Galicia y Fraga fueron la puerta de acceso a la Unión Europea

maría cedrón REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

UXÍA RODRÍGUEZ

Castro tardó más de 40 años en cumplir la promesa de viajar a la tierra donde nació su padre

27 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

La relación de Castro con Galicia nunca fue uniforme. Conocía cómo era la tierra de su padre, un hombre de familia humilde nacido en Láncara (Lugo) que llegó a ser terrateniente en Birán, en el oriente cubano. Pero tras triunfar la Revolución, salvo un titular publicado en La Voz en los años cincuenta donde decía «tengo pensado ir dentro de un años a Galicia, la tierra de mi padre», no parecía importarle mucho lo que ocurría en el lugar de sus ancestros. De hecho, hubo que esperar cuarenta años para que la gira que había prometido en aquel titular se hiciera realidad. Y fue gracias a Manuel Fraga.

De una forma u otra, durante el primer viaje del entonces presidente gallego a Cuba en 1991 surgió entre ambos una especie de fascinación y respeto mutuo. «Es un hombre que sabe», dijo Castro de Fraga. Y este llegó a lanzar alguna vez que «de haberse quedado a vivir en Cuba, sería Castro». Más allá de ideologías, el revolucionario le ayudó a quitarse una espinita que llevaba clavada desde hacía tiempo. Y el de Vilalba fue para el cubano su baza para entrar en contacto con la UE justo después de la caída del Muro de Berlín.

Pero aquella estrecha relación acabó resquebrajándose un poco durante un desencuentro ocurrido en 1992 en la gira que Fidel Castro realizó por Galicia. Años después el dirigente cubano confesaría en una entrevista que Fraga le aconsejó que aplicara, tras el cambio en la URSS, una política como la que había llevado a cabo Nicaragua. Eso no gustó a Castro que, pese a todo, dijo que continuaba apreciando al de Vilalba.

Después de aquello Fraga aún regresaría a La Habana en 1998. Y guiándose por aquella estela también viajaron a Cuba posteriormente Emilio Pérez Touriño, en el 2007, y Alberto Núñez Feijoo, en diciembre del 2013.

Cuando Manuel Fraga llegó a la Xunta por primera vez en 1989 debía cumplir con un reto que se había marcado décadas antes. Más de 37 años atrás, todavía estando en el poder Fulgencio Batista, había tratado de viajar a Cuba para acercarse hasta Manatí, el lugar donde había pasado parte de su infancia. Pero el resultado de haber escrito un libro sobre las constituciones de los países americanos no tardó en acarrearle consecuencias personales que truncaron aquella visita a los lugares que recordaba. El capítulo dedicado a Cuba no había sentado bien al dictador. Por eso, el recibimiento a Fraga no pudo ser peor. Únicamente pudo estar 24 horas en la isla. Algunos de los que conocen la historia dicen que estuvo a punto de ser declarado persona non grata. Esa era una de las razones que explican, según uno de sus colaboradores, el exagerado afán del ex titular de la Xunta por organizar un viaje a Cuba.

Recepción de jefe de Estado

Lo hizo en un momento en el que las relaciones entre España, con Felipe González al frente del Ejecutivo, y el Gobierno de la isla no eran de lo más boyantes. Justo un año antes de que Fraga volara con Iberia hasta La Habana, Castro ordenaba rodear la embajada de España en la capital caribeña. Lo hizo para obligar a España a devolver a los refugiados cubanos que escondía en el inmueble. Fraga conocía perfectamente aquello. Por eso preparó el viaje a conciencia. Llamó a González, a la colonia cubana en Estados Unidos, a empresarios gallegos que vivían por aquel entonces en Cuba como Eduardo Barreiros, el industrial del motor.

La campanada la dio Castro cuando apareció en el aeropuerto José Martí para dar la bienvenida al gallego. Este justificó el recibimiento de talla de jefe de Estado diciendo que «es un hombre con un papel muy importante en su país». En el camino desde la escalerilla del avión hasta el edificio del aeropuerto, Fraga aprovechó para transmitirle saludos de Felipe y desde aquel día era raro que en los diferentes actos que organizaba la colonia gallega en Cuba para homenajear a Fraga no apareciera Fidel. En uno de ellos, Fraga mostró sus artes para hacer queimada. Y Castro preguntó medio en broma, justo antes de probar el brebaje, «No irá a estallar esto, ¿no?».

Otro día Castro llevó a Fraga al lugar donde practicaba pesca submarina y allí fue donde le dijo cómo preparar su plato favorito: la langosta. Hay quien dice que fue ahí cuando lo invitó a venir a Galicia y Castro aprovechó que Barcelona organizaba los Juegos para hacer ese viaje fugaz de dos días a Galicia en 1992. Santiago, Boiro, Pobra de San Xulián, Lugo, Láncara... Durante el recorrido pudo saludar a sus primas, además de ver la casa de su padre Ángel, en Armea de Arriba (Láncara). Ahí fue donde el Gobierno gallego organizó una gran comida con políticos de todos los colores en la que no faltaron el pulpo, la queimada... y, cómo no, hubo partida de dominó tras el postre. Quizá una de las más fotografiadas de la historia de la prensa. El entonces responsable de la Xunta aprovechó para mostrarle lo que se hacía en Galicia. Juntos Visitaron Televés, Jealsa... y comieron en Chicolino, en A Pobra do Caramiñal.

Langostas envenenadas

Castro y su comitiva fueron alojados en el hotel Araguaney, en Santiago, porque el personal del Hostal dos Reis Católicos estaba en huelga. Tenían reservada una suite, pero al parecer el comandante nunca llegó a alojarse en ella. Todo por motivos de seguridad, por supuesto. También por este motivo su cocinero personal probaba antes de cada comida o aperitivo todo lo que podía pasar después por el paladar del líder cubano. Hasta pensó que las langostas con grandes corales podían estar envenenadas. No había visto nada igual hasta entonces. Estaban perfectas. Todo fue sobre ruedas durante esos dos días hasta la cena en la que Fraga le planteó la jubilación política.