Boris Abramóvich Berezovsky y Vladimir Gusinski son dos rusos que se llenaron los bolsillos durante la caótica transición a la democracia bajo el paraguas de Boris Yeltsin (1991-1999), pero que lograron esquivar las rejas de Putin gracias a Londres y Madrid.
Según Forbes, Berezovsky era el «padrino» del Kremlin que había mandado matar a rivales. El editor de esta revista en Moscú fue asesinado años más tarde. El nombre de Berezovsky se asocia a la muerte de dos diputados liberales y del ex espía Litvinenko, aunque él las atribuye al Kremlin. Desde el 2001 reside en Londres, donde Tony Blair le concedió la ciudadanía tras haber sido imputado en Rusia por estafa, robo y evasión fiscal.
Amasó su fortuna en la estatal de automóviles AutoVA. Estaba en el círculo del poder. Y lo usó para acceder a compañías como Aeroflot y petrolíferas que aunó en Sibneft, pagando cantidades irrisorias. Abrió un banco y adquirió medios de prensa, con los que ayudó a la reelección de Yeltsin en 1996.
Gusinski no se quedó atrás. Permutó apoyos a Yeltsin por la ayuda para hacerse con empresas. Judío, accionista del grupo de comunicación israelí Maariv, dirigió el banco Most y la audiovisual NTV y Media-Most. Pero no calculó bien. Criticó a Putin y negoció con la estadounidense CNN para vender su grupo audiovisual. Putin no lo digirió. Gusinski fue detenido en Sotogrande, acusado de estafa, malversación, evasión de impuestos..., pero su extradición se blindó.
El saliente Bill Clinton, el ministro hebreo Simon Peres, y el Congreso Mundial Judío transmitieron a la Zarzuela que convenía protegerlo. Garzón lo dejó en libertad y ahora es ciudadano español gracias a un Consejo de Ministros de Zapatero.