María Velasco, psiquiatra infantojuvenil: «Los niños no pueden pensar que todo lo pueden elegir, ni siquiera los adultos podemos»
SALUD MENTAL
La autora de «Criar con salud mental» cree que los niños de hoy crecen sin las fortalezas para afrontar las cosas más normales de la vida y nos explica cómo podemos equilibrar una balanza entre amor y límites
18 jul 2023 . Actualizado a las 17:48 h.«En contra de lo que pueda parecer, ser madre y padre hoy en día es más difícil que nunca. Se empieza a hablar del "síndrome del progenitor quemado", como la nueva 'enfermedad' de los países ricos, que pone de manifiesto el enorme estrés que supone para la mayor parte de las madres y los padres de hoy en día la crianza de sus hijos», así comienza Criar con salud mental (2023, Paidós), el libro de María Velasco, psiquiatra infantojuvenil en el Hospital Universitario Ramón y Cajal de Madrid. Dice la experta que parece que para ser madre y padre hay que tener un grado, un posgrado y un máster. Una generación de padres que saben de medicina, psicología, psiquiatría, nutrición, deporte. ¿Te sientes identificado? Seguro que muchas respuestas serán afirmativas. El problema es que, al mismo tiempo, la soledad no deseada es un sentimiento cada día mayor que inunda a niños, jóvenes y a esos padres que intentan ser perfectos.
—Tratamos de planear la crianza de nuestros hijos como un objetivo y una tarea más de nuestras apretadas agendas. ¿Qué nos pasa?
—Yo creo que es un tema narcisístico, es un tema de no querer renunciar a nada, de creer que podemos con todo y que todo podemos saberlo. Es un tema de ego porque, si realmente quisiéramos saber qué necesitan realmente nuestros hijos, sabríamos que lo que necesitan es tiempo, escucha, respeto. Así que creo que es una necesidad propia, narcisista, la que nos hace querer hacerlo todo y saberlo todo. No tenemos esa capacidad de renunciar, o de reconocer que no sabemos algo o, simplemente, que no podemos con todo. Queremos ser pareja perfecta, madre perfecta, trabajadora perfecta, tener la casa perfecta. Todo en una exigencia muy narcisista e individualista sin aceptar nunca la falta.
—Llevas 16 años escuchando a padres y madres en consulta con sus hijos, ¿estamos psiquiatrizando el sufrimiento que conlleva vivir?
—Hasta antes de la pandemia había un estigma muy grande y un tabú sobre todas las palabras que tenían que ver con enfermedades mentales y ahora hablamos como si todo fuera una enfermedad mental. Todo es un trauma, tengo una depresión… Los adultos podemos comprender que es un lenguaje, pero para los adolescentes y los menores es una realidad. Además, no les estamos educando en fortalezas para poder resistir y comprender que la vida va también de cosas a las que renunciar, de sufrimientos que hay que tolerar, de discusiones que hay que poder manejar… En cambio, es todo el “tú puedes, tú lo vales”. Ellos crecen así, sin las fortalezas para afrontar las cosas más normales de la vida, hemos psiquiatrizado el dolor humano, pensamos que es también una enfermedad y eso nos lleva a que queramos que un psiquiatra o un tratamiento farmacológico nos lo quite. Así que seguimos con esa idealización de la vida en la que, si yo tengo un problema, alguien me lo tiene que quitar. No es que sean cosas de la vida, sino que alguien tiene que responsabilizarse de algo que me está pasando y no soy yo. Eso es un problema.
—¿Cómo han cambiado tus pacientes a lo largo de estos años?
—Por un lado, lo bueno de que se consulte más es que estamos haciendo muchos diagnósticos precoces de autismo, de cuadros depresivos. Pero también es verdad que a veces las madres y los padres delegan en un psiquiatra o en un psicólogo algo que tienen que hacer ellos, que forma parte de la crianza. Ahora, cualquier niño que no está dentro de la norma, ya lo traen por si tiene un TDAH o cualquier trastorno que pueda justificar cosas que muchas veces son normales. Parece que con una pastilla o con un diagnóstico arreglamos cosas que, muchas veces, forman parte de la vida. Así que han aumentado las dos cosas, el sufrimiento humano, en concreto también el de los menores porque están muy solos, muy perdidos, no encuentran motivos por los que vivir porque les hemos vendido mucho estilo de vida y mucha filosofía que no es cierta; pero también ha aumentado esa demanda en donde se han psiquiatrizado las circunstancias de la vida.
—La infancia más precoz y la adolescencia, son los dos períodos de nuestra vida en los que somos más vulnerables cerebralmente. Como padres, ¿cómo debemos entender estos dos momentos?
—Tenemos que comprender todo esto como un recorrido, que lo que estamos haciendo está forjando el aparato psíquico de nuestros hijos. No solo es aprender a leer, estamos forjando su identidad, sus fortalezas o inhibiendo el desarrollo de una serie de capacidades que, si nosotros les ayudáramos, las desarrollarían. Y esa ayuda es una balanza entre el amor y la frustración, porque ayudar no es ponerlo todo fácil, no es darlo todo, es también dejar que nuestros hijos crezcan y aprendan esas capacidades como la empatía. Esos dos períodos son muy importantes y quiero recalcar que no te la juegas en un día, que hay padres muy agobiados por esto, porque un día han perdido los papeles y creen que ya está el niño traumatizado. No, esto es un tema de un recorrido y el pensar que lo que estás haciendo día a día va a determinar el desarrollo psíquico de tu hijo.
—La palabra vínculo aparece muchas veces en el libro, hablando de esa importancia de crear un vínculo con nuestros hijos. ¿Cómo?
—La crianza se ha convertido en una tarea más de los padres como hacer deporte, ir a trabajar… Se cree que con los hijos es igual, hay que hacer esto y esto, como si fuera otro rol que tiene que ser efectivo, rentable, que tenemos que sacar rendimiento. Pero hay que volver a hablar de vínculo porque hay que comprender que estamos hablando de una relación humana. Un hijo no es alguien que nos pertenece ni que va a cumplir con nuestros deseos. Es un ser que se está desarrollando y al que tenemos que cuidar, pero con el que tenemos que establecer una relación interpersonal. Nos tenemos que conocer mutuamente, le tenemos que respetar y nos tiene que respetar. Es verdad que es un vínculo distinto al de los demás, es una relación jerarquizada y de cuidados, pero es un vínculo y, a veces, se nos olvida.Se hace con los hijos como si tuvieras que estar marcando las casillas: duchados, cena lista, deberes hechos. Pero es una relación afectiva, tenemos que saber qué tal en el colegio, los nombres de sus amigos, preguntar qué es lo que quiere o lo que no, cosas que requieren tiempo.
—Tenemos poco tiempo, en general, para disfrutar de nuestros hijos, ¿cómo deberíamos aprovecharlo?
—Yo primero daría el consejo de que la gente pensara bien cuáles son sus prioridades. porque seguro que todos podemos reorganizar determinadas cosas solo durante una temporada, que es el tiempo de la crianza de tus hijos. Los hijos muchas veces no caben en nuestras agendas hiperapretadas porque vivimos en una sociedad en la que no podemos renunciar a nada. Lo primero que tenemos que hacer es un replanteamiento honesto de la vida y ver si lo que domina nuestro día a día son cosas voluntarias o nos hemos sumado a lo que la sociedad dice que tenemos que hacer. Una vez que hayas podido hacer eso y hayas sacado, seguro, un poquito más de tiempo, estate con tu hijo. Deja el móvil, olvídate de todo, tírate en la alfombra y pasa un rato con él. Que vea que le miras, le escuchas, le preguntas; y si no hay nada que decir, pintad juntos, jugad juntos, ir a dar un paseo.
—«Las proyecciones, cuando son masivas, imponen a nuestros hijos una identidad. Profetizan lo que tememos que serán», ¿cómo se explica esto?
—Todos hacemos proyecciones en los demás, son mecanismos mentales que hacemos de forma inconsciente siempre. Pero cuando hacemos una proyección masiva, proyectamos completamente en nuestro hijo porque es un ser que está construyendo su personalidad y que depende por completo de nosotros, ahí es cuando imponemos una personalidad, unos motivos por los que hace o deja de hacer, un modo de pensamiento, y nuestros hijos lo van a asumir. Ellos van a ser eso que nosotros imponemos, si es una proyección masiva no vamos a ser conscientes de ella. Eso crea un sufrimiento en los menores.
—Soledad no deseada. Es común hablar de ello en las personas mayores, pero es un sentimiento que también crece en niños y jóvenes.
—Sí, totalmente. Hay que tener en cuenta que nos disfrazamos de algo para mostrarle a los demás, es algo que demuestran perfectamente las redes sociales, estamos perdiendo la espontaneidad y la capacidad de mostrarnos como realmente somos. Esto crea mucha soledad porque nuestro yo verdadero se siente muy solo. Esta soledad actual no deseada se mezcla también con una falta de sentido de la vida.
—¿Por qué dice que la maternidad y la paternidad son un duelo?
—Porque es un paso de etapa en la vida, tienes que hacer un duelo de muchas cosas. Los duelos son trabajos psíquicos para pasar de un estado a otro. Cuando eres madre o padre tienes que renunciar a determinados papeles tuyos y reelaborar otros. Es un duelo porque hay cosas que se pierden, una libertad que queda atrás, una relación de pareja que se tiene que modificar. Hay cosas a las que tendremos que renunciar, temporalmente, otras cambian y no volverán. Pero la maternidad y la paternidad no es algo, como pensamos, que llegará y será una cosa más que podremos afrontar perfectamente y sin ningún tipo de conflicto.
—Queremos ser perfectos como padres y que nuestros hijos también sean los hijos perfectos. ¿Cómo nos marcan y afectan las expectativas?
—Nos agotamos con cosas que no merecen la pena, nos sentimos muy frustrados porque no llegamos a esos ideales, y esa rabia y esa frustración hacen que nos alejemos de nuestros hijos.
—Modelo autoritario, modelo protector y estilo negligente, lo cierto es que ahora mismo los estilos de crianza son objeto de debate, estudio, conversaciones en el día a día entre padres. ¿Qué debemos tener en cuenta y cuáles son los ingredientes básicos de la crianza?
—Una balanza entre el amor, la estabilidad, el estar ahí siempre, la seguridad; y en el otro lado, los límites, que te enseñan que hay otros a los que respetar, que hay un mundo al que adaptarse, que no podemos con todo y que no lo merecemos todo. En ese equilibrio entre el amor incondicional y permanente, el vínculo seguro; y la función que tenemos como padres que es la de poner límites, la autoridad, la de la ley, está una crianza con salud mental.
—¿Qué peligros tiene la sobreprotección?
—Unos peligros enormes porque crías niños muy narcisistas que no han desarrollado la empatía, ambiciosos, voraces en todo, que no saben aceptar un 'no', que no toleran la frustración, que utilizan a los demás como objetos y, además, que no van a poder cambiar. Una vez que uno tiene esta visión en la vida, que uno crece así, ya no se puede cambiar. Lo que piensas cuando eres un adulto que ha sido criado así, y te va mal, es que los demás tienen la culpa. Realmente es muy peligroso, estos niños serán adultos incapaces de adaptarse a una relación, a un trabajo , a la vida real.
—Tenemos mucho miedo ahora a traumatizar a nuestros hijos y aquí entra en juego la importancia de una palabra, el «no».
—El 'no' es un límite constructor, es fundamental. Forma parte de la realidad y es una palabra que nos construye dándonos la posibilidad de adaptarnos a esa realidad frustrante, a veces dolorosa. El no es el límite donde aparece el otro, es tan importante como el sí, o más.
—¿De dónde viene ese miedo a traumatizar?
—Tenemos más conocimientos, pero no los manejamos bien y a todo le llamamos ya traumatizar. Como queremos tener unos hijos perfectos y, sobre todo, ser unos padres perfectos, sentir que no hemos hecho bien la crianza de nuestros hijos es algo que no podemos tolerar. Tenemos demasiada información mal entendida.
—Preguntarles no es siempre algo positivo.
—El respeto y la igualdad son dos palabras que nos han confundido terriblemente. La igualdad no es darles a todos lo mismo, es darle a cada uno lo que necesita para que todos lleguen al mismo objetivo. Tenemos tanta información, que a veces nos impide utilizar el sentido común. Muchas madres me dicen en la consulta, por ejemplo, «Por las mañanas le pregunto a mi hija, ¿te quieres poner la falda o el vestido? y el día que vamos con prisa o llueve y tiene que ir de pantalón, me monta una tremenda». Hay que saber para qué les hacemos elegir y en qué cosas escuchamos su opinión, por su puesto que es importante porque les estamos validando, pero no en todo porque tiene que haber una jerarquía. Los niños no pueden pensar que todo lo pueden elegir, ni siquiera los adultos podemos. Hay que educar con más sentido común, entendiendo que lo que estamos enseñando tiene una repercusión, está construyendo a nuestros hijos, les va a habilitar o inhabilitar para comprender cómo va la vida.
—Cada vez hay más jóvenes que se autolesionan, que intentan quitarse la vida, con depresión, ¿qué está pasando?
—Esto daría para un libro entero, pero tenemos adolescentes cada vez con un mayor sentimiento de soledad, con menos motivos por los que vivir porque les hemos dibujado una vida que no existe. Crecen pegados a las pantallas que también dibujan un mundo que no es real, nadie les ha contado de qué va la vida. Cada vez hay menos capacidad de poder enfrentarse a la vida, de estudiar, de poder establecer relaciones, de adaptación al mundo real.
—Querer que nuestros hijos sean inmensamente felices puede dañarlos, pero, ¿qué podemos hacer para que crean que su vida merece la pena?
—Hay que criar con salud mental y eso es un paso más allá. Es ayudar a nuestros hijos a que desarrollen sus capacidades para hacer frente a la vida, potenciar sus fortalezas. Hay que pensar si las cosas que hago son por mi o por ellos, como mandarlos a miles de extraescolares. Los niños necesitan estar en casa jugando. Ese sentimiento de llenar, de hacer feliz a alguien, es una quimera, es una mentira. Lo que nos llena a los humanos es otra cosa, lo que nos trasciende. Sentimientos como ayudar a los demás, lograr algo por uno mismo.