El proyecto que impulsaba, en el año 2001, la directiva presidida por Horacio Gómez de un nuevo estadio con un gran centro comercial anexo se topó con la negativa de la factoría al entender que afectaba a su operatividad
14 dic 2021 . Actualizado a las 11:06 h.A finales del año 2001 chocaron los intereses de dos símbolos de la ciudad de Vigo: el Real Club Celta y PSA Peugeot-Citroën. Pablo Egerique, entonces delegado del Estado en la Zona Franca, verbalizaba el origen de la confrontación surgida en torno al proyecto de reconstrucción de Balaídos que impulsaba el entonces presidente del club de fútbol, Horacio Gómez. «Todo cambio que se plantee debe tener en cuenta un polígono en el que trabajan 14.000 personas a diario y que factura un billón de pesetas», afirmaba Egerique en La Voz de Galicia el 14 de diciembre del 2001. Fue el primer aviso. La colisión de los dos gigantes era inevitable.
Al mismo tiempo que Mostovoi y compañía lograban asomar con éxito la cabeza por Europa adelante, la directiva céltica comenzó a planificar la consecución de un nuevo estadio que pudiese acoger a más espectadores y que estuviera a la altura de los nuevos retos internacionales que parecían rodear al equipo.
Una vez descartadas las ubicaciones del nuevo polígono residencial de Navia y de los terrenos comunales de Cabral, la directiva celeste centró sus esfuerzos en conseguir apoyos y financiación para realizar un macroproyecto en Balaídos. ¿En qué consistía? El plan establecía un aprovechamiento máximo de 95.000 metros cuadrados para uso comercial y terciario. Las estimaciones realizadas en la época indicaban que la explotación de ese espacio por parte del Celta le supondría una ganancia de seis millones de euros anuales, por lo que en 25 años estarían amortizados los 150 millones del proyecto. Sin embargo, el Celta quería una concesión de 99 años.
Aquel proyecto incluía la construcción de un centro comercial y un hotel en el terreno donde están las pistas de atletismo. También se contemplaba la construcción de un aparcamiento de 3.000 plazas bajo el estadio. Todo ello suponía la recalificación de la mayor parte de los terrenos afectados.
El 18 de diciembre del 2001, el concejal de Urbanismo del bipartito BNG-PSOE, el nacionalista Xabier Toba, se reunía con el vicepresidente del Celta, Alfredo Rodríguez. Según explicaba La Voz de Galicia, el Concello de Vigo se comprometía a ceder al Celta por 90 años el futuro centro comercial incluido en el proyecto. Con esa contrapartida, la directiva del club podría obtener el dinero suficiente para afrontar la reconstrucción del estadio.
Desde el otro lado de la calle, el entonces director de la factoría de PSA Peugeot-Citroën, Javier Riera, venía advirtiendo desde que se conoció el proyecto del Celta que se ponía en riesgo la operatividad de la empresa automovilística. Esa idea se la transmitió al delegado de la Zona Franca al alcalde Pérez Castrillo, a la propia directiva del Celta y al conselleiro Cuíña Crespo.
En junio del 2003, ya con Ventura Pérez Mariño (PSOE) en la alcaldía, todo estalló. La dirección de Citroën se mostraba dispuesta a acudir a los tribunales si se producía la recalificación urbanística. El grupo tenía entonces un plan director que preveía una inversión anual de 150 millones de euros hasta el 2013 en la planta viguesa. Celta, Caixanova y Fomento de Construcción y Contratas (FCC) planeaban la creación de una sociedad para gestionar el proyecto. Pero, desde la Zona Franca, el delegado del Estado manifestaba que ningún centro comercial era compatible con la factoría de automóviles.
La corporación municipal experimentó poco después cambios importantes. Mariño perdía la alcaldía de Vigo en favor de Corina Porro, del PP, y se cerró toda posibilidad de llevar a cabo el proyecto de reconstrucción asociado a un centro comercial y un hotel. El Concello descartó la recalificación de los terrenos y, a partir de ese momento, la directiva de Horacio Gómez comenzó a valorar otras posibilidades. Por primera vez, el Celta valoró la posibilidad de construir un estadio en otro ayuntamiento.