Por extraño que resulte, la actitud con que los grandes de la UE reciben la segunda gira que este año realiza a Europa el primer ministro chino, Wen Jiabao, ya fue descrita hace más de medio siglo por el cineasta Luis García Berlanga. Piensen en la memorable ilusión con que los personajes de Bienvenido Mr. Marshall esperaban que una delegación norteamericana esparciese sobre ellos una lluvia de millones y reparen ahora en los jefes de Gobierno, ministros de Finanzas y demás altos cargos que estos días opositan a un infarto a cuenta de Grecia. ¿No fantasean, igual de esperanzados que los habitantes de aquel Villar del Río, con que el hombre de Pekín alivie las deudas que lastran el euro?
¿Por qué no iba a hacerlo? Hace algún tiempo que los jerarcas chinos no se limitan a invertir sus excedentes de ahorro en África o en América Latina. También han empezado a colocarlos en la Vieja Europa por una amalgama de razones que van desde diversificar los riesgos que entraña la posesión de bonos de EE.UU. a conseguir la docilidad de la UE ante sus ínfulas expansionistas, cada vez menos disimuladas. China tiene además un interés en que la eurozona no se derrumbe, tanto porque es un contrapunto al dólar como porque se trata de un mercado apetitoso para sus exportaciones. No sería extraño que, en coherencia con ello, dé nuevo impulso a la discreta colonización que le ha permitido ganar posiciones en países como Hungría, Portugal, Grecia, Italia o la propia España.
La situación ilustra el cambio de tornas que se está produciendo en la escena internacional y nos sitúa ante la dura realidad de una Europa cada vez más disminuida que, en la necesidad de financiación, puede estar hipotecando su independencia para denunciar los desmanes represivos de Pekín. Una buena ocasión para comprobarlo será observar si los jefes de la UE otorgan a la persecución del disidente Ai Weiwei la relevancia que merece o, si siguiendo el guion del gran Berlanga, optan por no decir nada inconveniente que pueda disgustar al Mr. Marshall oriental.