Caitlin Doughty, funeraria: «Si viajas en tren o en avión, es muy posible que lo hagas acompañado de un cadáver»

ENFERMEDADES

Caitlin Doughty es una defensora de la reforma funeraria en Estados Unidos.
Capitán Swing

Firme defensora de la necesidad de una reforma funeraria en Estados Unidos, la escritora asegura que morir como lo hacemos es «muy poco respetuoso con el medio ambiente»

31 oct 2023 . Actualizado a las 17:53 h.

Caitlin Doughty (1984, Oahu, EE. UU.) trabaja en silencio rodeada de cadáveres. Su curiosidad por el concepto de la muerte viene de lejos. Se especializó en la historia fúnebre de la humanidad en la universidad, pero se dio cuenta pronto de que le sería difícil entender por completo el concepto de la mortalidad rodeada de vivos. Así que decidió ponerse a trabajar con ellos directamente. Primero como empleada y más tarde como directora de una empresa de pompas fúnebres que le dio la oportunidad de conocer la biología post mortem de nuestros cuerpos. Empezó a explorar la naturaleza y peculiaridades de nuestra anatomía una vez la medicina deja de interesarse por ella. Como vivimos de espaldas a la muerte —admitámoslo, somos sociedades tanatófobas—, Caitlin tiene un montón de respuestas a preguntas que no nos atrevemos a formular: ¿y si estoy en coma y me entierran por error?, ¿sigue creciendo el pelo una vez fallecemos?, ¿a qué huele un muerto? o ¿El gato se comerá mis ojos? Este último es el título de su nuevo libro (Capitán Swing, 2023) en el que da respuesta a estas y muchas otras cuestiones que, por cierto, han sido formuladas en su totalidad por niños y niñas. 

—¿Cómo es la relación de los ciudadanos de Estados Unidos con la muerte?

—Creo que es bastante mala, pero no creo que sea culpa de la gente. Creo que todo el sistema que la rodea lleva a que esa relación sea mala. A lo largo del siglo XX la muerte ha sido totalmente profesionalizada. Empezamos a pagar dinero para que un profesional se ocupase de los cuerpos, la muerte salió de los hogares, dejamos de morir en casa y empezamos a hacerlo en los hospitales, dejamos de matar a los animales en las granjas para que se ocupasen de eso en los mataderos. La muerte, los cuerpos y todo el proceso fueron arrancados del hogar y manejados por profesionales que se ocupaban de ellos detrás de la escena. Desde entonces, nuestra relación con la muerte nunca volvió a ser la misma. 

—¿No ha sido en parte una decisión nuestra? Podríamos decidir estar en los hospitales, pero no nos gustan.

—Sí. Es verdad. No trato de decir que no haya nada que podamos hacer y que seamos unas víctimas de nuestra cultura o del sistema. Yo creo que hay muchas cosas que se pueden hacer para hacer frente a la mortalidad. Simplemente digo que es más complicado si creces en un lugar en el que, cuando eres niño, nadie te dice ni media palabra sobre la muerte. O se te hace entender que es raro, morboso o inapropiado interesarse por la muerte. Tienes que tener una gran seguridad en ti misma para poder iniciar una conversación de manera abierta con un adulto.

—No sé en su país, pero en España es común que una persona con 45 o 50 años nunca haya visto un muerto. 

—Es cierto. Y es común que la primera vez que lo vea sea relleno de productos químicos que lo estén preservando. Esto no sucede tanto en España, pero sí que es muy común en Estados Unidos que el primer muerto que vea una persona esté químicamente preparado y maquillado. Y, evidentemente, el resultado dista bastante de lo que es un cadáver. 

—¿Qué edad tenía usted la primera vez que vio un muerto?

—Tendría unos 10 u 11 años. Fui a ver al padre del marido de mi prima, un pariente lejano, y estaba totalmente embalsamado y maquillado. Era un hombre muy, muy mayor al que le habían pintado los labios de una especie de color rosado y puesto colorete. Yo no podía para de pensar en qué era aquello que estaban viendo mis ojos. Recuerdo sentirme realmente incómoda. No porque estuviese muerto, sino por la exagerada cantidad de maquillaje que llevaba encima. 

—Dice que se sintió incómoda, pero ha acabado viviendo rodeada de cuerpos sin vida. 

—Sí. Me especialicé en Historia Medieval en la universidad y siempre he estado muy interesada en la muerte como evento histórico; por cómo la gente del siglo XVI trataba a los cadáveres. Pero al graduarme me di cuenta de que sabía muy poco sobre cómo mi cultura trata en la actualidad a los muertos. Conseguí un trabajo en un crematorio cuando tenía 23 años y empecé a ver cómo era el proceso de cremación de los cuerpos, sacando los restos y metiéndolos en una urna. Creía que iba a ser algo que haría durante un tiempo para entender cómo era esa experiencia, pero quince años después, tras especializarme y formarme mucho, sigo haciendo lo mismo. 

—¿Fue un trabajo que buscó o simplemente se lo encontró y lo cogió?

—No, no. Estaba buscando trabajar en esto. Siempre he sentido un gran interés en la idea de un cuerpo sin vida. Pero estar interesado en esta idea de un muerto o en la historia funeraria de la humanidad es muy diferente a trabajar con ellos y tratar con gente que lo está pasando mal porque se le ha muerto alguien querido. Quería saber cómo era eso y resultó que me gustaba. Y que además era buena haciéndolo. 

—¿Todos sus compañeros de profesión son como usted?, ¿tienen esta vocación?

—Mucha gente que trabaja en la industria funeraria están ahí porque se les paga a final de mes sin disfrutar realmente de su trabajo. Pero es que a mí, sinceramente te lo digo, me apasiona la historia y también estoy muy involucrada en lograr una reforma funeraria que creo que hace falta para cambiar esta industria. Me gusta conocer la historia, saber cómo hemos llegado aquí y ver qué cosas debemos cambiar. La posibilidad de poder combinar la teoría sobre la muerte y la práctica técnica estando ahí con esos cuerpos es lo que realmente me apasiona. 

—¿Por qué considera que el actual modelo de la industria funeraria no está funcionando?

—Por muchas razones. La primera es que es carísimo. Muy, muy caro. En Estados Unidos, el estado no subvenciona de ninguna manera los procesos fúnebres. No hay ayuda financiera de ningún tipo. Y hay mucha gente que necesita buscar ayuda para poder llevarlos a cabo. Estamos hablando de varios miles de dólares. Lo segundo es que morirse con el modelo funerario actual es muy poco respetuoso con el medio ambiente. Consumimos madera, metales, se emiten gases naturales para la cremación. Hay una cantidad enorme de recursos que se vuelcan en los cuerpos de los muertos. Hay mucha gente que no quiere dañar el planeta después de su muerte, personas que consideran que ya le han ocasionado suficiente daño al medio ambiente durante su vida y no quieren seguir haciéndolo una vez esta se termina. Pero sin embargo, creo que el gran problema es que las familias están tremendamente distanciadas de todo el proceso; de todo lo que pasa con el cuerpo del muerto. No queremos estar presentes cuando la muerte está sucediendo, no queremos ver el cuerpo, no queremos cavar la tumba ni empujar el cuerpo al horno crematorio. No queremos ser parte de todo el ritual que gira en torno a la muerte y se lo hemos dejado a los profesionales. Creo que esto tiene que revertirse, que los profesionales tienen que estar ahí para guiar a las familias, pero que es la familia la que debe estar a cargo de todo el proceso.

—¿Cree que las familias estarían por la labor de este cambio?

—Lo primero es que hay familias a las que les gustaría hacerlo y no les dejan. Se les dice directamente que no cuando lo piden, bajo el argumento de que es peligroso e inseguro y que solo un profesional puede hacerlo. Esto no es verdad. Así que lo primero es permitir que las familias que quieren involucrarse en el proceso lo hagan. En segundo lugar, me ha pasado muchísimas veces que alguien de la familia quiere ofrecer su ayuda con el cuerpo. Está ahí, peinándolo o poniéndole la blusa. Y puede que otro miembro de la familia aparezca y opine, comente que eso no le gustaría de este modo al muerto y propone alternativas. Una vez que creas este espacio en el que la gente puede estar cómoda interaccionando con el cadáver, desaparecen los miedos. El papel de los profesionales pasará de ser el de decir que no pueden entrar al de enseñar cómo se pueden hacer las cosas. 

—En el libro se dirige varias veces al lector, asumiendo que este lector es joven. ¿Cuanto mayores somos, menos queremos leer sobre la muerte?

—No. Creo que cuanto mayor eres, más tiempo has sido maleducado y condicionado sobre que la muerte es algo extraño. El libro no está escrito exclusivamente para un público joven. También está dirigido a toda persona adulta que se plantee preguntas sobre la muerte y que las respuestas que haya obtenido a lo largo de su vida hayan sido «no seas raro». Los niños son muy conscientes emocionalmente y se dan perfectamente cuenta de cuando los adultos se sienten incómodos; entonces, asumen que no son preguntas aceptables. Yo quiero dirigirme a un lugar en el que estas preguntas sean perfectamente válidas. ¿Quieres saber cómo es el proceso de descomposición de un cuerpo? Claro, no hay problema porque no es en absoluto extraño y es algo que le va a suceder a tu cuerpo. De hecho, lo raro sería que no te interesase algo que, en definitiva, te va a pasar. 

—¿Nunca le han hecho una pregunta inapropiada?

—No. No creo que haya ninguna pregunta que no esté dispuesta a contestar. 

—Bueno, que alguien le pregunte qué tiene que hacer para robar un cadáver de un cementerio tal vez deba ser motivo de alarma. 

—(Ríe) Si me preguntases eso con una intención real de hacerlo, lo más probable es que te respondiese dándote motivos para no hacerlo. Pero es que si lo piensas hay muchísimos ejemplos históricos de robos de cuerpos en los cementerios. ¿Por qué pasaba esto?, ¿qué buscaban?, ¿lo hacían por dinero o para poder diseccionar un cuerpo con un objetivo científico? Hay que hacerse este tipo de preguntas porque todas y cada una de las personas que vivieron, también murieron. Ante cualquier pregunta, va a haber miles de ejemplos interesantes.

—Sucede algo curioso con la muerte. Es muy común que, incluso la persona más irreverente y subversiva, ante determinadas conversaciones que pueden ser dolorosas, en vez del verbo morir utilice fórmulas alternativas como fallecer o irse para darle mayor solemnidad. ¿No es suficientemente respetuosa la palabra muerte?

—Es verdad. Creo que la palabra muerte es un término absolutamente respetuoso al que se ha estigmatizado. En sí mismo, no estamos hablando de nada más que de un proceso biológico que sucede cuando la vida se acaba. Creo que la diferencia entre decir «tu madre ha muerto» y «tu madre exhaló su último aliento y ya no está entre nosotros»; entre decir «tu madre ha sido cremada» o «se está descomponiendo» y «se ha ido» tiene que ver con la muerte como fenómeno social. Si percibes la muerte como algo violento creo que es mejor limitarse a decir «siento lo de tu madre». Creo que es una alternativa mucho mejor a «siento que tu madre se haya ido», que me parece que incluye una parte de juicio. Creo que cuando alguien utiliza eufemismos de este estilo se puede contestar de forma elegante diciendo: «Sí, están siendo momentos duros desde la muerte de mi madre». Cada individuo tiene el poder de poner la muerte en el centro de la conversación.

—¿De verdad es tan común que volemos en aviones en los que también viajan cadáveres?

—Desde luego. Es muy común. Si viajas en tren o en avión, es muy posible que viajes acompañado de un cuerpo. Si te toca ventanilla, ves cómo están cargando el equipaje e identificas a dos personas que están subiendo una caja de madera en la que podría caber una persona, sospecha. No vas a ver un ataúd en la pista. Utilizan cajas de madera que no solo sirven para proteger el ataúd, sino que son útiles para que pasen más desapercibidos entre el resto de equipaje. 

—Ha conocido en primera persona el «rigor mortis», ¿es tan increíble como parece?

—Sí lo es. En mi primera experiencia yo ya sabía que durante el rigor mortis los cuerpos se vuelven rígidos, pero que más o menos se podría manipular el cuerpo y colocarlo en una postura determinada. Pero es que es prácticamente imposible moverlos. Cuando el cuerpo está en rigor mortis, si quieres cambiarlo de postura tendrás que hacer lo que llamamos «romper la rigidez» en el que tienes que trasladar el cuerpo a otro lugar y empezar a masajear, masajear y volver a masajear. Tienes que tirar, estirar y hacer estallar los músculos. Es muy difícil mover a alguien en rigor mortis. Si tu madre se muere en tu casa, asegúrate de ponerla rápidamente en una posición en la que te interese que esté, porque cuando llegue el rigor mortis se va a quedar en la posición que tenga y va a ser dificilísimo moverla. 

—Hace unos años en España, una mujer aseguraba ser hija no reconocida de Salvador Dalí. Abrieron la tumba del pintor para un análisis genético y, al parecer, se encontraron intacto su bigote. ¿Es esto posible?

—Sí, me lo creo. Para que el pelo desaparezca, se necesita que se presente un escarabajo muy específico que es el que se dedica a comerse partes de nuestro cuerpo como el pelo o las uñas. Cuando morimos, las bacterias que todos llevamos dentro, te devoran por dentro. Se comen todo lo que tenemos dentro hasta que llegan al exterior. Te abren en canal, así funcionan. Pero para que el pelo desaparezca se necesita la colaboración de un tipo de insectos muy específico. Probablemente, Dalí fue perfectamente preparado y su sepultura excelentemente y rápidamente sellada. Con ese ambiente, es perfectamente factible que un bigote se conserve.

—¿Me está diciendo que podríamos encontrar unos huesos junto a un bigote?

—Probablemente, ahí también habría pelo de la cabeza. No creo que allí apareciese un esqueleto con bigote, eso no va a pasar. Pero es que esto lo podemos ver simplemente googleando la palabra momia. Es muy común que tengan una piel de cuero, pero que conserven el pelo. 

—Dice que la mayoría de las preguntas interesantes sobre la muerte se las hacen niños, ¿a qué edad dejamos de hacer preguntas interesantes?

—Todas las preguntas que están planteadas en el libro me las han hecho niños. Creo que los adultos no quieren incomodar. Siempre plantean las cosas diciendo «tengo una pregunta un poco rara» o «¿puedo preguntarte algo un poco inapropiado?». Y cuando lo dicen es algo totalmente normal y básico. De nuevo, se debe a que cuando en el pasado preguntaban, las respuestas que obtenían eran que esa pregunta era rara. Asumían que la muerte es de raros pese a que no lo es en absoluto. Los niños no tienen ese filtro.

—En España y, concretamente en Galicia, la legislación funeraria dice que solo eres un cadáver durante los cinco años posteriores a tu muerte. Después de eso, pasas a ser considerado «restos» que pueden ser cadavéricos u óseos según la velocidad que lleve la biología. ¿Allí sucede igual?

—No. De hecho, creo que la gran diferencia entre Estados Unidos y España, y yo he estado en España visitando cementerios, es que vosotros tenéis unas tumbas en las que pasas un determinado período de tiempo. Es común que en unos años, tras una exhumación por ejemplo, todos esos huesos pasen a un osario. Esto no pasa en Estados Unidos. Allí las tumbas son para siempre y no puedes vender o alquilar nichos. Y un cadáver es un cadáver para siempre. Si tu madre se muere y la entierras en Estados Unidos compras un trozo de tierra bajo la promesa de que es para siempre. El cuerpo nunca se moverá, aunque solo queden unos huesos, se quedará ahí para la eternidad. Es mucho más económico y más respetuoso con el medio ambiente el modelo europeo que es, en realidad, lo que la mayoría de países hacen: que la tumba sea solo un lugar temporal y una vez que se produce la descomposición, te mueven a otro lugar. 

—Si muero en casa y tengo dos perros y una gata viviendo conmigo, ¿se comerán mis ojos?

—La gata lo hará si nadie te encuentra. Se los comerá cuando tenga el hambre suficiente. Los perros, sin embargo, pueden arañar y pueden morder tu cadáver, pero lo harán porque estarán en un estado de mucha ansiedad porque te echan de menos. Se preguntarán qué le está pasando a este humano, despiértate. La gata, sin embargo, espera que la alimentes, lo siento mucho. Creo que hay algo de esto en esa relación tan común de sospecha mutua que mucha gente tiene con los gatos. 

Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.