La Cueva de Altamira, el tesoro que descubrió una niña de ocho años

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LA VOZ

Hoy se cumplen 150 años del descubrimiento de la «Capilla Sixtina del arte paleolítico» y, gracias a Google y su doodle, su visonte tumbado vuelve a correr por un día

25 sep 2018 . Actualizado a las 09:20 h.

Es «la Capilla Sixtina del arte paleolítico» y está a dos kilómetros de Santillana del Mar (Cantabria). Su descubrimiento dio un vuelco a la historia al cambiar la percepción que, hasta entonces, se tenía de nuestros antecesores prehistóricos.

En 1868 un tejero asturiano, Modesto Cubillas, acompañado de su perro descubrió la entrada de a la Cueva de Altamira pero nadie, excepto Marcelino Sanz de Sautuola, le hizo caso. Los vecinos de la zona pensaron que era una gruta más pero este aficionado a la paleontología, quien se propuso indagar más aunque nunca imaginó que sería su hija de 8 años la primera persona en la historia en admirar esos animales pintados en diferentes colores que cubrían los techos de la cueva. « ¡Mira, papá, bueyes!», exclamó la pequeña. 

En 1879 María Sanz de Sautuola y Escalantea acompañó a su padre a Altamira y, como cualquier niña de su edad, se adentró en la cavidad sola. Entonces, descubrió un tesoro que todavía tardaría años en ser reconocido por el mundo. Nadie se imaginaba que ese era el primer lugar en el mundo en el que se identificó la existencia del Arte Rupestre del Paleolítico superior.

En 1902, un estudio del arqueólogo francés Henri Breuil demostró que las pinturas de la Cueva de Altamira pertenecían al periodo paleolítico, aunque no fue hasta 1985 cuando la UNESCO declarara la cueva Patrimonio de la Humanidad.

La cueva fue utilizada durante varios periodos, sumando 22 000 años de ocupación, desde hace unos 35 600 hasta hace 13 000 años, cuando la entrada principal de la cueva quedó sellada por un derrumbe, todos dentro del Paleolítico superior.

Su tamaño es relativamente pequeño: 270 metros de longitud. Una estructura sencilla formada por una galería con escasas ramificaciones y termina en una larga galería estrecha y de difícil recorrido. Altamira conserva más de 260 pinturas y grabados aunque «la joya de la corona» está en la Sala de Polícromos.  Una bóveda de 18 metros de largo por 9 de ancho, que contiene más de treinta figuras, con representaciones de bisontes, caballos, jabalíes y ciervos. Entre todas ellas destaca una: el Bisonte encogido. Es una de las pinturas más expresivas y admiradas de todo el conjunto. Está pintado sobre un abultamiento de la bóveda. El artista supo encajar la figura del bisonte, encogiéndolo, plegando sus patas y forzando la posición de la cabeza hacia abajo, dejando fuera únicamente el rabo y los cuernos. Todo ello destaca el espíritu de observación naturalista de su realizador y la enorme capacidad expresiva de la composición

¿Se puede visitar la Cueva de Altamira?

Durante décadas las visitas masivas a la Cueva produjeron importantes deterioros que obligaron a tomar drásticas decisiones. Se cerró por completo durante cinco años hasta que se reabrió en 1982 con una restricción de visitantes. En 2002 se inauguró la conocida como Neocueva de Altamira, una réplica exacta de la real. 

Desde hace tres años, cinco afortunados a la semana pueden visitar la cueva original. 37 minutos de duración, bajo un estricto protocolo de indumentaria e iluminación, y con un recorrido y tiempos de permanencia definidos para cada zona de la cueva. 

¿Cómo se consigue? Pues con suerte. La gestión de estas visitas sigue el procedimiento de selección aleatoria de los cinco participantes entre las personas que se encuentren visitando el museo el día de la visita, a quienes se les facilita el boletín de solicitud así como las condiciones de visita que han de ser aceptadas, al adquirir su entrada.

 Primera exposición virtual del Museo de Altamira

Además del «doodle», en el que uno de los bisontes de la cueva cobra movimiento, el buscador también lanza una exposición digital en la plataforma Google Arts & Culture en colaboración con el Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira.

En ella se muestran parte de los hallazgos de la cueva como herramientas, utensilios y las conocidas pinturas, además de algunos de los hallazgos más importantes relacionados con la vida cotidiana de los habitantes de la época.

Desde su descubrimiento, en 1868, el lugar prehistórico ha sido excavado y estudiado por los principales prehistoriadores de cada una de las épocas una vez que fue admitida su pertenencia al Paleolítico, según explica el Museo Nacional y centro de Investigación de Altamira en su web.

Bisontes, caballos, ciervos, manos y misteriosos signos fueron pintados o grabados durante los milenios en los que la cueva de Altamira estuvo habitada, hace entre 36.000 y 13.000 años.

La muestra cuenta con cuatro fotografías de la cueva de Altamira (la puerta de acceso, el yacimiento en el interior y exterior, así como del techo de polícromos); dieciocho piezas relevantes de la cueva de Altamira y otros yacimientos cántabros como La Pila, el Chufín y el El Juyo), y que abarcan un amplio periodo cultural desde el Achelense hasta el Magdaleniense; seis dibujos de Mauricio Antón (Homo heidelbergensis, el clima en el Paleolítico medio y superior y el Homo sapiens), así como siete vídeos.

El discurso expositivo se organiza en torno a cuatro unidades temáticas. La primera, más genérica, estará dedicada a aspectos relacionados con la cueva de Altamira, las investigaciones sobre la misma o el papel del Museo como custodio de la cavidad y de los bienes culturales vinculados con ella.

Las tres restantes se centran en los grandes protagonistas de la historia, los creadores de «las primeras cajas de herramientas», desde el Homo heidelbergensis, con útiles tales como bifaces o raederas pasando por los neanderthales, artífices de la especialización de la talla en Europa, la conocida como talla levallois, con puntas musterienses o denticulados; hasta llegar al Homo sapiens que diversificó los útiles creando tipos para cada actividad: agujas o colgantes, relacionados con la vestimenta y el adorno; compresores, como el encontrado por Marcelino Sanz de Sautuola, entre 1875 y 1880; azagayas o arpones, ligados a actividades cinegéticas o raspadores o burile

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