El ferrocarril de la realeza belga

Jesús Carballo BRUSELAS

INTERNACIONAL

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Leopoldo I quiso unir a las coronas a través del tren y dejar atrás las carrozas

25 jul 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Con todo lujo de detalles. Luz eléctrica en el interior de los vagones, aire acondicionado, decoración a base de madera noble, cristal veneciano y pinturas exclusivas en los techos. Así eran los trenes que utilizaba la realeza de Bélgica en los siglos XIX y XX para poder desplazarse con mayor rapidez y comodidad a sus casas de campo, a sus fincas en propiedad real y también para reunirse con otras coronas europeas.

Leopoldo I, primer rey de los belgas tras su independencia en 1831, tuvo claro desde un primer momento que el medio de transporte que dejaría atrás la época de las carrozas y los carruajes tenía que ser el ferrocarril. Por lo que, siguiendo los pasos del Reino Unido, Bélgica se convirtió en el primer país de la Europa continental en construir una línea de tren, cuando en 1835 este monarca inauguró la conexión entre Bruselas y Malinas, con un recorrido de 22 kilómetros. Y tan solo cinco años después, Gante, Brujas, Ostende, Amberes, Malinas, Bruselas y Lovaina estaban conectadas.

Pensados para que la realeza belga pudiera continuar con su vida cotidiana de palacio en un convoy sobre raíles, los vagones se diseñaron para poder cocinar, comer, dormir, descansar mientras disfrutaban de un libro o incluso tener reuniones para cerrar tratos a bordo. Una nueva forma de viajar que con el tiempo fue puliendo su mecanismo ya que, al principio, el traqueteo de las vías del tren aún generaba un poco de incomodidad a los monarcas y por esta razón, rápidamente implementaron un sistema de bogies con el objetivo de estabilizar la tracción, montando un conjunto de dos pares de ruedas bajo un eje que se deslizaba más suavemente.

Estación propia

La pasión de la familia real belga por los trenes llegó hasta tal punto que, Leopoldo II, sucesor del primer monarca de los belgas, mandó construir una estación especial dentro de su castillo, el Dominio Real de Laeken, a las afueras de Bruselas. Quería que uno de los ferrocarriles realizara únicamente un trayecto que llevara a los invitados internacionales directamente hasta su palacio. Un proyecto que se inició en 1890 con la creación de un túnel subterráneo, además de una escalera monumental que conducía al castillo. Pero el plan final nunca se concretó por falta de presupuesto y porque el Parlamento de Bélgica paralizó todas las tareas de construcción cuando Leopoldo II murió.

El siguiente en la dinastía, Alberto I, aceptó la decisión de los líderes políticos y esta obra quedó en la memoria de los belgas. Ya en el 2001 y con motivo del 75 aniversario de la sociedad de Bélgica de ferrocarriles nacionales, el rey Alberto II y la reina Paola tomaron el tren desde el propio palacio de Laeken como símbolo del recuerdo del sueño faraónico de Leopoldo I.

Exposición en Bruselas

A día de hoy, este fuerte vínculo sigue latente. Sin ir más lejos, el Train World, el museo que la compañía ferroviaria pública belga, la SNCB, tiene en Bruselas, exhibe una muestra de seis de los antiguos trenes usados por la realeza que tendrá sus puertas abiertas hasta principios del año que viene. Todo el que se acerque podrá conocer, por ejemplo, el Royal Berline de 1901 y el vagón de salón de 1939. También un vagón comedor y de conferencias de 1905, un coche comedor y salón de 1912 y un coche comedor de 1939.

Un idilio con el ferrocarril que se alargó hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando la destrucción de las vías fruto de la contienda bélica, combinada con el auge de los automóviles y la aviación, desbancaron al tren como el medio de transporte preferido de los reyes de Bélgica.

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