Formo parte del 0,1 % de la población que tiene un cociente intelectual superior a 160 y así vivo siendo superdotada

Carmen Sanz Chacón LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Carmen Sanz es creadora del centro El Mundo del Superdotado.
Plataforma Actual

La vida era tan dura que, más de una vez a mis quince años, me planteé si valía la pena seguir viviendo. De hecho, me dije a mi misma que iba a esperar hasta los 20 años, y si las cosas seguían así, desaparecería

22 jun 2023 . Actualizado a las 11:15 h.

Soy Carmen Sanz Chacón, psicóloga de profesión, escritora, conferenciante y superdotada. Cuando yo era niña no se realizaban tests de inteligencia en los colegios, y en los primeros cursos tampoco destacaba por mis notas. Sin embargo, todo cambió cuando una de mis profesoras en el colegio público del pueblecito minero de León donde nací, Doña Octavia, empezó a creer en mi capacidad, a plantearme mayores retos en los estudios y a decirme que yo era capaz. En esa etapa recuerdo que era una niña más bien tímida y triste, que no encajaba con las de mi misma edad en el barrio ni en el colegio. Mis amigas eran las hermanas mayores, de tres y cuatro años más, y con ellas era con las que me sentía más identificada.

También recuerdo burlas de forma repetida en el barrio, quizás porque mis ideas y expresiones eran diferentes. Desde muy pequeña, en ocasiones, tuve que vivir cómo las niñas se agrupaban y me gritaban o se reían de mí. Con los chicos era todavía más difícil porque, como no me callaba, terminaba recibiendo golpes y patadas. Con todo esto, desde muy pronto, empecé a encerrarme en mí misma y a tener muy poca relación con el mundo exterior. Mi mundo personal era la biblioteca del pueblo, en la que podía escoger lo que quería, y así pude leer cosas tan peregrinas para mi edad como libros de antropología, historia de las civilizaciones, historia de la ciencia o cualquier otro libro que cayera en mis manos y me resultara interesante. La bibliotecaria, Mari Carmen, muy cariñosa, nunca puso límites a mi curiosidad. En casa no era lo mismo porque mi madre, buena ama de casa, prefería que aprendiese a bordar, a limpiar y a cocinar, antes que pasarme el día leyendo y de esas diferencias de opinión surgieron muchas carreras para escapar de su famosa «zapatilla», que era el método de enseñanza preferido de las madres de entonces.

Mi maravillosa profesora me envió al instituto dos años antes de lo que me correspondería por edad; sin necesidad de pruebas psicológicas. Mis resultados escolares a partir de entonces dependieron mucho de la sintonía con el maestro de turno. Mi madre estaba orgullosa porque todas sus amigas y vecinas destacaban mis notas, y mis profesores llegaron a decir en público que era la niña más inteligente del instituto (900 alumnos). Esa fue la señal que recibí para dejar de obtener buenas notas estudiando. Mi objetivo era pasar desapercibida totalmente, aunque no lo llegaba a conseguir del todo porque en matemáticas, física, y hasta religión, se empeñaban en seguir poniéndome sobresalientes y matrículas de honor. 

Recuerdo las palabras de un maravilloso profesor de historia, Don Juan, que me preguntó por qué no estudiaba más para obtener mejores notas y, tranquilamente, le respondí que porque no quería obtener buenas notas. Otro profesor, a mis doce años, me preguntó en público si me sentía superior a los demás, y como yo ya había leído un montón de libros de psicología, le dije que no, que yo lo que tenía era un gran complejo de inferioridad y que lo ocultaba aislándome y forjando una coraza alrededor de mí. No me dijo nada más. 

Mi vida social entonces era nula, vivía encerrada en mí misma. No salía de casa y las vecinas le preguntaban a mi madre si «me iba a meter monja». No era así, pero mis escasas salidas sociales siempre terminaban con mi autoestima herida porque no encajaba, no era lo suficientemente guapa, lo suficientemente simpática o accesible. La vida era tan dura, que más de una vez, a mis quince años, me planteé si valía la pena seguir viviendo. De hecho, me dije a mi misma que iba a esperar hasta los 20 años, y si las cosas seguían así, desaparecería.  

En cuanto pude, me fui del pueblo, que me estaba ahogando psicológicamente y me puse a trabajar en Barcelona. Con 15 años continué estudiando el COU y trabajando al mismo tiempo para poder pagarme los estudios, porque mis padres eran muy humildes y en ningún caso me podían ayudar.

La gran ciudad supuso un soplo de aire fresco para mí. Fue una auténtica liberación, y aunque tropecé con muchos desaprensivos y desaprensivas que se aprovechaban de mi necesidad de apoyo y compañía, fui aprendiendo a desenvolverme en ese entorno. Recuerdo un compañero de clase que me parecía guapísimo, al que le hice todos los trabajos en COU mientras él no me hacía ni caso, y otro, que era tan raro como yo, con el que jugaba al ajedrez en el fondo de la clase porque ambos nos aburríamos mortalmente.  

Con 16 años ingresé en la universidad, la facultad de Ciencias Físicas, en donde sí que empecé a sentirme en mi ambiente. Eran casi todos tan raritos como yo y podíamos tener conversaciones diferentes. Dejé de sentirme una marciana. Al mismo tiempo, me sorprendió mucho que la mayoría de mis compañeros me consideraban bastante atractiva e interesante. Años de estudios, política en la universidad, manifestaciones, eran tiempos de cambio en nuestro país. En mi familia nunca entendieron qué era aquello que yo estaba estudiando, ni para qué servía. Ingeniero, abogado, profesor, médico… Pero ¿físico?  

¿Por qué Ciencias Físicas? Porque en mi adolescencia me enamoré de la historia de la ciencia y quería entender cómo funcionaba el mundo. Había visto que, cuanto más avanzaba la ciencia, en las profundidades del átomo más, avanzábamos en nuestra civilización.  

Después me enamoré, buscando el apoyo que nunca tuve en mi infancia y adolescencia, lo encontré, me casé y tuve dos hijos maravillosos. Mis ideas autolíticas desaparecieron para centrarme al 100 % en mi familia y en mi trabajo.

En el ámbito laboral me fue bien, porque después de varios trabajos, conseguí acceder a una gran compañía tecnológica, en la que además de seguir aprendiendo, mis capacidades se empezaron a valorar. Competía con mis compañeros masculinos y tuve que escuchar más de un comentario malicioso ante mis progresos profesionales del tipo «será el amor» o «con esa falda y esos tacones todo es más fácil», además de tener que enfrentarme a situaciones más complejas. Como anécdota, en una reunión de directivos a nivel nacional, con más de 400 altos mandos, el presidente de la compañía quiso conocer en persona a las únicas cuatro mujeres que teníamos un puesto directivo en aquel momento en toda España en su empresa, cuatro de 400.

Profesionalmente, el hecho de ser mujer y la falta de inteligencia emocional y seguridad en mí misma, así como el famoso síndrome de la impostora de las mujeres con altas capacidades, estoy convencida de que me privaron de acceder a mejores posiciones en la compañía, pero aún así no me puedo quejar. Uno de mis jefes me dijo: «Tengo a 20 hombres dispuestos a hacer tu trabajo y no me van a pedir permiso para llevar a sus hijos al médico, tú verás». Me hice feminista a la fuerza, con esto y con saber que mi sueldo estaba siempre por debajo del de mis compañeros con las mismas funciones.

Un día, casualmente, me hice un test de inteligencia y de repente muchas piezas de mi vida empezaron a encajar. No es que me sintiese diferente, es que lo era realmente, formaba parte del 0,1 % de la población que tenía un cociente intelectual superior a 160. Empecé a conocer a personas como yo, en asociaciones que entonces parecían círculos ocultos, y a descubrir que muchos de los problemas que yo había tenido en mi vida tenían mucho que ver con sentirnos diferentes. 

Empecé a investigar sobre la superdotación y decidí que podría ayudar a otros niños como yo y como mis hijos, que habían pasado por etapas similares en su infancia: acoso escolar, baja autoestima y bajas habilidades sociales. Todo ello unido a un gran sufrimiento psicológico, hipersensibilidad y falta de comprensión por el entorno.

En el año 2001 presenté mi primer proyecto para una Fundación, que no prosperó, y en el año 2003 creamos El Mundo del Superdotado. Actualmente, después de 20 años, es ya una organización reconocida a nivel nacional e internacional, no solamente como especialistas en valoraciones y apoyo a los padres, sino sobre todo por el apoyo psicológico que con nuestro equipo, ocho psicólogos con altas capacidades en este momento, y con el Método Darwin que hemos diseñado en el centro, estamos prestando a niños, adolescentes y adultos.

Con el fin de apoyar a otras mujeres brillantes en su desarrollo profesional, siempre he participado en organizaciones empresariales femeninas, llegando a ser presidenta de la Asociación de Mujeres Directivas de Madrid (AMMDE) y de la Federación Española de Mujeres Directivas, Profesionales y Empresarias (FEDEPE), cargos que abandoné voluntariamente para centrarme en trabajar con los niños y adolescentes con altas capacidades.

En el año 2014 publiqué La Maldición de la Inteligencia (Plataforma Editorial) que ha cumplido ampliamente nuestras expectativas porque ha llegado a miles de personas en todo el mundo (traducido al inglés y al chino actualmente). Posteriormente, intenté trasladar las claves que personalmente me han aportado paz interior, en un pequeño libro titulado Las Diez Claves de la Felicidad, y en 2023 se acaba de publicar mi nuevo libro dedicado a las niñas y mujeres con altas capacidades, Destacar o Callar, para ayudar a todas aquellas niñas y mujeres que destacan por su inteligencia y no reciben la comprensión y el apoyo que necesitan por ser mujeres.

En el año 2011 creamos la Fundación El Mundo del Superdotado para intentar influir en las administraciones educativas y cambiar el panorama para los niños con altas capacidades, cuyas necesidades estaban ya recogidas en la ley, pero cuya aplicación práctica era totalmente inexistente. El trabajo con las administraciones educativas de las comunidades autónomas y de los diferentes gobiernos centrales, 6 ministros de educación diferentes que he intentado convencer, ha tenido escaso éxito hasta el momento.

Recuerdo una conversación estos días, junio 2023, con una directora de educación de una comunidad autónoma que me dijo «estamos estudiando los problemas de intentos autolíticos entre los estudiantes de nuestra comunidad, y muchos de ellos tienen altas capacidades». Queda muchísimo por hacer, pero creo que estamos en el buen camino. Afortunadamente, como decía uno de mis jefes en la multinacional en la que trabajé 20 años, «los superdotados sois inasequibles al desaliento». 

Carmen Sanz Chacón 

Directora de El Mundo del Superdotado www.elmundodelsuperdotado.com

Presidenta de la Fundación El Mundo del Superdotado

www.fundacionelmundodelsuperdotado.es