Parece difícil, o imposible, que Óscar García sea el técnico del centenario. Hasta parece difícil que sea el entrenador que se siente en el banquillo del Sánchez Pizjuán dentro de dos semanas. Pero quizás, cuando llegue el 2023, el Celta pueda haber completado su reconstrucción porque un día el entrenador vallesano decidió no mirar para otro lado y con su postura comenzó a tambalear unos cimientos a los que les salía el musgo de tanto inmovilismo.
Sería muy fácil dejar todo como está. Que el Celta sea una sucesión de entrenadores y proyectos fallidos más allá de la categoría que ocupe, pero el mayor de los García Junyent decidió mostrar que no todo el problema está en el banquillo. Óscar loa a Mouriño, pero no al resto del séquito, que tiene muchas responsabilidades en esta desfeita; no tapa las faltas de disciplina ni tampoco se esconde bajo el manto de las leyes del fútbol.
Los números del catalán son estremecedores y pesan como una losa, también que algunas de sus decisiones resultan más que discutibles, pero lo que nadie le puede negar es su implicación. Fue de frente desde el primer día. Algo que no les debería extrañar a quienes lo ficharon, más acostumbrados a otro tipo de perfil.