El ruso Jodorkovski aún purga su doble pecado político financiero

Mercedes Lodeiro Paz

INTERNACIONAL

Quien fue el hombre más rico de Rusia gracias a la privatización de empresas en la era de Yeltsin afronta otro juicio y podría ser condenado a 22 años más de cárcel

08 mar 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

El hombre que un día fue el más rico de Rusia, Mijaíl Jodorkovski, es para unos un ladrón de guante blanco y para otros el preso político de oro de las argucias de Vladimir Putin. Actualmente cumple una condena de ocho años de prisión por delitos tributarios de los que él se declara inocente. Estos días, ante un tribunal de Moscú, se le juzga por apropiarse de unos 20.000 millones de euros y lavado de dinero, por lo que podrían mandarlo a Siberia otros 22 años.

Este ex estudiante de química y economía, nacido en 1963 en una modesta familia moscovita de ingenieros, comenzó sus escarceos financieros hace veinte años. Su vida y su proyección no se entenderían sin contextualizar la Rusia de entonces, la de la década de los noventa. La de Boris Yeltsin, la de la desintegración soviética y la de las privatizaciones a marchas forzadas. Cuando parecía que los monopolios estatales quemaban en el Kremlin y se optó por poner esas «losas» a precio de ganga para que los amigos o prestamistas -de apoyo político- se hiciesen con su titularidad para emular a Occidente.

Fue entonces cuando, con el apoyo de algunos socios, en 1989, Jodorkovski fundó uno de los primeros bancos comerciales del país, después conocido como Menatep. A partir de ahí ya se puede aplicar la máxima de que dinero llama a dinero. En 1995 se hizo con la parte mayoritaria del grupo petrolero Yukos, que pasó a ser el mayor productor del país. Amasó y amasó rublos. Se dijo que había tratado de vender a bajo precio el crudo a grupos estadounidenses. En fin, un antipatriota que llevó su dinero a paraísos fiscales.

El sueño del oro negro lo convirtió en un nuevo rico a la sombra del Kremlin y de las polémicas privatizaciones a cargo del viceprimer ministro, Anatoli Borísovich Chubáis, quien, entre 1992 y 1994, presidió la mala venta de 122.000 empresas.

Todo fue viento en popa hasta la llegada de Vladimir Putin al Kremlin para sustituir a Yeltsin. El gran delito de Jodorkovski no fue la evasión fiscal y el fraude a gran escala -autoventa de acciones, un barrendero dirigía una empresa tapadera de Yukos para evadir impuestos, etc.-, sino financiar a los opositores al antiguo miembro del KGB y tener ambiciones políticas. Ese fue su pecado mortal, de los que solo se purgan con una enorme contrición, que Jodorkovski no solo no mostró sino que ahondó en él.

Tras su detención en el 2003, el viento le sopló cada vez más en contra. Solo una voz salió a defenderlo, el primer ministro Kasiánov -fiel a Yeltsin, pero no a Putin-, y le costó el puesto.

La Fiscalía embargó las acciones de Yukos para evitar que cayesen en manos de las norteamericanas Exxon y Texaco. Después, la empresa fue subastada y sus activos más importantes acabaron en una sociedad pública dirigida por un amigo del entonces presidente Putin. Fue la base del imperio petrolífero ruso.

Jodorkovski no cayó solo. En su defenestración le siguió su ex socio Platon Lebedev, al que también estos días han llevado ante el mismo tribunal moscovita acusado de iguales delitos. El viernes, sus abogados pidieron cerrar la causa por «ausencia de delito», pero es muy improbable que se eche cerrojo al asunto. Muchos analistas hablan de que es un proceso político. En esa línea, Jodorkovski está convencido de que estarán en prisión mientras haya miedo a la oposición y la autoridad de Putin alcance a los otros poderes del Estado. Por eso, dicen, se les juzga ahora, cuando cumplida la mitad de la pena podrían salir en libertad condicional.