Angela Merkel, la fuerza de la calma

INTERNACIONAL

Edgardo Carosía

Con su retirada tras 16 años acaba una era y se va la última gran estadista mundial con un balance muy positivo en el que también hay puntos débiles

26 sep 2021 . Actualizado a las 16:59 h.

Tras 16 años en el poder, invicta en las urnas, Angela Merkel (Hamburgo, 1954) abandona la cancillería gozando de una gran popularidad en casa, con un índice de aprobación que alcanza el 66 %, el respeto de sus rivales políticos y la admiración generalizada en el mundo. Se va la primera mujer canciller alemana, la última gran estadista del continente, un símbolo global en un tiempo de líderes populistas y autoritarios (Trump, Putin o Bolsonaro), que apelan a las emociones mientras ella es la quintaesencia de la racionalidad y el sentido común.

Hija de un pastor protestante, vivió hasta los 35 años en la RDA, donde fue secretaria de Agitación y Propaganda de la FDJ, la organización juvenil comunista en la que militaban la gran mayoría de los jóvenes y que permitía estudiar una carrera superior (en su caso Física). Ana Carbajosa, autora de Angela Merkel. Crónica de una era (Península), destaca que allí forjó su personalidad, «aprendió a escuchar, a ser ambigua, a leer entre líneas y, sobre todo, a esperar», lo que sería clave para su supervivencia política. Tras la caída del Muro de Berlín (un día en el que continuó con su rutina, ir a la sauna, y luego pasó al oeste, se tomó una cerveza y volvió a casa), recaló en la conservadora CDU. 

Eterna subestimada

Desde sus inicios fue la eterna subestimada por sus adversarios dentro y fuera de su partido, donde se la consideró una líder efímera. Se le llamó «la chica de Kohl», su mentor y quien la nombró ministra, al que acabó asestando un golpe mortal cuando este se vio inmerso en un escándalo de financiación ilegal de la CDU, que ella denunció y que terminó en la dimisión del padre de la reunificación. De una forma u otra, fue eliminando a sus rivales hombres dentro de la CDU, al que ahora ha dejado huérfano de un liderazgo sólido, desnortado y dividido, y a punto de perder la Cancillería.

La marcha de Mutti, la madre de la nación como se la llama, va a dejar un gran vacío entre los alemanes, porque encarna la estabilidad, la seguridad y la confianza que tanto valoran, más allá de representar a un partido o una ideología concretos. En su debe está no haber emprendido las reformas necesarias para modernizar su país. Sobria, incluso en su vestir, siempre con una especie de uniforme (chaquetas abotonadas de color y pantalón negro), serena, pragmática, cautelosa, conciliadora, austera, reservada, incluso fría, negociadora incansable, paciente, obsesa del consenso, tenaz, competente y, en definitiva, alguien de fiar. Pero también ha sabido ser atrevida y jugársela en momentos decisivos, sorprendiendo a todos. «Es una política sosegada, dialogante, que escucha y busca siempre el compromiso; ha ocupado el centro político de su país tratando de dar respuesta a los intereses y preocupaciones de la mayoría social», afirma Carbajosa. En una ocasión dijo que la frase que siempre la acompaña es «la fuerza está en la calma». Solo enseña sus cartas cuando le conviene. El sociólogo Ulrich Beck acuñó el término despectivo Merkiavel para definirla por sus afinidades en el ejercicio de la política con Maquiavelo.

«Su estilo político austero, modesto y con un ego casi invisible ha sido muy apreciado dentro y fuera de las fronteras de Alemania, ha logrado transmitir a los votantes la sensación de que con ella estarían a salvo, que les protegería de las turbulencias exteriores», explica Carbajosa. Su eslogan más exitoso, «Ustedes ya me conocen», ejemplifica su relación con los alemanes siempre escuchando a la sociedad y con un ojo puesto en las encuestas.

Pero también ha sabido dar un giro de 180 grados cuando lo ha creído necesario. «En general es una política que todo lo medita y no opta por decisiones extremas; en el caso de la energía nuclear, cuyo cierre decretó en el 2011 tras el accidente de Fukushima, fue una decisión que sorprendió a todos», destaca Carbajosa. También ha cambiado en temas como el servicio militar obligatorio o el matrimonio homosexual, que hizo posible al dar libertad de voto a su partido (ella votó en contra). Hace unos días se declaró feminista tras negarse a hacerlo durante años.

Como persona, Angela Dorothea Kasner, su nombre de soltera, es un enigma. Divorciada, sin hijos, casada en segundas nupcias con un discreto investigador de química cuántica, con el que vive en un apartamento en el centro de Berlín, se la puede ver ir a la compra al supermercado con su carrito. Hace dos años, sufrió unos extraños temblores en varios actos públicos, cuyas causas nunca se han explicado. 

Puntos débiles

Para Carbajosa, «Merkel deja atrás tres lustros de estabilidad política en Alemania y de crecimiento económico; el país sin embargo acumula numerosos retos pendientes». Explica que «la crisis del euro y las políticas de austeridad fueron un punto muy débil en su carrera, no haber modernizado al país y no haber sido capaz de dar respuesta a los retos ambientales o el retraso en digitalización que lastra la innovación son otros de sus puntos flacos». «En Europa ha tratado de mantener la cohesión de la Unión, pero a la vez azuzó las divisiones entre el norte y el sur durante la crisis del euro primero y la de los refugiados después con el este», añade.

Según el semanario Der Spiegel, «la era Merkel es la de las ocasiones perdidas». La canciller deja una Alemania económicamente mucho más fuerte de la que se encontró, pero «persisten asombrosos focos de desigualdad y pobreza» y «las infraestructuras se caen a trozos». 

Tres grandes crisis y un cordón sanitario inflexible a la ultraderecha 

Merkel ha tenido que pasar grandes pruebas como canciller: la crisis financiera y económica, la de los refugiados y la de la pandemia. En el 2008 fue la apóstol intransigente de la austeridad, primando los intereses alemanes a los europeos y sometiendo a duras condiciones a los países del sur, sobre todo a Grecia. Aunque sus defensores consideran que salvó el euro. Sin embargo, en la provocada por el covid-19 ha protagonizado lo que Le Monde califica como «conversión de una ortodoxa» al aceptar la emisión de una deuda europea común, rompiendo el dogma del rigor presupuestario. Según su biógrafo Ralph Bollmann, «ilustra una vez más el estilo político de la canciller, que consiste en evaluar fríamente lo que es posible hacer en un momento dado».

Su decisión del 4 de septiembre del 2015 de no cerrar las fronteras a más de un millón de refugiados demostró su valentía al evitar una crisis humanitaria, sabiendo que era una medida impopular. Fue, sin duda, su decisión más arriesgada y la que más la ha desgastado. 

Auge de la ultraderecha

Además, produjo el efecto colateral de la entrada de la ultraderecha de Alternativa por Alemania (AfD) en el Bundestag. Uno sus legados más importantes será su rechazo frontal a cualquier tipo de colaboración con la extrema derecha, a la que ha impuesto un férreo cordón sanitario. Su discurso, en el 2019, contra el extremismo en el Bundestag se hizo viral. «La libertad de expresión tiene sus límites, que comienzan cuando se propaga el odio, cuando la libertad de otra persona es violada, esta Cámara debe oponerse al discurso extremista, de lo contario nuestra sociedad no volverá a ser la sociedad libre que es», dijo, emocionada y entre aplausos.

Frente a esa posición indomable, Merkel ha sabido gobernar en coalición, tres veces con los socialdemócratas y una con los liberales.