicto, la carga de la prueba recaerá sobre los gallegos que queden, y que acabarán siendo una molestia en el paisaje, al igual que las industrias que la «transición» cierra. No queda otra que felicitar al lobo por este triunfo en la selección artificial de las especies. Le falta incluir la lobofobia en los delitos de odio, algo inverosímil pero no imposible dadas las actuales circunstancias.
Santos desahuciados
Si nadie lo remedia, dentro de pocos días se encontrarán vagando por ahí varios santos despojados de sus parroquias. Podrán encontrarlos cerca de Cangas, donde vivieron desde tiempo inmemorial realizando su papel de abogados ante el ser supremo, hasta que una iniciativa del nacionalismo local los calificó de okupas. El desahucio divino todavía depende del pleno del concello, pero a buen seguro se extenderá por otros lugares porque este tipo de ocurrencias es muy contagioso. Habrá más nacionalistas intentando desalojar de los pueblos al santoral que forma el glorioso politeísmo galaico, origen de nuestra tolerancia. Tras indagar en la triste noticia, no se encuentran las causas por las que estos santos que aguardan la decisión resultan molestos. Su galleguidad es innegable. Su neutralidad política, probada. Sus beneficios, contrastados. Si se consuma la expulsión, junto a la Santa Compaña de siempre habrá otra de santos nómadas a la espera de que otras parroquias los acojan. Será el suyo un santo exilio.
Esperando al César
Aunque ya hace tiempo que Gonzalo Caballero es un púgil que hace guantes contra su sombra, ahora proclama su condición de aspirante al título que ostenta en precario. Ahí está como un gladiador solitario en medio de la arena del circo, a la espera de que aparezcan por fin los rivales. Los contrincantes se insinúan de vez en cuando en rumores nunca confirmados ni desmentidos. Como en los prolegómenos de los idus de marzo, hay un sinfín de cábalas sobre candidaturas que se alían para desplazar al luchador que ha ganado todas las últimas peleas domésticas del socialismo autóctono por incomparecencia de adversarios. Quienes podrían saltar al ruedo tienen mucho que perder si el desafío sale mal, mientras que el gladiador que los reta sabe que una derrota lo convertiría en un nuevo Espartaco, épico pero crucificado. Después está el César de Moncloa que preside el combate con un interés parco. En algún momento de su trajín, en un hueco de su agenda, decidirá qué hacer con el PSdeG para volver enseguida a sus asuntos.