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Serguéi Surovikin, el general que ha apagado Ucrania

MIGUEL RODRÍGUEZ MADRID / COLPISA

INTERNACIONAL

El general Serguéi Surovikin con el presidente ruso, Vladimir Putin
El general Serguéi Surovikin con el presidente ruso, Vladimir Putin SPUTNIK | REUTERS

El responsable de la invasión rusa ha logrado la conjunción del Ejército que tanto necesitaba Putin y es el artífice de la destrucción de los recursos energéticos

26 dic 2022 . Actualizado a las 22:54 h.

Serguéi Surovikin. El general designado por el presidente ruso, Vladímir Putin, para dirigir la invasión de Ucrania desde el 10 de noviembre se ha convertido en un fetiche de la guerra. No solo Moscú, también Kiev lo reconoce como el artífice de la estrategia que consiste en bombardear la infraestructura energética de la exrepública soviética para dejarla sin luz ni calefacción en invierno, así como de los ataques selectivos que han ralentizado el avance ucraniano al mantener a sus tropas concentradas en la defensa de las localidades reconquistadas.

Nacido en Siberia hace 56 años, Surovikin tiene una hoja de servicios impecable. Impecable para la guerra. Despiadado es el calificativo que le han dedicado en un par de ocasiones: cuando apoyó con aviones y estrategia al régimen sirio de Bachar al Asad tomando parte en el bombardeo de la ciudad de Alepo en el 2016, con una inaudita matanza de civiles, y en 1991, al convertirse con solo 24 años en el único militar que envió a sus soldados a aplastar el intento de golpe de Estado en una Unión Soviética a punto de la disolución. Un tanque bajo su mando arrolló a tres manifestantes que reivindicaban la democracia. Cuatro años más tarde acabó en prisión por dar un arma sin permiso a un compañero. Boris Yeltsin lo sacó de la cárcel. «Tiene poco aprecio por la vida», dicen en el entorno de este héroe de la Federación Rusa, que ha luchado en Afganistán, Chechenia, Tayikistán y Siria.

Al día siguiente de que un camión-bomba reventase en noviembre parte del puente de Crimea, símbolo de la anexión rusa de la península en el 2014, Putin le puso al mando del comando central, el máximo órgano director de la invasión de Ucrania. Muchos de quienes criticaban al jefe del Kremlin por los fracasos en esta guerra se regocijaron y aplaudieron. Por fin, alguien con «coraje», pocos escrúpulos y capaz de «mancharse las manos de sangre» al frente de la conquista. Surovikin no tardó en demostrar sus dotes. En unas horas organizó el primer ataque artillero masivo contra el suministro energético de Ucrania.

El gato y el ratón

La repetición de estos bombardeos provoca el efecto colateral de bloquear el avance ucraniano. Sin electricidad, los trenes de municiones, armas occidentales y combustible no pueden funcionar. Frecuentemente se han quedado inmovilizados en las estaciones o detenidos en mitad del campo, a merced de la artillería y los drones del Kremlin. Surovikin y los oficiales ucranianos han entablado un juego del gato y el ratón. En él, el carnicero ruso intenta adivinar qué convoyes son los más valiosos y cuáles sus rutas para saber dónde apuntar.

La táctica de segar los recursos elementales del país no es nueva, pero el general supo verla de inmediato cuando fue nombrado en puertas de un crudo invierno. Paradójicamente es un procedimiento que EE.UU. y la OTAN usaron en Afganistán y la antigua Yugoslavia. Más allá de la destrucción física de infraestructuras con ataques de precisión, el fin es en minar el ánimo de los enemigos y de la población civil, condenados a vivir a oscuras y envueltos en un frío tan permanente como el riesgo a morir congelados.

En una reciente reunión con el presidente Volodímir Zelenski, los máximos responsables de las Fuerzas Armadas de Ucrania, los generales Valerii Zaluzhnyi y Oleksander Syrski, se preguntaban «qué humor tendrán los soldados sin agua, electricidad y calefacción», o al pensar que «sus mujeres e hijos comienzan a congelarse». Zaluzhnyi hizo ver a Zelenski que, durante la liberación de algunos enclaves, las fuerzas ucranianas habrían percibido un menor entusiasmo de la población, posiblemente a consecuencia de haber sido «instruidos» por los ocupantes rusos y el temor a verse abocados a duros ataques aéreos y apagones en medio de temperaturas inferiores a cuatro grados bajo cero.

Surovikin es la metáfora del triunfo del oficialismo del Kremlin. Los más beligerantes con las sucesivas derrotas de Rusia en el país vecino alaban que haya sabido asumir la cadena de mando al completo y eliminar la dispersión de jefes que muchas veces actuaban en solitario e incluso tomaban decisiones contradictorias entre sí para irritación de Putin. No le gusta aparecer en público. Deja las explicaciones y la representación en los actos militares al ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, incluso cuando se trata de una comparecencia del presidente o de visitar un entrenamiento de soldados recién movilizados. Cuida sus comunicaciones. Sabe que Kiev lo tiene en el punto de mira y que su inteligencia ha eliminado ya a más de media docena de altos mandos rusos.

Obligados a la defensa

Aparte de poner orden en el escalafón, el hombre de confianza de Putin también ha convertido las diferentes ramas del Ejército en un mecanismo compacto capaz de actuar al unísono. En Bajmut se libra una de las batallas más encarnizadas de la invasión. Hay distritos donde se pelea casi cuerpo a cuerpo. Surovikin ha situado al frente a los mercenarios de Wagner, con mejores armas y un mayor entrenamiento, y ha dejado a los regulares en la retaguardia. Les escoltan las brigadas chechenas. Nada que ver con los mensajes interceptados meses atrás en que los soldados se quejaban de haber sido abandonados por sus jefes en las trincheras en absoluto desorden o enviados a primera línea sin pertrechos ni formación.

Hace unos días, el general ucraniano Syrski admitió en un medio kievita que la llegada de su oponente ha modificado las «tácticas de Rusia». Opina que la intensidad de la ofensiva en Bajmut, una ciudad con escaso valor estratégico, por parte de un Ejército invasor que tampoco está sobrado de recursos pretende mantener a las tropas ucranianas entretenidas en la defensa de este enclave e impedir que se lancen a recuperar otros territorios del Dombás. «Ahora el enemigo está tratando de quitarnos la iniciativa, de obligarnos a comprometernos completamente en la defensa», contemplaba Syrski.

El engaño es la especialidad de la casa. A Surovikin se le atribuye la compleja evacuación de Jersón a finales de noviembre en una operación que algunos analistas occidentales consideran digna de estudio en las escuelas militares. Mientras creaba la apariencia de resistir e incluso de tender una trampa a los ucranianos, que vacilaron en entrar en la población durante días, el general envió a 3.000 efectivos al otro lado del río Dniéper y fortificó su ribera. Cómo pudo movilizar cientos de barcas y atravesar el endiablado cauce sin que se enterasen los artilleros locales es un episodio destacado de esta guerra, igual que lo ha sido la defensa de Kiev o la recuperación de Bucha por parte de Ucrania.