Cuando en el año 2006, Torie Clark -ex asesora de Donald Rumsfeld y experta en estrategias de comunicación- titulaba su primer libro Ponerle pintalabios al cerdo , en una clara alusión a la manipulación mediática del poder, no imaginó la repercusión que su metáfora tendría en la política estadounidense.
La expresión ya fue utilizada en su momento por Dick Cheney para referirse a John Kerry en la pasada campaña, mientras que John McCain ya utilizaba la frase hace apenas unos meses para hablar del plan de seguridad social de Hillary Clinton.
El último en echar mano del mamífero maquillado fue el candidato demócrata, Barack Obama, quien el pasado martes trataba de ridiculizar las políticas de sus rivales diciendo que «da igual cuánto maquillaje le pongas al cerdo, porque sigue siendo un cerdo». La frase no tardó en pasarle factura, después de que sus rivales lo acusaran de intentar desprestigiar a la candidata republicana a la vicepresidencia, Sarah Palin, que en alguna ocasión se había referido a sí misma como «un pit bull con pintalabios».
Obama fue acusado desde entonces de comportarse de manera «sexista» y «ofensiva». Y poco importó que su equipo insistiera en que esos comentarios estaban destinados, en realidad, a retratar las políticas continuistas de McCain respecto a Bush.
La campaña se ha ido deslizando hacia el fuego cruzado de acusaciones entre los candidatos hasta tal punto que, incluso, los periódicos The New York Times o The Washington Post dedicaron estos días páginas enteras a medir la veracidad de las informaciones.
Es un intento de poner algo de orden en la que muchos tachan ya como la campaña más sucia de las últimas décadas, o, por lo menos, la más ruidosa.