El presidente de China, Hu Jintao, llegó ayer a Tokio en la primera visita de un mandatario chino a Japón en una década, signo de la mejora de relaciones entre dos países vecinos que comparten una historia conflictiva.
Esta visita de Estado de cinco días, la más larga que realiza Hu al exterior, busca afianzar la mejora en las relaciones entre los dos gigantes asiáticos, especialmente desde que Junichiro Koizumi dejó el Gobierno japonés en el 2006 y Tokio evitó irritar a China con recuerdos a su pasado militarista.
Hu se reunirá con el primer ministro japonés, Yasuo Fukuda, y con los emperadores Akihito y Michiko. Tokio espera que pueda llegarse a algún acuerdo sobre el mayor asunto bilateral pendiente con Pekín, los derechos de explotación de gas en las aguas limítrofes en el mar de China Oriental, si bien el anuncio podría limitarse a marcar una fecha límite.
Ambos mandatarios hablarán además de la polémica por la intoxicación en Japón por el consumo de unas empanadillas chinas congeladas, del cambio climático y, posiblemente del Tíbet.
El Gobierno de Japón ha pedido a China una mayor transparencia en la cuestión tibetana. Cuando el avión de Hu aterrizó ayer en el aeropuerto de Haneda, unos 2.000 manifestantes pro tibetanos marchaban por áreas céntricas de Tokio para protestar contra la política de China en el Tíbet.
La preocupación por las protestas y la «seguridad nacional» llevó ayer a Pekín a mantener «por un período de tiempo» sus no anunciadas restricciones a la emisión de visados con motivo de los Juegos Olímpicos, que están causando una gran preocupación entre el sector empresarial y estudiantil extranjero.
Además, China considera que las conversaciones con enviados especiales del Dalái Lama son «solo un comienzo», y que para que el diálogo pueda seguir adelante, la parte del Dalái debe mostrar «seriedad, sobre todo en sus hechos», agregó, sin especificar a qué se refería. El Gobierno tibetano en el exilio aseguró que no la «negociación real» no ha comenzado.