Testigos del crimen del Cash Record aportaron detalles hasta ahora inéditos

André Siso Zapata
André S. Zapata LUGO / LA VOZ

GALICIA

Alberto López

En el segundo día de juicio, un empresario de la zona dijo que apuntó la matrícula de un coche sospechoso, pero que la policía nunca se la pidió

07 feb 2023 . Actualizado a las 22:24 h.

 Hace algo más de 28 años, un empresario del polígono de O Ceao, en Lugo, apuntó en un papel la matrícula de un coche. El vehículo, sobre el que estaban apoyados dos hombres y una mujer, le resultó sospechoso. Era el año 1994, y no era común que varias personas trajeadas se paseasen un sábado de abril, a última hora de la tarde, por una zona casi desierta del parque industrial. Le dio mala espina, y apuntó el código. Al día siguiente se enteró de que dos empleados de la nave del Cash Record, a apenas 200 metros de donde había visto ese coche el día anterior, habían sido asesinados. «Entonces até cabos. Tenía la matrícula apuntada y se lo comenté a unos agentes de la policía unos días después, pero no me hicieron caso. Me dijeron que ya habían resuelto el asunto y que no necesitaban la matrícula. Lo intenté por todos los medios, pero no pude hacer más», declaró este empresario. Casi 30 años después, por el crimen del Cash Record de Lugo se juzga al único sospechoso de un caso que sigue sin resolverse. 

El acusado, Juan Vilariño, se presentó este martes en la Audiencia Provincial de Lugo como el primer día, acompañado de su abogada y sin hacer declaraciones. Todo lo que consideró que tenía que decir ya lo contó el lunes, durante su turno de palabra. Entonces, afirmó no tener nada que ver con el asesinato de Elena López y Esteban Carballedo, empleados de la tienda del Cash Récord de O Ceao en el año 1994. «Solo los conocía de vista porque era cliente habitual, pero no sé nada de lo que pasó aquel día ni quién los mató», resumió Vilariño.

 Lo cierto es que el hombre que apuntó la matrícula del coche no fue el único testigo que conocía detalles de la historia que nunca fueron tenidos en cuenta. Ayer, en la segunda jornada del juicio, comparecieron casi una veintena de testigos que, de un modo u otro, están relacionados con el doble asesinato de Elena López y Esteban Carballedo, muertos en abril de 1994 a manos de un atracador que se llevó unos cinco millones de pesetas. Se cree que ese presunto atracador es Juan Vilariño, un hostelero que estos días se sienta en el banquillo de los acusados como principal sospechoso del crimen. Se piden hasta 28 años de cárcel para él en un juicio inédito en la historia de España, en el que se juzga a una persona por unos hechos que ocurrieron hace casi tres décadas.

Uno de los puntos claves a la hora de valorar la implicación del acusado en el crimen era analizar los momentos inmediatamente anteriores y posteriores al doble asesinato. Sin embargo, los flecos de la investigación que quedaron sueltos en su día dificultan mucho esta tarea.

Cabos sueltos

Además del empresario que afirmó haber visto el coche y apuntó la matrícula, otros dijeron que se sintieron ignorados. Uno de los casos más flagrantes fue el del hermano de Esteban Carballedo, el reponedor fallecido en el atraco. Compareció en la jornada de ayer después de haber tenido que presentarse él en comisaría en el año 2013 para contar su versión, ya que la policía nunca lo llamó.

«Los amigos de Esteban estaban en mi bar esperando a que saliese de trabajar para tomar algo. No llegaba y, ya de noche, la Policía Local me llamó. Me comentaron que había habido un accidente en el Cash Record y que tenía que ir para allá. Al llegar, ya estaba aparcado un coche fúnebre», dijo. Ni la policía ni el juzgado se volvieron a poner en contacto con él para tomarle declaración. El hermano de Esteban explicó ante el tribunal que habían llegado a sus oídos varias teorías. «Me dijeron que alguien había amenazado de muerte a Esteban por teléfono, o que una supuesta novia suya dejó entrever en el entierro que sospechaba de alguien, pero nunca supe nada real», sentenció.

En la sesión de ayer, Vilariño fue señalado por un cliente de su bar como alguien «que tenía armas de fuego en la cocina de su establecimiento». Además, este testigo, cercano al acusado en aquellos tiempos, llego a decir que Vilariño le ofreció a su cuñado atracar el Cash Record.

«Vi pasar tres veces un coche blanco con un conductor que parecía estar huyendo. Pensé que era el asesino»

«No me llamaron para que contara lo que vi aquel día hasta muchos años después». Esta frase, pronunciada por uno de los testigos que compareció ayer en la Audiencia Provincial de Lugo, podría hacerse extensiva a muchos otros, ya que no han sido pocas las personas que tenían algo que decir sobre el crimen del Cash Record y que dicen ahora que la policía y el juzgado no los llamaron hasta más de una década después, o que incluso jamás llegaron a solicitar su declaración.

Es el caso de un transportista que trabajaba en O Ceao en aquel momento. Fue él quien, alertado por la familia de Elena tras descubrir los cadáveres, llevó a una de las presentes hasta un local para avisar a la policía. «Se abalanzó sobre mi coche. Tenía una cara de horror que nunca olvidaré. La llevé a un lugar donde pudiese llamar a la policía y luego fui a coger mi camión». Más tarde volvió al Cash Record para ver qué había pasado exactamente: «Les di mis datos a los agentes, pero nadie me llamó para declarar hasta 15 años después».

Quien sí declaró entonces fue el dueño de un taller ubicado a apenas 200 metros del Cash Record. Este empresario ha mantenido la misma versión desde el principio de la causa. «Aquel día vi pasar como tres veces un coche blanco por delante de mi nave. Minutos antes me habían comentado lo del crimen, así que justo me llamó la atención ver tráfico en la zona un sábado. Me quedó grabada en la memoria la imagen del conductor. Iba en mangas de camisa, y tenía una actitud como de estar escapando de algo. Luego, dándole vueltas, até cabos y me di cuenta de que podría ser el asesino», afirmó este testigo.

En su día, dijo a la policía que se trataba de un Volkswagen Passat blanco, aunque ayer no lo recordaba bien. Debido a su prestigio como mecánico por aquel entonces, la policía le encargó hacer una pericial. Él analizó un coche propiedad de Vilariño, un Chrysler de color dorado claro, para comprobar si, anteriormente, había sido blanco. Y así fue. «Se nota que le cambiaron la pintura. Casi ni me acordaba de haber hecho yo esto, la verdad», comentó ayer.

El acusado, inmerso en un mundo de drogas y armas

Dos figuras conocían mejor que nadie los supuestos trapos sucios de Vilariño. Dos extoxicómanos, uno de ellos ya fallecido, acudían de manera habitual al bar Los Ángeles a comprar heroína. Uno de ellos, que declaró este martes, afirmó que su cuñado, el otro drogadicto amigo de Vilariño, le contó que el dueño del bar Los Ángeles «le ofreció atracar el Cash Récord». Esta oferta habría ocurrido después del crimen, no antes. En el momento, creyó el testimonio de su cuñado, «aunque nunca me quiso dar más detalles», y así lo declaró ante la policía en instrucción. Luego, sin embargo, dejó de creerse la historia, ya que «mi cuñado era un poco fantasma y quería apuntarse cada atraco que había en Lugo. Supongo que le hacía sentirse Al Capone», comentó. El testigo, que afirmó tener mala relación con Vilariño «porque no nos tragábamos», dijo este martes que él y su cuñado iban con asiduidad a su bar «a comprar heroína».

Sin embargo, el detalle más llamativo fue uno que destacó este testigo, referente al año 1993, antes del crimen. «Un día, vi en la cocina del bar dos armas. Estaban en dos maletines negros. Eran dos pistolas semiautomáticas. No pude saber más porque, diez minutos después, nos detuvo la policía por ir a comprar droga», explicó.

Este testigo afirmó también que Vilariño le había ofrecido a su cuñado venderle un arma, supuestamente alguna de las que vio luego en el bar. Sin embargo, negó una acusación que le habían atribuido otros testigos, que era la de presumir de que tenía en su poder el arma con el que se cometieron los asesinatos. «Jamás tuve una pistola en mi poder, y mucho menos esa. Nunca le dije a nadie algo así», concluyó el testigo.

Vilariño sabía disparar

Además, este hombre contó que, antes del crimen, Vilariño y su cuñado fueron a un monte de Rábade a probar unas pistolas. «Seguramente, las mismas que vi luego en el bar», comentó. «Nos mandó recoger todos los casquillos. Eran pistolas semiautomáticas, del mismo modelo que usaba la Policía Nacional», añadió el testigo. Tiempo después, se encontraron restos de proyectiles en ese lugar.

Este testigo era, por entonces, pareja de una conocida de Vilariño, hermana del testigo fallecido que afirmó recibir el ofrecimiento de atracar el Cash Récord. «El tío de mi novia era el comisario de la Policía Nacional en aquellos tiempos, por eso yo tampoco quería líos», comentó. Tras pasar por prisión, delatado, según él, por otros toxicómanos de Lugo, colaboró con la policía.

El testigo concluyó negando tajantemente que Vilariño le hubiese ofrecido a él participar en el atraco, «y muchísimo menos si me hubiese dicho que había que liquidar a dos trabajadores», comentó. «Eso es una locura», terminó.

 

Empresarios de Lugo dijeron que el Cash Récord cerró al irse ellos

Los tres últimos clientes en abandonar el establecimiento del Cash Récord el día del crimen comparecieron este martes. El primer grupo de testigos fue el de diversos hosteleros que acudieron aquella tarde a la tienda para hacerse con diversos productos para sus bares y restaurantes.

Los tres últimos empresarios en abandonar el Cash Récord aquella tarde fueron Manolo López, dueño del restaurante A Nosa Terra; Daniel Estévez, propietario de Cromados Estévez, y Julio García, gerente del Bar Julio de Friol. Los tres comparecieron en la segunda vista como testigos en el juicio, para explicar una de las cuestiones más importantes del proceso: qué ocurrió en los momentos previos al crimen.

El primero en declarar de los tres fue el dueño del bar de Friol. Durante su turno de palabra, explicó que, aquella tarde, salieron y el portalón del Cash Récord se cerró tras ellos. «A eso de las siete y media, o más tarde aún, nos marchamos los tres. Me pareció ver a alguien con un carro dentro mientras estábamos comprando, así que quizás había alguien más además de nosotros, pero lo cierto es que cerraron el portalón del aparcamiento cuando nos fuimos», contó. Con respecto al acusado, afirmó que no conocía a Vilariño ni su bar, Los Ángeles, y que no vio ningún coche extraño a la salida del supermercado.

Tras él, declaró, Manuel López, de A Nosa Terra, que contó una versión muy similar. «Salimos del Cash Récord a eso de las 19.40 horas. No recuerdo si quedaba alguien allí cuando nos marchamos, pero puede ser que no, porque ya era tarde», dijo. Además, añadió que, aquel día, vio un Renault familiar, de color blanco, por esa parte del polígono.

Los últimos en ver a las víctimas

Estos dos testigos afirmaron ver allí al último empresario que salió con ellos, Daniel Estévez. Él ratificó su versión, afirmando que estuvieron los tres en la tienda a última hora, pero dio incluso más detalles. «Me encontré con Manolo allí y estuvimos charlando. Íbamos acompañados por nuestras familias. De repente, el chico y la chica [refiriéndose a Elena y a Esteban, las víctimas] nos dijeron que nos diésemos prisa en comprar, que iban a cerrar», explicó. Al igual que Julio García, afirmó que vio cómo el portalón se cerró al marcharse ellos del Cash Récord.

También comparecieron otros dos hosteleros, el dueño del Veracruz de Lugo y la del Oasis de Becerreá, pero apenas recordaban lo sucedido aquel día y no pudieron aportar datos.

Una empleada del Cash Miño, atracado un año antes, destacó el parecido entre los casos

La última persona en comparecer en la segunda sesión del juicio, celebrada este martes, fue una cajera del Cash Miño, otro establecimiento de venta al por mayor que había en Lugo en aquella época. La similitudes entre su servicio y el del Cash Récord, dos negocios centrados en la venta para empresas, sobre todo de hostelería, se trasladaron también a otra circunstancia. Y es que, un año antes, en 1992, el Cash Miño sufrió también un atraco. El modus operandi de los dos ladrones, además, fue prácticamente igual al visto en el Cash Récord un tiempo después.

«Era sábado y acabábamos de bajar la persiana. Entraron dos personas de repente y nos encañonaron a mí y a una compañera. Nos preguntaron si había alguien más y les dijimos que sí, que había otra chica arriba. Uno de ellos subió por una escalera que no se veía desde la entrada, porque estaba tapada por unas obras. Eso nos hizo pensar que conocían perfectamente el local», concluyó. Este atraco jamás se resolvió —ni siquiera llegó a juicio— y los ladrones nunca fueron ni identificados ni mucho menos localizados.

La letrada que ejerce la acusación particular en nombre de las familias de las dos personas asesinadas, Carmen Balfagón, afirmó este martes que el único procesado, Juan Vilariño, «incurrió en contradicciones» durante su declaración en la primera jornada del juicio, el lunes. Sobre su declaración, reconoció que «la Fiscalía hizo preguntas muy interesantes» al acusado, a pesar de que no ha presentado cargos contra él.

Para ella, las declaraciones de este martes fueron «fundamentales», ya que «demostraron que es un mentiroso». Por ejemplo, Balfagón valoró a la salida de la Audiencia que «un amigo suyo explicó que le dejaba su coche habitualmente, lo que indica que Vilariño conducía, algo que él negó el lunes, o que tenía conocimiento de armas, ya que otro testigo ha dicho hoy que fue a probar unas pistolas con otro hombre», concluyó.