Fin de las mascarillas o cómo volver a vivir a cara descubierta: «Si te da miedo, póntela. Nadie te obliga a quitártela»
SALUD MENTAL
Por primera vez en 700 días usar el tapabocas no será una obligación, sino una decisión personal: estos son los efectos psicológicos que trae consigo esta nueva etapa de la pandemia
20 abr 2022 . Actualizado a las 12:02 h.Si tuviésemos que elegir un símbolo de la pandemia, probablemente, serían las mascarillas. Objeto de deseo al inicio de la crisis sanitaria cuando conseguir una se convirtió en prácticamente misión imposible, primero «no eran necesarias», pero después pasaron a ser «totalmente obligatorias, en interior y también en exterior». Costó acostumbrarse a llevarlas, pero ahora forman parte de nuestra vida. La cartera, el móvil, las llaves y, por supuesto, la mascarilla. Volver a vivir a cara descubierta será, cuanto menos, raro para una población que se ha adaptado a vivir, ver y sentir con un tapabocas de por medio. ¿Estás deseando quitártela o eres del grupo que todavía la seguirá usando a pesar de que solo en algunos ámbitos (transporte público, centros sanitarios o residencias) será obligatoria? Dos años es mucho tiempo. Recordemos que, según los últimos estudios, hacen falta 66 días para que se cree un hábito y pueda mantenerse prácticamente de manera indefinida en el tiempo. Dos años en los que hemos aprendido qué son los aerosoles, a diferenciar entre una mascarilla quirúrgica y una FFP2, y hasta a coser las de tela. Nos hemos adaptado a unas normas cambiantes e interiorizado las llamadas 6M (mascarilla, metros, manos, menos contactos, más ventilación, me quedo en casa). Pues bien, a partir de este miércoles todo vuelve a cambiar.
«Lo primero que tenemos que explicar es el fenómeno de la polarización de la toma de decisiones y del bienestar psicológico. Cuando hay un trauma, una mala noticia, o una norma muy estricta, se producen dos polaridades. En el ámbito que nos ocupa, por un lado tenemos a los que cumplieron convencidos y el uso de mascarillas les parece favorable y les ha ayudado a sentirse seguros; en el otro extremo está el rechazo, el no aceptar, el no querer. Ahora mismo se produce el efecto contrario pero también polarizado, están las personas que con el fin de la obligatoriedad se sienten liberadas y, por otro, las personas con desconfianza, miedo, que se sienten amenazadas. La polarización en las actitudes va a estar ahí un tiempo», reflexiona el psicólogo sanitario Diego Antelo.
La responsabilidad individual
El 20 de mayo del año 2020 se publicó en el BOE la primera norma que obligaba a usar las mascarillas. 700 días después llega la responsabilidad individual. Excepto en los lugares cerrados puntuales en los que seguirán siendo obligatorias, cada ciudadano podrá decidir si se pone o no una mascarilla dependiendo de su condición, del lugar o de su percepción de seguridad.
«La parte positiva de todo esto es que, por fin, el ser humano puede ser consciente y decidir si utilizar o no este mecanismo de protección. Por primera vez no nos obligan, cada uno puede decidir. Lo importante es que tomemos conciencia de que, por fin, con todo el conocimiento acumulado que tenemos sobre este virus, cada uno se empodere y tome una decisión», asegura Enrique Soler, psicólogo, profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Educación de la UOC. «Yo lo que recomendaría es que cada uno haga una reflexión sobre su situación personal única. Es decir, nos tenemos que preguntar si tenemos factores de riesgo en cuanto a salud, con quién vamos a estar o en dónde. Por ejemplo, puedes decidir quitártela en un restaurante todo el tiempo, pero ponértela para subir en el ascensor», añade.
Cada uno, a su ritmo
Lo cierto es que, como en todo, cada persona debe encontrar su ritmo para adaptarse al nuevo escenario. «A las personas que ven el fin de esta medida con miedo, les aconsejaría que intenten acostumbrarse a la nueva situación, que deben volver a aprender a socializar sin mascarilla poco a poco. Deben seguir utilizándola cuando la crean necesaria para no tener miedo. Pero se debe ir al ritmo de las normas también ahora para que el problema no se enquiste», asegura Diego Antelo.
El psicólogo relacional Enrique Soler aconseja ir con calma, en un sentido y en otro: «Yo a una persona que, por ahora, no se sienta segura quitándose la mascarilla, le diría que no se la quite. Para qué pasar una ansiedad adicional con toda la que ya tenemos encima propia de nuestra vida, de una pandemia, de una guerra… A quien le dé reparo, le digo que la utilice todo lo que crea oportuno, siéntete seguro. Si sientes miedo, póntela, nadie te obliga a quitártela. Al que sienta lo contrario y decida tirar todas sus mascarillas, le diría que tenga precaución. Hay que recordar que al principio de la pandemia hacíamos lo que fuera por conseguir mascarillas, nos sentíamos mucho mejor con ellas. Ahora es justo al revés. Ni un extremo ni otro. Incorporemos la mascarilla como un cepillo de dientes, es algo que tendré que usar por higiene. La tendré que usar en distintos momentos, quizás habrá épocas que tenga que ponérmela más y otras menos».
Vernos las caras
Lo cierto es que llevamos dos años tratando de sonreír con los ojos, hablando más alto de lo que deberíamos, respirando menos aire puro. Con el fin del uso de mascarillas en interiores se van a recuperar gestos cotidianos casi olvidados. «El lado bueno es que, por fin, podremos comunicarnos libremente sin ese sesgo en la comunicación no verbal. Ver una sonrisa, una expresión determinada, expresarnos con más autenticidad», dice Enrique Soler.
«Quitar las mascarillas nos va a dar sensación de normalidad. Vamos a poder percibir otra vez lo que se transmite con el rostro, que es mucho, e identificar las caras conocidas, que es algo que nos da seguridad», añade Antelo, del Colexio Oficial de Psicoloxía de Galicia.
¿Fin de la pandemia?
El psicólogo Enrique Soler quiere hacer hincapié en que no podemos equiparar la nueva norma que entra en vigor este miércoles con el fin de la pandemia: «Después de tanto estrés pandémico, el hecho de podernos quitar las mascarillas se puede asociar con que esto ya ha terminado, pero no es así. Puede haber cierto peligro en que nos relajemos demasiado. Los extremos nunca son buenos. No es el fin de la pandemia. Necesitamos un delicado equilibrio que estamos tratando de conseguir».
Por su parte, Diego Antelo aboga por el «positivismo» y, aunque llama a controlar la euforia y a seguir teniendo prudencia, opta por «no hacer un drama alrededor de quitarse la mascarilla. Las personas necesitamos alivio social y psicológico. Las personas se tienen que volver a acostumbrar a vivir sin mascarillas, excepto en determinadas situaciones. No podemos fomentar que la gente tenga miedo. Lo cierto es que yo creo que no ver ese símbolo, ese icono de la pandemia, tan constantemente, va a fomentar la tranquilidad. Aunque haya gente que le tenga respeto y miedo, esta medida, con el tiempo, va a ser beneficiosa para la salud mental de todos. Incluso el estar pendiente de ponerte la mascarilla continuamente es una activación cognitiva. Las normas con una dirección cambiante (aquí con mascarilla, aquí sin ella) son muy estresantes y se acaba creando un colapso».
Mask Fishing
Con el fin del uso obligatorio de la mascarilla, hacen aparición nuevos fenómenos como el denominado «mask fishing». ¿Qué significa? Se basa en «catfishing», utilizado para hablar de alguien que suplanta a otra persona en internet con tal de engañar o estafar y se refiere al fenómeno de que una persona parece ser más atractiva cuando lleva una mascarilla puesta. Por eso, preocupa que, sobre todo los adolescentes, teman mostrar sus «imperfecciones o defectos» después de tantos meses enseñando al mundo solo la mitad de su cara.
Una investigación de la Facultad de Psicología de la Universidad de Cardiff (Reino Unido), publicado en la revista científica Cognitive Research Principles and Implications Journal, llegó a la conclusión de que «los rostros se consideraron más atractivos cuando estaban cubiertos por mascarillas médicas y significativamente más atractivos cuando estaban tapados con mascarillas de tela, que cuando no estaban tapados».
Enrique Soler explica que «el ser humano tiene tendencia a completar la información de la cara y siempre lo hace según una ley de la buena forma. Es decir, el que mira termina de completar el rostro con sus preferencias estéticas, los que nos miran nos ven más guapos con mascarilla».
«Complejos siempre los ha habido. Problemas en la dentadura, la nariz, hasta el vello facial. Antes de que llegara la pandemia, las mascarillas no existían para "disimular" lo que creemos que son defectos físicos. En este sentido, con o sin tapabocas, la aceptación es primordial. Ocultar nuestros defectos es solo un parche temporal. Taparnos no es una herramienta beneficio para ningún complejo», recuerda Diego Antelo.
¿Existe realmente el «síndrome de la cara vacía»?
María Campo Martínez, directora de la Fundación Nuevas Claves Educativas y Máster en Orientación Familiar de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), asegura que, durante la pandemia, la mascarilla en la adolescencia ha supuesto «una barrera más, de las que muchos jóvenes tienen para poder cubrir o tapar posibles cambios físicos que sufren», como el brote del acné, el vello en la cara o el aparato de ortodoncia, unos cambios que «les cuesta tanto asumir y que la mascarilla, de alguna forma, ha servido para cubrir».
De otro lado, también subyace el aspecto emocional o más psicológico, ya que «muchos adolescentes, a esa edad, están creando su identidad, reconociendo su interior y aceptándolo», y a «los más introvertidos, más tímidos y más inseguros —prosigue— la mascarilla les ha servicio un poco de protección».
El hecho de quitársela «les supone una dificultad, especialmente añadida, mucho más que, simplemente, un aspecto físico», a lo que se suma «la extrañeza» de no reconocer a la otra persona, pero es algo que también ocurre a los adultos.
«La mayor dificultad de esta situación —asegura— se ciñe al hecho de que los adolescentes no quieran quitarse la mascarilla por un tema emocional».
Ante ello, la pauta de profesionales a padres y profesores en las aulas, explica, es no forzar al adolescente a quitarse la mascarilla, sino tratar de «darle seguridad y confianza», tras comprobar que su reticencia a quitarse esta medida pueda estar más asociada a temas emocionales o de aceptación.
En algunos casos, la recomendación de los especialistas es «recurrir a expertos profesionales, no por el hecho de la mascarilla, sino porque es un detonante, como puede ser otro aspecto que vive el adolescente, y que nos da información de que no está desarrollando una personalidad estable y segura», afirma.
Esta es la situación que, según sus datos, se encuentran los psicólogos y pedagogos, que recomiendan a padres y profesores que «expliquen muy bien a los adolescentes que la mascarilla se puede retirar porque los profesionales sanitarios así lo consideran».
Si detrás de todo ello se aprecia que hay un miedo o una inseguridad en el adolescente, concluye, «hay que ayudar al adolescente a acostumbrarse a retirarse la mascarilla», haciéndolo en entornos más cercanos, de más confianza, con amigos, en los que puedan sentirse más a gusto hasta que, poco a poco, vayan eliminando esa barrera, que está ahí, que es un objeto, que ha detonado una necesidad en otros planos».