El Celta tomó la decisión correcta y acertada, pero con más de un año de retraso y con una segunda sentencia condenatoria de por medio. El club no debió esperar ni un minuto cuando se conoció el primer fallo judicial, pero lo hizo argumentando que un despido improcedente sería el acabose para el límite salarial y para la confección de una plantilla que terminó salvándose en el último partido ante el Barcelona.
En aquel momento, faltó valentía para anteponer el buen nombre del club a todo lo demás en unas condiciones incluso mejores, a nivel judicial, que las actuales. Porque, según los juristas consultados por este periódico, tras el primer fallo podría haber algún resquicio por el código ético y como falta grave por transgresión del código disciplinario, lo que podría derivar en un despido disciplinario y procedente.
Ahora, a Marián Mouriño no el ha temblado el pulso, sin reparar en que su decisión pueda suponer un par de fichajes menos y un par de sudores más en la clasificación, un daño colateral menor cuando el nombre de una institución centenaria podría estar en entredicho. Hay cosas en la vida que no admiten medias tintas. La tolerancia cero solo se demuestra con ejemplo.