«Operación Marea Negra»: crónica en las entrañas del primer narcosubmarino apresado en Europa

GALICIA

Portada del libro que sale a la venta el 13 de enero. A la derecha, Javier Romero, su autor, dentro del propio narcosubmarino
Portada del libro que sale a la venta el 13 de enero. A la derecha, Javier Romero, su autor, dentro del propio narcosubmarino Óscar Vázquez

Javier Romero, periodista de La Voz, reconstruye la travesía del sumergible lleno de cocaína incautado en Galicia en el 2019, y de los protagonistas de aquella operación. Sale a la venta el 13 de enero. Adelanto en el interior

24 feb 2022 . Actualizado a las 12:25 h.

El 24 de noviembre del 2019, al mediodía de ese domingo, La Voz de Galicia abría así su página web: «Cae en Galicia el primer narcosubmarino de Europa». La crónica de Javier Romero (Xinzo de Limia, 1980) avanzaba ya lo que se presumía como uno de los grandes hitos en la lucha contra el narcotráfico. Desde entonces, y durante dos años, este reportero de La Voz de Galicia ha ido destapando quién estaba detrás, quien intentó traer aquel ingenio desde el otro lado del Atlántico, quienes colaboraron, quienes lo localizaron... Una enorme implicación profesional y personal hasta cerrar el círculo a finales del 2021 con el juicio a siete procesados.

Lo que sucedió en los meses previos a aquel noviembre está en Operación Marea Negra, una completísima crónica periodística que se mete en las entrañas de aquel artilugio. Lo publica Ediciones B y sale a la venta esta próxima semana.

Para preparar este trabajo, Javier Romero se ha valido de una treintena de voces de los servicios de vigilancia e inteligencia, de la transcripción de conversaciones entre implicados, y de decenas de informes oficiales de varios países que fueron siguiendo la pista del narcosubmarino. Acompaña esta edición gráficos que Oscar Ayerra preparó para La Voz diseccionando el viaje de aquel bicho bautizado como Che, y hasta un viaje a Colombia, donde hay sobrados expertos en estas embarcaciones; fue además el país desde el que salió la droga.

Operación Marea Negra traza un extenso perfil de los protagonistas de aquel viaje de Brasil a Galicia, de Agustín Álvarez, el piloto vigués, un exboxeador, y de los primos Manzaba, los dos ecuatorianos que le acompañaron como mecánicos. Tres tipos que malvivieron durante casi cuatro semanas en un cubículo ínfimo e infame, rodeados de fardos de cocaína, entre aceite, filtraciones de agua, humos y el océano Atlántico golpeando sin piedad. Sobrevivieron, coinciden las fuentes con las que ha hablado el reportero, por azar, pero también por la pericia de Agustín a los mandos.

El narcosubmarino apresado en la ría de Aldán, en otoño del 2019
El narcosubmarino apresado en la ría de Aldán, en otoño del 2019

El libro desvela cómo Álvarez fue escalando posiciones durante años en el mundo del narco internacional. También cómo aquel viaje desde el Amazonas no era su primera experiencia en un submarino, y cómo tuvo que improvisar tras los plantones que les dio la organización cuando enfilaban Portugal.

Relata además que el vigués fue el plan B porque otro piloto gallego se echó atrás cuando vio aquel artilugio en un precario astillero en la selva. ¿Quién era? Se sigue ignorando. Como también quién daba las órdenes directas al sumergible, quién no vio la cosa clara para dejarlos tirados, o quién, dentro del clan colombiano del Golfo estaba detrás del envío. Pero Javier Romero va dejando algunas pistas en su obra.

Y están, sobre todo, las vidas de quienes decidieron meterse en esta operación, el grupo de amigos incondicionales de Vigo acusados de querer ayudar a Agustín (y ganar un buen dinero), aquellos que terminaron en el banquillo a la espera de condena y a los que se les ha roto una parte de la vida. Una historia apasionante, narrada también con pasión, sí, pero con mucha precisión.

ADELANTO EDITORIAL

PRESENTACIONES

Agustín tenía setenta y dos horas para familiarizarse con la situación y presentarse formalmente ante su nuevo y lucrativo reto. Llegó al astillero el 26 de octubre y la salida estaba prevista para el 29. Necesitaba familiarizar se con aquel espectro, daba igual que ya hubiera intimado con al menos otro ejemplar similar en el pasado. Un cara a cara que el gallego, desde que recibió la suculenta oferta en Madrid, deseaba consumar, del mismo modo que quería conocer, también cara a cara, a sus compañeros de travesía. Poco importaba si eran guapos o feos, altos o bajos, gordos o delgados, simpáticos o avinagrados. Ellos serían los únicos a quienes encomendarse si el viaje se torcía y Che se iba a pique con todos dentro. El primer cruce de miradas se vivió en presencia de Che. Agus, al fin, conoció a su tripulación: Luis Tomás Benítez Manzaba y Pedro Roberto Delgado Manzaba, ecuatorianos, primos y los únicos testigos, junto al gallego, de lo vivido mientras permanecieron encerrados en aquellas entrañas de fibra de vidrio. Ambos eran los encargados de la parte mecánica y de ayudar al patrón de la nave. Se relevaban por turnos en el timón para garantizar su descanso, dada la estresante y extenuante misión. Luis Tomás, de cuarenta y dos años, es alto y moreno, con pelo corto, pómulos marcados, ojos achinados, cejas pobladas y bigote fino. Entró en Brasil con sobrada antelación: el 13 de septiembre de 2019, a las 3.55 h, descendió de un avión comercial en el Aeropuerto Internacional Eduardo Gomes, en Manaos. La capital del extenso estado de Amazonas y uno de los principales centros financieros y corporativos del norte del país.

Luis Tomás recibió instrucciones precisas; en Manaos lo esperaban para esconderlo en alguna vivienda durante los siguientes siete días a la espera de que su pariente llegara a Brasil procedente de Ecuador.

Pedro Roberto, de cuarenta y cuatro años, cara redonda, frente estrecha y pelo negro, realizó su viaje cumpliendo con todas las precauciones que toman estas organizaciones criminales para desplazar a sus anónimos peones. Dejar que pase un tiempo entre los viajes de unos y otros y utilizar empresas pantalla para comprar los billetes de avión, mediante operadores turísticos, supone el enésimo filtro de opacidad. A Pedro Roberto lo enviaron al Aeropuerto Internacional de São Paulo el 19 de septiembre. Aterrizó, como su primo, de madrugada, para pasar aún más inadvertido. Recorrió la terminal a las 4.43 h, y ese mismo día, sin abandonarla para mantenerse invisible, le esperaba otro vuelo, reservado por la misma empresa pantalla, para viajar a Manaos. Las autoridades de Brasil, al igual que sucedió con el desplazamiento de Agustín entre Belém y Macapá, no hallaron datos de ese vuelo.

El 19 de septiembre, a las 18.27 h, la misma empresa pantalla movió ficha mediante un operador turístico con domicilio fiscal en São Paulo. Compró dos billetes, solo de ida, para volar de Manaos a Macapá con la compañía aérea Azul, haciendo escala en Belém. Un minuto después, a las 18.28 h, consta la cancelación de las reservas por el operador turístico de São Paulo. Y diecisiete minutos después, a las 18.45 h, el mismo operador completó una reserva idéntica a la anterior, pero incluyendo otra argucia para mantener ocultos a los pasajeros: los billetes de avión se compraron a nombre de Luis Manzaba y Pedro Manzaba, omitiendo sus nombres compuestos y sus primeros apellidos.

El 20 de septiembre, a las 9.06 h, los Manzaba volaron de Manaos a Belém, facturando maletas, para subirse allí al avión que los llevaría a Macapá. A continuación, se desplazaron en un vehículo, durante unos 45 km, hasta el astillero, donde constataron que el semisumergible estaba casi a punto para echarlo al agua.

Los Manzaba, en Ecuador, residían con vistas al océano Pacífico. Luis Tomás vivía en el barrio de San Tomé, en la ciudad de Esmeralda, al norte del país, muy próxima a la frontera con Colombia y orientada al canal de Panamá. Por su parte, Pedro Roberto tenía su hogar más al sur, en Manta, concretamente en la calle Dolorosa. Ambos pertenecen a una familia humilde y frecuentaban las zonas portuarias de sus respectivas regiones. Eran marineros de profesión, con conocimientos, experiencia y hambre, también de dinero. Se les relaciona con el transporte de alijos de cocaína por barco a lo largo del Pacífico, pero no en semisumergibles ni en embarcaciones artesanales. También se sabe que realizaron viajes de vuelta en avión a Ecuador desde México, pero no de ida, por lo que se cree que esos desplazamientos tenían una finalidad ilícita. Otro dato que apuntala el hecho de que los Manzaba acabaran enrolados en Che. Pero cruzar el Atlántico supone jugar en otra liga, superior a la del Pacífico. Requiere planes más complejos, el área de tránsito es mucho más larga y las condiciones del mar y la navegación se vuelven más insufribles.

Incluso en el momento de la detención de los tres tripulantes de Che, un mes después en Galicia, se constató a través de la DEA que el hermano de un Manzaba arrestado en España cumplía condena por participar en otra operación en narcosubmarino. Existen motivos para relacionarlos a todos, incluido el hermano enchironado, con la mayor multinacional de la cocaína en Colombia, el Clan del Golfo. Aunque en esta ocasión, con Che, cambiaron de océano, pero todo indica que la organización mullidora era la misma y que repetían su estrategia de contratación: mano de obra muy barata dispuesta a jugar se la vida por casi nada. El precio acordado por los Manzaba incluía 5.000 dólares por adelantado. Al regresar, siempre que saliera todo bien y la parte contratante cumpliera su palabra, recibirían 50.000 dólares más para cada uno. El encargo, en síntesis y por barba, se cerró en 55.000 dólares. Dio igual que la singladura se demorase más de un mes y que ambos primos llevasen desde mediados de septiembre malviviendo en la selva, sin una cama para dormir, descansando en el suelo, y sin salir de aquella fortaleza a cargo de una manada de pistoleros. El trato inicial seguía vigente: cobrarían lo mismo, sin compensaciones. Ellos, a diferencia de Agustín, formaban parte de la tripulación titular contratada y vivieron los preparativos del viaje. A su temprana llegada a Brasil se encontraron con un astillero y lo necesario para subsistir a duras penas. Presenciaron cómo llegaba el otro piloto gallego desde España, cómo se echó atrás por recelo y cómo se buscó a un segundo patrón a la desesperada.

Agustín, muchas horas después de llegar a la Amazonía, seguía recelando y guardando las distancias con aquellos tipos callados y con cara de haber conocido, desde la infancia, a qué sabe el hambre. No cruzó ni una palabra y se mantuvo en la posición de capitán. Su única misión era llevar el semisumergible de un punto a otro del mundo y no quería, ni necesitaba, establecer vínculos con ninguno. Agustín entendió que solo afrontaba un trabajo más que duraría equis tiempo, por lo que, cuanto antes finalizara, mejor para todos. De ahí que la relación fuese deliberadamente fría e inocua.

El escenario y, en general, los actores que lo custodiaban, más allá de los Manzaba, despertaban sobradas sospechas de traición en Agustín. Era joven, pero avispado y con el olfato ya adiestrado en situaciones peligrosas. ¿Acaso alguien allí presente podía garantizarle que los Manzaba no eran agentes encubiertos, o chivatos a sueldo, dispuestos a facilitar las coordenadas necesarias para abordar el narcosubmarino? Incluso el operario que soldó la hélice del semisumergible o el mecánico que ajustó el motor podían irse de la lengua. Por eso, Agustín ni valoró la posibilidad de empatizar mínimamente con nadie, y menos aún con los Manzaba. No le importó parecer antipático, aun a sabiendas del espacio reducido y la aventura suicida que iban a compartir en pocas horas. Y todo ello, durante medio mes, que finalmente se duplicó hasta alcanzar las veintisiete jornadas, con sus días y sus noches mecidas por la angustia que provoca la oscuridad y la soledad. Esa convivencia sin escapatoria posible implicaba, entre otras intimidades, compartir la bolsa de plástico para evacuar las necesidades fisiológicas de cada uno.