El Partido, que clausura su XVII Congreso, usa la simbología maoísta para legitimar su cuestionada hegemonía política
21 oct 2007 . Actualizado a las 02:00 h.China se rige hoy por un sistema capitalista feroz. La escuela y la sanidad son de pago, la sociedad sigue al pie de la letra la consigna «enriquecerse es glorioso» y la propiedad privada está legislada. Pero todavía quedan vestigios de la época dorada del comunismo, cuando Pekín defendía la economía planificada y combatía los ideales burgueses.
Cada día, al despuntar el alba, un oficial iza la bandera roja al norte de la plaza Tiananmen, ante el retrato del fundador de la China actual, Mao Zedong. Es una de las múltiples imágenes que recuerdan que el Imperio del centro continúa siendo oficialmente un régimen comunista.
«El Partido mantiene los símbolos porque legitiman su poder a la cabeza del Estado, aunque haya reinventado la ideología» y la doctrina económica del gran timonel se haya quedado en papel mojado, explica Mario Esteban Rodríguez, profesor del Centro de Estudios de Asia Oriental de la Universidad Autónoma de Madrid. De esta forma, el Partido Comunista Chino (PCCh) utiliza la herencia maoísta para justificar su cada vez más cuestionada hegemonía política, una teoría desarrollada por Geremie R. Barmé en su libro Las sombras de Mao: el culto póstumo al gran líder . «La figura de Mao no encarna la doctrina comunista, sino la lucha de China contra Japón en los años cuarenta y la fundación de un nuevo país capaz de tener cierta independencia», prosigue Esteban, especialista en nacionalismo chino.
La propaganda sigue estando al servicio del Partido, especialmente en las grandes ocasiones. Los carteles con la imagen de la hoz y el martillo sobre un fondo rojo han copado esta semana las paredes de Pekín, con motivo del XVII Congreso del PCCh. Los medios de comunicación chinos han dedicado la integridad de su espacio a reproducir religiosamente las palabras del presidente, Hu Jintao, o a enumerar cuántas veces (fueron más de 60) pronunció el término «democracia» en el discurso de apertura, aunque no haya elecciones ni libertad de prensa.
Mientras, crecen los gestos en busca de una buena imagen en el exterior. «El comité central pidió a los delegados que sean más abiertos con los periodistas extranjeros», reveló un trabajador del congreso.
El poder político y la sucesión
Otro rasgo del comunismo chino actual es el sistema político. El gigante asiático ha abandonado el sistema totalitario -clave con Mao-, pero mantiene un sistema autoritario en el que el poder recae en manos del Partido y no de una persona.
«Aunque el liderazgo es cada vez más colegiado y consensuado en el seno del PCCh, sin duda, una de las características del comunismo chino es el régimen de partido Estado», sostiene Esteban, autor de China después de Tiananmen .
El secretismo en torno a la sucesión, típico de Estados comunistas, perdura en China. El poderoso Departamento de Organización se encarga de investigar minuciosamente los antecedentes de los candidatos al relevo al frente del Estado. Este organismo, formado por un cuerpo de funcionarios que tiene acceso total a la información, confecciona informes sobre los camaradas más notables. A partir de éstos y de la opinión del secretario general, los nueve miembros del Comité Permanente del Politburó -núcleo central del poder en China- eligen al sucesor. No hay fugas de información antes del nombramiento oficial.