Superar la última comilona de Navidad sin morir en el intento es posible; puedes cambiar el cordero por conejo, apartar los turrones de la mesa a una hora decente y, muy importante, no saltarte la siguiente ingesta

Laura G. del Valle

«No puede ser Navidad treinta días». El doctor y especialista en Medicina interna Manuel Viso lo puede decir más alto pero no más claro; y más de uno, muy a su pesar, se sentirá identificado con esta frase. Parece que, en la actualidad, el 1 de diciembre se abre la veda del comer y el beber como si al llegar enero fuésemos a hibernar. Pero lejos de ser así, de hecho, la primera semana del año todavía quedan comilonas (¿quedan aún motivos para alzar las copas tras el enésimo brindis?). Los Reyes Magos han plagado de regalos las casas de los gallegos y alguien tendrá que encontrar el haba en el roscón. Así que no se hable más: sentémonos a la mesa y volvamos a ingerir más de 400 calorías en vino, 280 en mazapanes y otras tantas en canapés y guarniciones varias. ¿No? Solo de pensarlo, llegados a estas alturas  puede que a los estómagos más delicados les eche para atrás. 

Si es tu caso, y no naciste para banquetes sacados de la boda de cinco días de Nick Jonas y Priyanka Chopra, que sepas que hay salida. Una luz al final del túnel de la glotonería que te permitirá disfrutar de manjares propios del mejor convite sin tener que pensar en salir de casa con un Almax. Palabra de experto.

Lo primero que debemos tener en cuenta de cara a la comida del día 6 de enero, si aún estamos a tiempo de hacer modificaciones en el menú, es cambiar los postres y prescindir, en la medida de lo posible (spoiler: sacrilegio para buena parte de la sociedad) de los dulces navideños. «Son muy calóricos, demasiado, y llevamos infinidad de días comiéndolos; solo un mazapán contiene 140 calorías, y son pocos los que se comen uno porque este tipo de productos, o los turrones, se quedan en la mesa en las tertulias y la gente va picando y, al final, no sabes todo lo que has comido», comenta Viso. En su lugar, unas brochetas de fruta (si eso, bañadas con algo de chocolate) o una buena macedonia, pueden hacer las delicias de los comensales.

Y aunque hemos empezado la casa por el tejado, los cimientos del menú, el plato principal, pasa muchas veces más factura que el propio dulce. Como mantiene este especialista, «carnes como el cordero o el cabrito, muy habituales de estas fechas, están cargadas de grasas saturadas; son las menos saludables». En su defecto, recomienda un buen lomo de cerdo (que se considera carne blanca), conejo o pavo, no tan habituales en el día a día como el pollo, que también es muy aconsejable. Para acompañar estas carnes, en caso de que sea la proteína por la que vamos a optar, mejor, claro, inclinarnos por guarniciones vegetales. Pero ocurre lo mismo para los pescados, que si no son fritos, son una gran idea para una comida en familia. El propio especialista recomienda, por ejemplo, un bacalao al horno con salsa de tomate.

En cuanto al dilema eterno tras un buen empacho, que si no queremos seguir los consejos del doctor Viso probablemente suframos, el experto lo tiene claro: «Yo no recomendaría suspender la comida siguiente al evento, en este caso, la cena del día 6 de enero; de lo contrario, llegaremos a la siguiente ingesta con más hambre y, probablemente, acabemos comiendo platos ricos en grasas para saciar el pico de ansiedad». ¿Y qué podemos cenar entonces estando totalmente llenos? «Un puré de verdura o una ensalada verde con dos toppings; es decir, dos alimentos que no sean verdes: atún, huevo cocido, salmón ahumado...».

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