Por mucho que en los últimos mítines Frank-Walter Steinmeier gritara: «Quiero ser canciller de todos los alemanes», nadie termina de creerse su papel de candidato socialdemócrata. Su vocación de desbancar de la cancillería a Angela Merkel es una misión a todas luces imposible; por varias razones.
Para empezar, porque este hombre de 53 años, oriundo de Westfalia (oeste), no es un político en cuerpo y alma. Más bien es uno de esos tecnócratas de familia bien, inteligente y perseverante, que estudió Derecho y Ciencias Políticas, y que aterrizó en política casi por accidente.
El accidente se llama Gerhard Schröder, un animal político a la sombra de quien Steinmeier hizo carrera. Durante quince años estuvo a las órdenes de Schröder, los últimos siete al frente de la oficina de la cancillería. Y tras la marcha de Schröder en el 2005, aquel funcionario oriundo, de pelo blanco y gafas minúsculas, pasó a convertirse en ministro de Exteriores. Tarea que compaginó con la de vicecanciller. Nuevamente por accidente, cuando el presidente del partido, Franz Müntefering, se retiró temporalmente de la política para cuidar de su mujer, con un cáncer terminal.
La falta de otras figuras en un Partido Socialdemócrata que atraviesa las horas más bajas de su historia, impulsó a Steinmeier a primera línea.
El experimento con Kurt Beck no funcionó, el SPD siguió cayendo en picado, y hace algo más de un año la directiva de su partido decidió lanzarlo a una carrera imposible, la que debía llevarlo a la cancillería en el 2009.
Steinmeier, un hombre tranquilo y paciente, que dicen que sabe escuchar, comenzó a militar en las filas del SPD en 1975. Casado y con una hija de 13 años, es un tipo sencillo y solidario.
Pero «le falta decisión, como la que tenía Schröder a la hora de dar pasos, sin importarle el qué dirán», explica el experto político Gerd Neugebauer, acerca del eterno segundón Frank-Walter Steinmeier.