no de los vicios más extendidos en los medios occidentales a la hora de analizar la política israelí es el de interpretarlo todo en función del proceso de paz. Si tal proceso existe en realidad, ocupa un lugar mínimo en las preocupaciones de los políticos hebreos, cuyas decisiones giran siempre en torno a la lucha por el poder. La idelogía juega un papel escaso en un país en que todos los partidos comparten los mismos principios en la práctica. Eso explica tanto la facilidad con la que se forman coaliciones, a menudo entre la extrema derecha y la izquierda, como las constantes escisiones.
Bajo esta luz hay que contemplar la salida de Ehud Barak del Partido Laborista. Barak ha estado en el Gobierno casi sin interrupción desde hace dieciséis años, a menudo en Gobiernos de derecha. Una vez que Benjamin Netanyahu decidió deshacerse de los ministros laboristas, que ya no necesita, esta es su manera de permanecer en el Gabinete. Más que una traición es una tradición: Barak sigue así el ejemplo de Shimon Peres, Moshe Dayán o David Ben Gurión, este último el fundador del Partido Laborista. Todos ellos lo dejaron en algún momento para continuar en el poder, sin móvil ideológico alguno.
El Partido Laborista queda de este modo reducido a 8 escaños (quizá a 6). Prosigue así su largo eclipse histórico, mientras que una extrema derecha que ha heredado sus principios esenciales continúa fortaleciéndose, en lo que no es tanto una deriva política como sociológica.