Claudia Pradas, psicoterapeuta: «Los videojuegos y las redes sociales son un arma de doble filo para la salud mental de los jóvenes»
SALUD MENTAL
Los videojuegos ayudan a hacer amigos y crear comunidad, pero pueden generar adicción al activar el circuito de recompensas del cerebro
22 mar 2022 . Actualizado a las 15:40 h.Un café y un podcast de noticias para empezar el día antes de asistir a clases o reuniones por Zoom. A mediodía, una receta para la comida en YouTube o TikTok, hacer la compra a través de una app y, por la noche, un rato de ocio con una serie de Netflix antes de relajarnos con una meditación guiada a través del móvil. Hace ya un tiempo que nuestro día a día está mediado por pantallas. La pandemia no hizo más que acelerar esta tendencia a vivir dentro de la tecnología, como si se tratara de un espacio físico que habitamos. Pero este mundo digital pensado para hacernos la vida más fácil tiene también otra cara.
Para muchos, las redes sociales y las comunidades virtuales, como las que se crean en torno a algunos videojuegos, se convierten en la principal fuente de interacción con otras personas y la participación en estas actividades se vuelve adictiva. Esto es peligroso, no solo porque aleja a las personas de otros intereses y círculos, sino porque, en muchos casos, se trata de ambientes donde puede haber discriminación, comparaciones constantes o incluso agresiones y acoso. Y las personas jóvenes, en su búsqueda de pertenencia a un grupo, están especialmente expuestas a estos efectos negativos.
«Las personas jóvenes están en una etapa de transición en la que buscan grupos de referencia que ya no sean el grupo familiar. Lo que permite la comunidad online es poder generar ese núcleo de referencia fuera de la relación directa cara a cara. Eso ayuda a personas que no comparten intereses con la gente que ven en su día a día a que puedan juntarse y crear comunidad online. El impacto en sí, en general, es positivo, porque te da esa sensación de confort de poder encontrar tu grupo de referencia, de poder relacionarte con iguales. Pero es un arma de doble filo, y está la tendencia a que ese joven pueda aislarse de otros núcleos, otras esferas vitales, por priorizar la comunidad online», explica Claudia Pradas, psicoterapeuta.
Por qué pasamos tanto tiempo en Internet
Para entender la adicción a los videojuegos y el consumo problemático de redes sociales, primero debemos comprender que se trata de entornos diseñados específicamente para atraparnos y captar nuestra atención por el mayor tiempo posible. «Las personas pasan tanto tiempo en internet porque internet, de por sí, es una herramienta que te genera esa adicción. Las redes sociales ya tienen una mecánica adictiva. Ya están hechas para que las consumamos, para que nos generen una dopamina, un bienestar y placer al consumir contenido o participar de una comunidad online. Ya está hecho así. Y también porque, al final, es encontrarse con el grupo de referencia en un espacio seguro. Y, en el caso de que no sea un espacio seguro, es, por lo menos, un espacio de relación y de comunicación», señala Pradas.
En particular, los videojuegos alimentan especialmente este comportamiento, porque, como demuestra un estudio sistémico publicado en Frontiers in Human Neuroscience, jugar puede provocar cambios neuronales relacionados tanto con la estructura como con la organización funcional de ciertas regiones del cerebro vinculadas a la atención, la percepción, la memoria y las funciones ejecutivas. «Además de la propia comunidad online que crea el juego, de personas que comparten la afición por el mismo tipo de ocio, los juegos tienen un sistema de recompensas muy interesante. Cuando terminas un logro, te ganas esa sensación de recompensa, es decir, una descarga de dopamina. Esto tiene una base biológica muy marcada. Por tanto, pueden generar adicción. Es una adicción conductual. Podemos prevenirlo poniendo consciencia sobre el uso del videojuego. No prohibiéndolo, pero sí poniendo consciencia sobre cuándo estás jugando porque realmente estás disfrutándolo, y cuándo estás jugando porque necesitas jugar. Es ahí donde pondríamos una línea», aconseja Pradas.
La consciencia es la clave para que el uso sea equilibrado. Se trata de percibir cuándo el consumo de internet nos puede estar haciendo daño. «Esto puede ocurrir cuando pasamos demasiado tiempo allí, terminamos dependiendo de internet y nuestra fuente de dopamina, de relación social, de interacción con el mundo se reduce a eso. O bien, cuando recibimos agresión de esas comunidades. Ciberacoso, aislamiento desde la red social. Cuando empezamos a sufrir tanto por los participantes de la comunidad, como por la propia comunidad. Otra cosa que también duele mucho es la comparativa a través de las redes sociales. Eso también puede afectar muchísimo nuestra salud mental y es algo que va goteando poquito a poco sobre nuestra salud mental, no nos damos cuenta y acaba afectándonos muchísimo», señala Pradas.
Adicción a los videojuegos y los entornos digitales
Son varias las investigaciones que han demostrado que los videojuegos activan las mismas regiones cerebrales sobre las que actúan las drogas psicoactivas, es decir, el sistema de recompensas. Pero, más allá de lo que notan, con cierta alarma, padres y familiares de jóvenes que viven «pegados» a las consolas o al móvil, estas conductas no pasan desapercibidas para los profesionales de la salud mental: hay un riesgo de desarrollar verdaderos trastornos. De hecho, recientemente, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha incluido la adicción a los videojuegos en su Clasificación Internacional de Enfermedades. Esta adicción no está definida por la cantidad de horas diarias dedicadas al juego, sino por la medida en la que estos consumos y actividades interfieren en la vida cotidiana de la persona.
Para pasar del ocio a la adicción, se deben registrar ciertos síntomas característicos. Una pérdida de control al jugar al videojuego, así como el priorizar esta actividad por encima de todo hasta el punto de dejar de lado sus otros intereses son algunos de los signos clave para detectarla. También podemos sospechar de una adicción cuando la persona continúa jugando a pesar de reconocer los efectos negativos que esto le está trayendo en otros ámbitos de su vida, como pueden ser el laboral o escolar y familiar, así como la salud, la higiene y las relaciones sociales en general.
¿Qué nos predispone a estas adicciones?
Aunque la adicción a los videojuegos puede afectar a cualquiera, «quizás las personas más jóvenes están más expuestas a ello, porque tienen más dificultades a la hora de gestionar sus impulsos, y quizás también personas que tengan más dificultades en socializar en entornos no online, es decir, personas con unos intereses diferentes a lo común, personas que en otras esferas sociales se sientan más marginadas, puedan tender a este recluirse dentro de las redes sociales y las comunidades como puede ser la de los videojuegos», observa Pradas. Por esta misma razón, los videojuegos que se desarrollan en red son los que más causan este tipo de problemas.
En este contexto, se vuelve fundamental ofrecer a los jóvenes espacios seguros fuera del ámbito digital en los que puedan construir o buscar su propia identidad sin temor a ser juzgados, ya que este temor puede hacer que se encierren y se aíslen. «Lo que nos puede predisponer a este tipo de adicciones es la sensación de soledad en el día a día, la búsqueda de un espacio seguro. No he encontrado ningún tipo de correlación con rasgos de la personalidad ni con el autoestima, pero sí se trata de la búsqueda de un refuerzo positivo directo y sencillo. Es una mezcla entre la sensación de grupo, la sensación de lugar seguro, la idea de tener un lugar donde poder compartir algo y tener un núcleo de referencia, sumado al tema de la búsqueda de placer y de refuerzo inmediato a través de una vía bastante sencilla», explica Pradas.
Así, la prevención pasaría por abrir e incentivar la participación en otras actividades. Fomentar el deporte y la actividad física, que son otros estímulos que incrementan la serotonina en sangre y producen un efecto positivo en el estado de ánimo, puede ser una vía importante para lograrlo. Pero la clave está en sustituir el juego o el consumo de redes sociales por otra actividad, como una salida en familia, tocar un instrumento o jugar un juego de mesa.
Tratamiento
Lo complejo de tratar este tipo de adicciones es que, a diferencia de lo que ocurre cuando hay abuso de sustancias, se trata de adicciones del comportamiento. Esto implica ciertos matices en cuanto a la forma de tratar el problema en terapia. Sin embargo, lo primero es, al igual que en cualquier adicción, reconocerla. «Lo que trabajamos ante todo es la detección del problema. Cómo le afecta a la persona el consumo de videojuegos, de redes sociales. Si le afecta a la autoestima, a la autoimagen, si le afecta el tiempo dedicado a ello, si hay ansiedad por no jugar, si estamos hablando de un problema de adicción o de ciberacoso, o de baja autoestima por referenciarse constantemente. Una vez detectado el problema, lo abordamos. Si es de autoestima, buscar maneras de fomentar la autoestima. Si es adicción, hay que hacer un trabajo como en una adicción a sustancias. La diferencia está en que a la hora de trabajar sobre una adicción comportamental, como la adicción a las redes sociales, el objetivo no es que la persona deje de tener redes sociales o deje de jugar videojuegos, sino que tenga una mejor relación con ellos, mientras que en la adicción a las sustancias, como el alcohol, la cocaína o el cannabis, sí se busca que la persona deje de consumir eso. También le ofrecemos al paciente un espacio seguro en la terapia para que pueda hablar del tema sin que se le juzgue. Sobre todo porque, cuando hablamos de este tipo de cosas, se uno se puede sentir súper juzgado y eso es fundamental no hacerlo», explica Pradas.
Pautas para padres
Cuando un niño o un joven dedica muchas horas de su tiempo libre a jugar videojuegos, puede surgir la preocupación de que ese tiempo se esté sustrayendo a otras actividades saludables y enriquecedoras. Cabe recordar que la exposición constante a pantallas representa riesgos para la salud que van más allá de lo psicológico: estos dispositivos pueden interrumpir el sueño y constituyen una forma de ocio sedentaria. Por recomendación de la OMS, los niños de entre 2 y 4 años no deben estar expuestos a pantallas durante más de una hora al día, mientras que en los menores de 2 años se debería evitar el uso de pantallas por completo.
Conforme van creciendo, los niños pueden jugar a videojuegos acordes a su edad. Después de todo, también es cierto que, como demuestran varios estudios, este tipo de actividades estimulan al cerebro y mejoran la atención y la concentración. La clave, como en todas las esferas de la vida, está en el equilibrio y la moderación. Cuando se trata de fomentar un ocio más sano, lo ideal es priorizar las actividades físicas y el deporte. «Aquí, fomentamos otras alternativas de placer o de descarga dopaminérgica que no conlleven el estímulo del videojuego o de la red social», propone Pradas.
Al mismo tiempo, es bueno que los padres puedan hablar con sus hijos acerca de estas aficiones. Entender qué es lo que el niño o el joven más disfruta al jugar y por qué le gusta tanto hacerlo puede calmar las ansiedades de los padres y ayudarlos a identificar si se trata de una actividad lúdica o si está buscando evadirse de la realidad a través de los videojuegos. Estas conversaciones deben siempre plantearse sin juicios, ya que este enfoque será el que permita a la persona abrirse y pedir ayuda si hay algún problema.
En definitiva, no se trata de prohibir o impedir el acceso a estas herramientas. La tecnología nos ha permitido conectarnos con personas de todo el mundo y conocer realidades distintas, potenciando a la vez la creatividad y el aprendizaje. Pero hay que reconocer el límite tras el cual el consumo deja de ser saludable. «El uso descontrolado se gestiona tomando consciencia del uso que le damos a la red. Esto parece una tontería, pero sí que es verdad que no siempre somos conscientes del tiempo que pasamos ahí, porque se estira y se distorsiona bastante la noción de tiempo en este tipo de espacios. Una manera de controlarlo, más que prohibir, es tomar consciencia. Esa sería la clave», concluye Pradas.