La presidencia de Felipe Calderón será recordada por la guerra que emprendió contra el crimen organizado, una cruzada que se estima dejó unos 60.000 muertos y que ha sido cuestionada por sus minúsculos avances en el desmantelamiento de la economía de los clanes de la droga.
En los últimos días, Calderón se esforzó en inaugurar obras de infraestructura, hablar de México como potencia exportadora y destacar la estabilidad economómica lograda a pesar de las crisis que sacudieron al mundo. Pero, a la hora del balance final, sus seis años están marcados por las masacres, decapitaciones, secuestros y otras modalidades criminales protagonizados por ejércitos clandestinos de narcos. Su verdadero legado es la militarización de la lucha antidrogas, que propició una escalada insoportable de la violencia.
«Probablemente voy a ser recordado por la violencia, y probablemente con mucha injusticia», se lamentó el año pasado en un encuentro con familiares de víctimas encabezado por el poeta y activista Javier Sicilia. La semana pasada Calderón confió en que «los mexicanos del mañana recordarán estos días como el momento en el que el país tomó la decisión de romper las cadenas que lo querían atar al miedo».
Sin embargo, mientras el país saltaba a los titulares de la prensa mundial por las matanzas y los tiroteos, se producía de forma inadvertida lo que la revista The Economist denominó «el ascenso de México». La ofensiva contra los narcos no impidió la llegada de inversiones. El país se convirtió en la plataforma para empresas exportadoras en sectores como el automotriz o el aeroespacial por su cercanía a EE.UU.
Datos de la Secretaría de Economía señalan que es el primer productor de teléfonos inteligentes del mundo y que fabrica uno de cada cuatro coches importados por EE.UU. «Con las tendencias actuales, para 2018 Estados Unidos importará más de México que de cualquier otro país en el mundo. El «Made in China» está dando paso al «Hecho en México», escribió The Economist.