El estado de Georgia decidió esta semana desmarcarse del resto de Estados Unidos. Inmediatamente se le sumaron Tennessee y Carolina del Sur. Cuando algo parecido sucedió hace 159 años, lo que siguió fue una guerra civil entre varios estados y el gobierno federal. No es probable que vuelva a ocurrir lo mismo ahora. El conflicto era entonces por una cuestión de salud moral -la esclavitud-, mientras que hoy es una cuestión de salud pública: si relajar o no el confinamiento por la pandemia de coronavirus. Por otra parte, el Gobierno federal no está en manos de Abraham Lincoln sino de Donald Trump, que, en su caso, simpatiza con los nuevos estados «rebeldes»; hasta el punto de que, como una especie de Lincoln al revés, ha llegado a publicar un «tuit» llamando a «liberar» también Minnesota, Míchigan y Virginia.
Absurdo, como también lo han sido las insinuaciones proferidas el viernes por Joe Biden de que Trump planea secretamente aplazar los comicios de noviembre. No hay nada que permita suponer que Trump tenga esa intención -de hecho, las encuestas le son bastante favorables-, ni tampoco podría, aunque quisiera. La fecha del 3 de noviembre -elegida porque era cómoda para los agricultores- está grabada en mármol en el ordenamiento jurídico norteamericano. Para cambiarla, dos tercios de la Cámara de Representantes, de mayoría demócrata, tendrían que aprobarlo, además de otros dos tercios del Senado y las tres cuartas partes de los estados. Ha habido alguna discusión sobre si sería buena idea aplazar las elecciones, pero ha sido académica y apolítica. E, irónicamente, es el propio partido de Biden, el demócrata, el que ha aplazado sus propias elecciones primarias en muchos estados.
Estas dos polémicas reflejan, en el fondo, lo mismo: que, aunque la campaña electoral norteamericana esté aparentemente congelada por la epidemia, continúa por otros medios. Cuando Trump habla de «liberar» Minnesota, Míchigan y Virginia, no está hablando -en este caso- por hablar: son los tres estados clave de su posible reelección. Por su parte, Biden, confinado en un sótano de Delaware, intenta atraer algo de atención para compensar las constantes comparecencias de Trump con la excusa de informar sobre la marcha de la epidemia -aunque, considerando los disparates que dice Trump en ellas, es difícil creer que le beneficien.
Pero, al margen de la polémica, sí es cierto que la celebración de elecciones en noviembre plantea serios problemas de logística, que pueden acabar convirtiéndose en dudas sobre su legitimidad. Puesto que el aplazamiento es tan complicado legalmente, lo probable es que la batalla política se desplace al voto por correo. Los demócratas insistirán en suprimir los límites que le imponen muchos estados, porque los estudios dicen que les favorece a ellos, pero nadie está seguro de sus efectos, más allá de uno: que en unos comicios que se presume arrojarán un resultado ajustado, cualquier duda sobre el procedimiento puede resultar explosiva. No son las vísperas de aquel fatídico 1861, pero entre la normalidad y la guerra civil hay suficientes tonos intermedios como para preocuparse.