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Una meningitis bacteriana que se escapó al primer diagnóstico la dejó sin habla, encamada y con dos niños a su cargo; lleva trabajando más de un año para recuperarse del daño cerebral sufrido con tres meses de estancia en la Unidad de Neuro-rehabilitación Quirónsalud Miguel Domínguez

Lois Balado

La historia de Ana encoge el estómago y ensancha el alma. La mujer que posa para la foto, que logra estar de pie, que aún con dificultades da las gracias y explica que está «mucho mejor», es la misma sobre la que había dudas de si podría volver a asearse fuera de una cama. Tenía treinta y tres años y dos hijos cuando una meningitis bacteriana partió su vida en un antes y un después. La fractura sucedió el 17 de marzo del año pasado. Ese día comenzó a caminar mal y a hablar de forma extraña; se sentía «muy mareada». Hizo lo que debía. La recogió una ambulancia, la vieron en el centro de salud y se le diagnosticó gripe A. El virus estaba, pero era un 'también' que camufló la gravedad del cuadro. Al día siguiente estaba «igual o peor», dice su hermana Sara. Ambulancia, centro de salud y el hospital como novedad. Su vida ya era otra.

Un año y unos días después, Ana no recuerda nada de cómo fue el proceso que le llevó de trabajar de camarera en Burela a estar ingresada en la Unidad de Neuro-Rehabilitación Quirónsalud Miguel Domínguez. De su estancia en el HULA, donde se trató durante la fase aguda de la enfermedad, solo recuerda estar «atada»; contenciones mecánicas que emplearon en el hospital para evitar que se autoinfligiese posibles daños debido a los espasmos de una ataxia provocada por la infección. Es lo único que sabe que sí pasó. Sobre el resto, su hermana es su memoria. La que ordena cronológicamente los acontecimientos cuando Ana dice: «No me acuerdo de nada». 

Los síntomas aparecen un jueves. El viernes —en realidad, ya en la madrugada del sábado— obtienen los resultados positivos para meningitis de la punción lumbar. «El martes nos cuentan que no tienen la posibilidad de hacer las pruebas neurológicas necesarias en el hospital de Burela y que la van a trasladar al HULA, en Lugo, porque tiene ''daños cerebrales''. La ingresan el miércoles y el sábado dejó de hablar. Hasta entonces, lo hacía con dificultad, pero el sábado dejó de hacerlo», relata Sara con precisión notarial. Para Ana es un desierto en la memoria, pero en aquella unidad de neurología pasaron muchas cosas; términos médicos como afasia, ataxia o disfagia se convirtieron en vocabulario habitual. «En Lugo ya nos dijeron desde la unidad de neurología que era un caso muy extraño, que había una inflamación muy grande y que sufría una afasia y una ataxia corporal. Son movimientos involuntarios del cuerpo, pero muy exagerados, como si estuviese sufriendo un ataque epiléptico. Y después, la disfagia. No podía ni siquiera beber líquidos. Había que pasárselo todo por el pasapuré. Ella estaba encamada, no se movía; no se aguantaba de pie ni tampoco sentada. Fue la etapa más dura. No se sabía cómo iba a avanzar. Los fisios de Lugo la levantaban de vez en cuando, porque perdió mucha masa muscular tras dos meses totalmente encamada. Incluso la lavaban en la cama. Ahí fue donde el rehabilitador, por la edad que tenía, le propuso para ir a Pontevedra», detalla Sara con el corazón en un puño. Cambio de escena. 

Ana Corral, segunda parte

El telón se vuelve a abrir en Pontevedra, donde Ana recuerda «dende o primeiro día». En total, fueron dos meses de entreacto. En la Unidad de Daño Cerebral de Quirónsalud, donde pasó tres meses gracias a un acuerdo de colaboración con el Sergas, cumplió los treinta y tres y buena parte de los objetivos de su recuperación. De la cama a la silla; de la silla al andador; del andador a los segundos primeros pasos. Aprendió —aunque su voz suene distinta a cómo solía— a hablar de nuevo. No hay adornos narrativos, no existió espacio para valorar lo doloroso, inspirador, bello o aterrador de lo sucedido, solo una determinación firme y, sinceramente, difícil de creer. Tomó decisiones, sus propias decisiones, en un mundo que suele confundir la discapacidad con la incapacidad. De las primeras cosas que pronunció fue su deseo de que sus dos hijos —once y cinco años— no la viesen en el estado en el que estaba. Estuvo seis meses sin verlos, quiso que la esperasen en el final de etapa. Que no en la meta. 

«En Pontevedra se produce el gran cambio. Iba a verla todos los fines de semana, porque entre semana estábamos a tres horas de distancia, y cada vez había algo nuevo. Un fin de semana empezó a comer sólido. Al siguiente, empezó a hablar un poco, mucho peor de cómo lo hace ahora, porque ha habido mucho trabajo detrás. Cada semana era volver a casa con la ilusión de que había avances. Allí mejoró una barbaridad y ella estaba súper motivada porque veía que cada semana lograba cosas concretas. Por esto y por ser consciente en todo momento de que tiene dos hijos y que había que tirar para adelante, ejerció de campeona absoluta», explica su hermana. «Los niños lo son todo», remacha  en una conversación en la que, en cualquier otro contexto, ya estaría todo dicho solo con imaginar la dureza de esos seis meses de separación entre madre e hijos. 

Cuatro frentes

Fisioterapia, logopedia, terapia ocupacional y neuropsicología. Esos fueron los cuatro frentes desde los que se abordó el caso de Ana en la Unidad de Neuro-Rehabilitación Quirónsalud Miguel Domínguez. No hace falta demasiada explicación sobre la importancia de las dos primeras. «Con la terapeuta ocupacional se trabajó para que lograse, por ejemplo, pinchar la comida, agarrar los cubiertos o completar tareas de aseo como lavarse los dientes sola. En definitiva, para tener autonomía. La neuropsicóloga también jugó un papel esencial. Porque hay que aceptar la nueva situación, hasta ese momento, ella no era consciente de nada», recalca Sara. 

Ana Corral, en el Centro de Promoción de la Autonomía Personal de Bergondo, dependiente del IMSERSO.
Ana Corral, en el Centro de Promoción de la Autonomía Personal de Bergondo, dependiente del IMSERSO. ANGEL MANSO

Fuese la ilusión, la necesidad, la motivación o su energía lo que hizo carburar el motor, el caso es que Ana logró avances que solo se dibujaban en los escenarios más optimistas. «El cambio fue enorme. De estar en una cama a que ahora empiece a caminar sola, que pueda comer sola, que hable y que se pueda comunicar». Ese «sola», en boca de Sara, resuena con la fuerza de un manifiesto revolucionario. Es una soledad abrumadoramente poderosa. «Ahora puede agarrar cosas y manejarlas con precisión. Era algo que ella no podía hacer. Antes de llegar a Pontevedra no tenía teléfono, no tenía forma de comunicarme con ella. Ahora está en Bergondo, en el Centro de Autonomía Personal —el lugar en el que Ana pasa la semana laboral tras sus meses de terapia en Pontevedra—, le han puesto un entorno adaptado y ha mejorado muchísimo ese tipo de cosas. Ya anda con el teléfono. Después del alta en el hospital, sus movimientos eran totalmente descontrolados, no estaban secuenciados, su cerebro no era capaz de ponerlos en orden para poderlos ejecutar». De aquella etapa, por muy dura que fuese —que lo fue—, saben que estuvieron acompañadas.

«Moi bo». Así dice Ana que es su recuerdo, porque la palabra resiliencia la debe de haber inventado ella. «El recuerdo es muy bueno, de todas las personas que estaban allí sin poder decir lo contrario de absolutamente nadie. Sinceramente, en Lugo le salvaron la vida, porque está viva, pero en Pontevedra se la devolvieron», adjunta su hermana como corolario y dando, sin saberlo, el titular.

No es el lugar ideal, pero es un buen lugar. Al menos mucho mejor de lo que se intuía desde la casilla de salida. Ana no la recuerda. «Pero yo sí», apunta su hermana. «Sí llegamos a pensar en el escenario en el que estamos hoy, pero como un lugar de esperanza, como un objetivo ideal. Porque cuando la mandaron para Lugo, la frase que recibimos fue: ''Tiene daños cerebrales, a lo mejor hay que lavarla el resto de su vida''». Y se produce un pequeño silencio de apenas un par de segundos de duración y un par de toneladas de peso. 

Los hijos de Ana saben hoy cuál es la situación. Se han adaptado con esa plasticidad para la vida de la que carecen los adultos. «El mayor ya entiende mejor cómo funcionan las cosas y el pequeño sin problema. La verdad es que muy bien. Les explicamos, que ''ahora mami habla un poco raro'' y que también tiene problemas caminando. Pero como ven que va mejorando, todos se impulsan mutuamente. «Ey, mami, ahora ya andas más rápido que la abuela», le dicen», explica Sara. Aunque más lentos, los avances siguen. Y Ana sigue insistiendo en lo que quiere desde el primer día: «Correr detrás dos nenos». «Siempre lo repetía, desde el principio», constata su hermana y compañera en este capítulo de su vida.

Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.