Mientras los líderes del G-8 discutían sobre la economía en Camp David, Michelle Obama ofrecía a las primeras damas un paseo por la Casa Blanca amenizado por una comida hecha por el chef español José Andrés. Un menú que incluía gazpacho, hecho con las hortalizas del huerto de la residencia presidencial.
La más perseguida por las cámaras fue la novata del grupo: la compañera de Hollande, Valerie Trierweiler. Días antes un portavoz de la Casa Blanca tuvo que aclarar que no había ningún problema de protocolo con Valerie, con la que el presidente francés convive desde hace años, pero no están casados.
También el asesor de Seguridad de Obama, Tom Donilon, tuvo que aclarar, antes de la reunión y por dos veces, que las dependencias de Camp David eran «adecuadas». Según explicó Obama en marzo cuando se comunicó el cambio de lugar de la cumbre que iba a ser en Chicago, la idea era buscar «un ambiente más informal».
Y el toque informal estuvo ahí. El único que se lo saltó fue François Hollande, que apareció en Camp David con corbata. «Te habíamos dicho que podías venir sin corbata», bromeó Obama. Y a la canciller, ataviada con una chaqueta rosada y pantalones blancos, le preguntó «¿cómo va todo?», algo a lo que Angela Merkel respondió con una sonrisa y encogimiento de hombros. «Claro, tienes muchas cosas en la cabeza», dijo.