Luis Miguel Real, psicólogo: «El hecho de dedicar algo de tiempo a pensar en aquellas cosas que nos preocupan, tiene una función»
SALUD MENTAL
El especialista asegura que el enfado es su emoción favorita, porque «es la que veo más útil en terapia»
23 jun 2023 . Actualizado a las 15:59 h.No pienses en un oso verde. ¿Eres capaz? Seguramente no. El psicólogo clínico Luis Miguel Real considera que no es posible. «Si tratamos de no pensar en un oso verde, este aparece y no hay método ni disciplina que valga para que se esfume». Y lo mismo sucedería con el resto de nuestros pensamientos. Se meten en nuestra cabeza y no hay forma de sacarlos de ahí. «Cuanto más nos esforzamos en dejar de pensar en nuestras preocupaciones o en aquello que nos causa angustia, paradójicamente, más nos obsesionamos y más sufrimos con ese tema», añade. Por ese motivo, el especialista en tratamientos contra las adicciones ha escogido justamente ese título para su nuevo libro. Hablamos con él sobre las claves para convivir en paz con nuestra mente. O, por lo menos, intentarlo.
—¿Es posible bloquear nuestros pensamientos?
—Es imposible. En el momento en el que se intenta no pensar en algo, más pensamos en eso. En la práctica, cuando nos vienen pensamientos negativos o preocupaciones que son desagradables o incómodas, se acaban quedando ahí durante un tiempo. La gente va buscando maneras de distraerse, se dice a sí misma que no debería de estar pensando en eso, pero no es posible.
Después de la publicación de muchos libros de autoayuda, es común pensar que es posible bloquear las emociones y los pensamientos negativos. Corrientes de coaches, sin ninguna formación en psicología, que nos van trasladando esas ideas de que solamente por fuerza de voluntad y pasión, uno puede dejar de pensar en las cosas que le hacen daño. Cuando no es posible y, además, no es recomendable, porque el hecho de dedicar algo de tiempo a pensar en aquellas cosas que nos preocupan, tiene una función. Nos ayudan a intentar buscar posibles soluciones a esos problemas o a encontrar y convivir mejor con esos pensamientos. La vía no es negarnos que hay situaciones difíciles en el día a día, es aceptar que están ahí. Ese es el primer paso.
—¿Cómo convivir con una preocupación o emoción negativa?
—Voy a dar un ejemplo reciente. Cuando empezó la pandemia, hubo mucha angustia por millones de razones diferentes. Pero una de ellas fue que muchas personas estaban obligadas a encerrarse en casa y a cerrar temporalmente sus negocios. Me estoy acordando de algún paciente de terapia, que estábamos trabajando de manera online. Esta persona tenía una tienda y me comentaba que estaba muy angustiada. No podía parar de pensar en qué iba a hacer porque toda su familia dependía de ese restaurante que no sabía cuándo iba a poder abrir. Y yo le comentaba que cómo iba a dejar de pensar en eso ante una situación tan marciana e inusual como fue la pandemia. Tenía todo el sentido que lo pensara, porque era una amenaza. ¿Qué vas a hacer si se acaba el dinero y ya no puedes alimentar a tu familia?
—Buscar alternativas.
—Sí, vas a tener que pensar en maneras de atravesar esta crisis. Esa preocupación, al final tenía una función. La persona tenía que dedicar tiempo a pensar para poder encontrar una posible solución. Uno de los deberes o tareas que le propuse a esta persona fue, todos los días, elegir un momento para dedicar al menos una hora a pensar a propósito sobre este tema. Analizar lo que está pasando, mirar opciones. Obviamente te causa angustia porque es una amenaza, pero funcionan así. Nos causan angustia para motivarnos y así resolverlas lo antes posible. Y en el momento en el que esa persona, digamos, despatologizó y validó esas emociones, se dio cuenta de que eran normales y comprensibles debido a las circunstancias. Y empezó a sufrir menos. Por supuesto que estaba constantemente pensando en qué iba a hacer con su negocio y cómo la crisis del coronavirus le iba a afectar, pero el hecho de verlas de otra manera le ayudó a interpretarlas también de manera diferente. Una posibilidad creativa ante los problemas.
—¿Entonces nuestras preocupaciones son una forma de que mejoremos en nuestra vida?
—Exactamente eso. Nos preocupamos por las cosas porque las percibimos como posibles amenazas. Por supuesto que hay ocasiones en las que exageramos y le ponemos demasiado hierro al asunto, pero es que muchas preocupaciones de nuestro día a día son funcionales. El intentar no pensar en ellas es lo que nos va a traer problemas. A veces nos atascamos intentando posponer dedicar tiempo a darle vueltas a algún asunto al que tenemos que buscar una solución. Y, precisamente por esperar y posponerlo, el problema acaba empeorando cada día más.
—¿Podría proporcionar un ejemplo?
—Imaginemos que tengo miedo a ir en metro. Cuando bajo, me da claustrofobia, mis pensamientos automáticos son que me va a faltar el aire o que me va a pasar algo. Si la persona empieza a evitar ir en metro y un día se ve obligada a utilizarlo porque tiene que ir a un sitio en concreto urgentemente, como hace tiempo que no se ha expuesto a esa situación, hay muchas probabilidades de que la persona al bajar al metro le de un ataque de pánico. Ocurre por no exponerse poco a poco para ir superando ese miedo. Al igual que con la mayoría de pensamientos o preocupaciones. Cuando menos nos exponemos a esas cosas que nos dan miedo o nos preocupan, más nos afectan. Es una manera de entrenarnos para que las cosas nos afecten un poco menos. En el momento en el que yo solo evito todos los pensamientos que me parecen inconvenientes, me voy a volver mucho más vulnerable. Tenemos que aprender a ver con normalidad que a veces se dan situaciones difíciles y no pasa nada. El hecho de preocuparnos o tener miedo de algo no dice nada malo de nosotros. No quiere decir que seamos malos gestionando los problemas. Simplemente es parte de la vida, que es mucho más que estar contentos constantemente.
—¿Qué importancia tiene marcarnos límites con las personas?
—Comunicarnos o convivir con otras personas es de lo más difícil del mundo. Las partes más difíciles de la vida son las que tienen que ver con entendernos con otras personas porque no podemos leerles la mente. Cada uno de nosotros tenemos nuestras particularidades y necesidades y, por eso, para convivir bien, tenemos que ponernos límites. Informarles sobre lo que necesitamos y queremos. Cuando hablamos de red flags o banderas rojas nos referimos a comportamientos de otras personas que ya tenemos más o menos aprendido que no nos gustan y que no queremos para nosotros en nuestra vida. Y eso no significa que tengamos que alejarnos de esa persona enseguida. Podemos darle una oportunidad avisándole: «Oye, mira, eso para mí no está bien. Te agradecería que no lo hicieses». Tenemos que informar a las otras personas sobre nuestras necesidades y darnos el permiso de aceptar que no tenemos que aguantar todo.
—Puede ser difícil decir «no».
—Aquí ya nos podemos meter en el tema de cómo algunas personas se quedan atrapadas durante años en relaciones que no funcionan por el miedo a quedarse solas y a que otras personas no les quieran. Es difícil admitir que una persona ha sobrepasado nuestros límites y líneas rojas. Es difícil e incómodo de decir, pero nos ayuda a proteger nuestra salud mental. Porque si no comunicamos nuestras necesidades, las personas no saben qué tienen que cambiar para ayudarnos. Por no decir nada podemos terminar encerrándonos en relaciones súper tóxicas durante muchos años.
—¿Entonces es posible que una persona cambie por nosotros?
—No es buena idea esperar a que la otra persona cambie. Tenemos que dejar de machacarnos y entender que, a lo mejor, no nos conviene seguir teniendo contacto con esa persona. Queramos o no, lo que hacen las otras personas a nuestro alrededor nos afecta. No es una cuestión de actitud. Odio mucho esta frase tan popular: «La gente no puede hacerte daño, solo pueden hacerlo si tú se lo permites». Es una frase extremadamente tóxica porque da a entender que si algo te disgusta, es culpa tuya y que la otra persona no tiene ninguna responsabilidad sobre las consecuencias de sus acciones. Y no, sí que la tiene.
—¿Qué es la culpa?
—Una emoción muy compleja. Suele ser difícil de trabajar. Podemos decir que esa una especie de variante de la tristeza, que es una de las cuatro emociones básicas. La culpa es algo más complejo y la solemos sentir cuando percibimos que hemos hecho algo mal con respecto a nuestro sistema de creencias, nuestro sistema moral y ético. Es cierto que puede ser paralizante y puede hacer que nos atasquemos simplemente en sufrir y decirnos a nosotros mismos que somos malas personas. Ahí puede ser muy negativa, pero también es una emoción que tiene un valor porque nos puede ayudar a darnos cuenta de que hemos hecho algo que no iba con nosotros. Algo que era contrario a nuestros valores y principios éticos. Nos puede ayudar a corregir nuestros patrones de conducta o a darnos cuenta de que durante años hemos estado arrastrando algún valor, regla o principio moral que ha sido impuesto. También hay que hacer una distinción entre culpa y responsabilidad. Podemos ser más o menos responsables de una serie de actos y consecuencias, pero la culpa es simplemente una emoción que surge cuando creemos que hemos hecho algo en contra de esos valores a nivel interno.
—¿Es cierto que el tiempo todo lo cura?
—No diría que el tiempo lo cura todo. Lo que hacemos con ese tiempo sí puede curar algunas cosas. Por ejemplo, una persona puede salir de una ruptura y podemos decirle que con el tiempo se va a sentir mejor, pero es que eso va a depender de lo que la persona haga con ese tiempo. Imaginemos que esta persona se está todo el rato mandando mensajes a su ex, vigilándole por redes sociales, dándole vueltas constantemente a que necesita volver y que tiene que encontrar la manera para convencerle de que vuelvan juntos porque no va a ser feliz nunca. Ahí el tiempo no va a curar absolutamente nada. Si esa persona sigue con esos patrones de conducta lo más normal es que siga empeorando con el tiempo. No debemos poner nuestro foco en el tiempo que pasa porque para cada situación y persona va hacer falta más o menos tiempo. Lo más importante son nuestros patrones de conducta. Qué es lo que hacemos. Pueden pasar muchos años desde algún suceso emocionalmente intenso y que la persona siga sufriendo mucho porque no lo ha procesado bien. Porque a lo largo de ese tiempo no ha hecho cosas que le ayudasen a pasar página.
—¿Enfadarse tiene beneficios?
—El enfado es mi emoción favorita. Es la que día a día, en terapia, veo como la más útil de todas. Incluso más que la alegría, tan sobrevalorada con los libros de autoayuda. El enfado tiene una función de defendernos ante situaciones que consideramos injustas, abusivas. Una persona que no se permite expresar el enfado va a ser carne de cañón para que otras personas la manipulen y se aprovechen de ella. Sin embargo, cuando otra persona sabe convivir bien con enfado y expresarlo de manera sana, acorde a sus circunstancias, se vuelve extremadamente poderosa porque es capaz de protegerse mucho mejor de los desafíos o manipulaciones de otros.
—Puede ser una emoción que asuste.
—Sí, la mayoría de la gente se asusta con el enfado porque asocian enfadarse con tener conductas violentas, cuando son dos cosas completamente diferentes. Por supuesto, una persona que expresa mal el enfado puede llegar a conductas extremas de gritos, pegar un golpe a la mesa, faltar el respeto, utilizar la violencia, etcétera. Es una manera insana y disfuncional de mostrar el enfado. En cambio, es sano, con la mayor asertividad del mundo, expresar a la otra persona que eso que ha dicho o hecho no te ha gustado: «Me ha parecido mal por esta razón y me está enfadando que esto esté yendo así y necesito que encontremos una solución». La conversación se puede llevar con toda la amabilidad y respeto del mundo. De hecho, la gran mayoría de cambios sociales que hemos logrado a lo largo de la historia vienen del enfado. Hoy las mujeres pueden votar porque una serie de personas se enfadaron hace muchos años. Hoy tenemos un salario mínimo o una jornada con unas horas máximas de trabajo porque una serie de personas se enfadaron en un cierto momento. Es una emoción extremadamente poderosa para protegernos tanto a nosotros mismos como a las personas que nos importan.