El hambre, la falta de medicamentos y la persecución política impulsan un éxodo que ya ha arrojado fuera del país a cuatro millones de personas, según el último informe de Acnur
25 jun 2019 . Actualizado a las 12:12 h.Como muchas otras abuelas venezolanas, Yanet Cassiani ha quedado a cargo de sus tres nietos. Aunque solo tiene 54 años, aparenta muchos más. Trabaja en el mercado municipal de Chacao, en Caracas: limpia, corta verduras, embolsa. No lo hace por dinero, sino para, al final del día, llevarse los sobrantes. «Carne hace tiempo que no como. Ni pollo, ni pescado. Eso lo veo en televisión. Comemos arroz con un poquito de verduras, lentejas, cuando hay suerte». Su testimonio, publicado en una página web, no es inusual.
Casi un millón de abuelos han quedado al cuidado de sus nietos, mientras las personas jóvenes se van a trabajar a Colombia, Perú o Chile, países que sienten el impacto creciente de la emigración venezolana y que comienzan a cerrar sus fronteras. Perú ya exige visado a los venezolanos, y en el puesto de Chacalluta, en la frontera entre ese país y Chile, ya hay unos 200 venezolanos esperando ingresar a la nación austral. Solo entrarán los que tengan documentos en regla, ha anunciado el ministro del Interior chileno, Andrés Chadwick. Venezuela se desangra y pierde a sus ciudadanos en edad de trabajar. Cuatro millones de personas han salido desde el 2015, según Acnur, y la cifra no incluye a aquellos que han emigrado legalmente o que tienen dobles nacionalidades.
El éxodo es la punta del iceberg del drama de un país que ha visto reducirse su PIB de 334.000 millones de dólares a 84.000 millones en los años del régimen de Nicolás Maduro, cuya producción petrolera ha caído de 3 millones de barriles a menos de 600.000 en el mismo período y que el año pasado enfrentó una inflación de 2,7 millones por ciento.
Presos políticos
La crisis no solo es económica ni social, también es política. La alta comisionada de la ONU para los derechos humanos, Michelle Bachelet, que culminó hace tres días una visita al país, se mostró conmovida por los testimonios de abusos policiales y violaciones sistemáticas de los derechos humanos, señaló Rafael Uzcátegui, director de la oenegé Provea. Hay 740 presos políticos, y más de 10.000 personas imputadas y en libertad provisional por su participación en protestas. Solo en el 2019, más de 80 personas han sido asesinadas por manifestarse.
Otra de las causas del éxodo venezolano es la violencia política, según Claudia Barrios, de la Universidad Católica Andrés Bello. Es una situación «dantesca», en la que el régimen de Maduro convierte a los venezolanos en apátridas: prácticamente, la única manera de conseguir un pasaporte es por la vía de un soborno. Un pasaporte que dura apenas cinco años cuesta 200 dólares. Por ello, Colombia y Chile han comenzado a aceptar los pasaportes aunque estén caducados.
Los alimentos no solo son escasos, sino que los problemas de producción (escasez de gasolina, de fertilizantes, de electricidad) los han convertido en caros. La tasa de desnutrición infantil está en el 15 %, suficiente para hablar de emergencia humanitaria, señala la nutricionista Susana Raffalli. En la otrora próspera y ajetreada Caracas las calles lucen desiertas y los grupos de niños y adultos asaltando las bolsas de basura son tan comunes que ya han dejado de causar consternación.
La situación de la capital, sin embargo, es desahogada si se le compara con la de ciudades como Maracaibo, sometidas a un racionamiento eléctrico de hasta 12 horas diarias, y que se han convertido en pueblos fantasma, dominados por bandas armadas o mafias que cobran en dólares por todo, desde la gasolina hasta la comida. Ante la hiperinflación y la crisis, el 40 % de la menguada economía venezolana ya se maneja en la moneda estadounidense. El régimen de Maduro, asediado por las sanciones de EE.UU., ha aprovechado el filón y ahora, pagar en dólares es legal, aunque constitucionalmente esté prohibido. Esta dolarización de facto la sostienen os migrantes. Como dice Yanet Cassiani: «Menos mal que mis hijos se fueron, dos a Perú y uno a Colombia. Si no es por ellos yo no le puedo dar de comer a mis muchachos [nietos]», afirma.