El grupo islámico intenta reconciliar su extremismo con un nuevo modelo político
16 ago 2021 . Actualizado a las 09:11 h.Veinte años de guerra en Afganistán han transformado a los talibanes. A lo largo de dos décadas, el grupo ha experimentado cambios en sus teorías de gobierno, en su aproximación a la población, en su interpretación de la influencia internacional y en su propia composición; algunos necesarios, en opinión de destacados miembros de su cúpula, otros difíciles de reconciliar con las nociones fundamentalistas que les han distinguido.
¿Cuáles han sido los principales cambios en su estructura?
Tal y como apunta el grupo de estudios internacional estadounidense Instituto para la Paz, «los talibanes han evolucionado desde la guerrilla desmadejada de los primeros años de la insurgencia a un movimiento organizado hasta formar un Gobierno paralelo en amplias porciones de Afganistán». Nada más representativo de este pseudogobierno que los «gobernadores en la sombra»; una figura política aparecida hará hace una década y que ahora tiene una importancia trascendental.
Son ellos quienes han flexibilizado las draconianas políticas sociales impuestas por los altos cargos de la organización, impulsado iniciativas para acercarse a la ciudadanía, explotado el desafecto de los afganos al Gobierno de Kabul —un modelo de corrupción institucional— y ejercido de engranaje en la coordinación de las ofensivas militares. La retirada de las tropas internacionales ha privado a las fuerzas afganas de la capacidad de eliminar a estos elementos.
Hoy en día, los talibanes tienen una delegación de paz, mantienen conversaciones con Estados Unidos, el Gobierno afgano y con los estados del Golfo, discuten soluciones humanitarias con Naciones Unidas y oenegés, son activos en redes sociales y organizan comités civiles para tratar la situación de las comunidades locales; iniciativas que, sin embargo, nunca han terminado de despejar las dudas sobre sus proclamadas intenciones de admitir un futuro modelo democrático contrario a sus principios.
A nivel político, según el profesor de Asuntos Internacionales de la Universidad de Columbia, Dipali Mukhopadhyay, se debe a su incapacidad para presentar una visión homogénea, divididos como están entre corrientes tradicionales y modernizadoras, entre flexibles políticas locales y duros edictos ultraconservadores procedentes de las múltiples identidades étnicas que ahora componen a la organización.
Y si bien en algún momento los talibanes podrían presentar un proyecto de consenso, su crueldad es imposible de soslayar. Sus fuerzas de combate siguen actuando con brutalidad extrema hacia la población civil. Según la comisión independiente para los Derechos Humanos en Afganistán, la insurgencia ha sido responsable de 2.978 bajas civiles (917 muertos y 2.061 heridos) en los primeros seis meses del 2021, sin mencionar otras atrocidades como ejecuciones extrajudiciales o torturas. La desconfianza que generan en la población de las ciudades es insalvable, en particular en momentos como este, en el que la capital acoge a miles de refugiados que traen consigo historias de horror.
¿Son un colectivo unido?
«Si uno tuviera que simplificar a los talibán diría que ahora son básicamente afganos desencantados», explica el experto en Seguridad en Afganistán Ted Callahan, misma opinión que el también analista para el grupo Fundación para la Defensa de las Democracias (FDD), Bill Rogglio. «Ya no es un movimiento etnonacionalista pastún, como era en los noventa. Ahora hay uzbekos, tayikos, turcomanos e, incluso, hazaras y eso supone una diferencia enorme desde lo que eran antes de los atentados del 11 de septiembre del 2001», considera.
La estructura de poder en los insurgentes es profundamente irregular. Mientras el líder de la organización, el mulá Haibatulá Ajundzada, es el principal responsable de proclamar los edictos fundamentalistas, figuras prominentes como Mohamed Yaqub, jefe militar de la organización e hijo de su antiguo líder, el mulá Omar, apuestan por cierta liberalización y una solución negociada, según el experto del Instituto Real de Servicios Unidos de Londres, Antonio Giustozzi.
¿Volverán el Estado Islámico y Al Qaida?
Sin una visión conjunta de futuro, repartidos en tantas comunidades con intereses particulares, y en medio de fricciones internas, la conquista talibán de la capital no supondría la restauración del antiguo Emirato Islámico sino el principio de una nueva y terrorífica fase del conflicto: el estallido de una guerra civil a gran escala en todo el país.
Las milicias populares que combaten contra los insurgentes «podrían volverse contra el Gobierno en cualquier momento», según el experto en seguridad Asadulá Nadim a Deutsche Welle, mientras países vecinos como Irán o Pakistán podrían financiar a sus propios grupos armados contra los talibán, que ahora mismo es incapaz de consolidar sus victorias territoriales, como apunta un integrante del Consejo Nacional de Seguridad de Afganistán, Ahmad Shuja Jamal.
«Si nos fijamos en un momento dado, los talibanes pueden avanzar en una provincia, pero la situación es fluida. Avanzan, consiguen titulares con sus conquistas, pero no pueden capturar provincias enteras», explica. Ello significa más combates, más confusión y más derramamiento de sangre, y «al final son los civiles quienes reciben la peor parte».
El grupo insurgente tomará el poder, pero no conseguiría mantenerlo, y es por ello que «la guerra civil es ciertamente un camino que se puede visualizar», apuntaba el principal comandante militar de EE.UU. en Afganistán, el general Scott Miller.
Sin un fortalecimiento de las estructuras del Gobierno afgano, según todos los estudios, el débil Ejecutivo de Kabul conoce ahora un desamparo como no ha visto en años. Su caída podría ser el prolegómeno de una fragmentación generalizada, terreno abonado para el retorno de los grupos yihadistas como Al Qaida o Estado Islámico, en un escenario aterrador.