Rosa Molina, psiquiatra: «Mantener niveles saludables de presión arterial, colesterol y azúcar en sangre puede contribuir a un cerebro sano»
SALUD MENTAL
La doctora destaca que existe «un agotamiento fruto de una sociedad que promueve la productividad y se olvida de vivir»
25 ago 2023 . Actualizado a las 14:21 h.Rosa Molina es investigadora, docente y psiquiatra en el Hospital Universitario Clínico San Carlos de Madrid. Confiesa que, entre esas cuatro paredes, lo que más suele escuchar son trastornos como ansiedad, depresión o estrés crónico. Pero también, «desmotivación entre los más jóvenes, que en muchas ocasiones habiéndolo recibido todo, presentan una pérdida de sentido o no encuentra un propósito para su vida». Tal vez ese sea uno de los motivos que la han llevado a otro terreno más allá de la clínica: la divulgación. Primero, a través de sus redes sociales. Y después, con el lanzamiento del podcast De piel a cabeza, junto a su hermana, la dermatóloga Ana Molina.
La doctora nos desgrana las claves para cuidar nuestra salud mental, profundiza en trastornos como la depresión y la ansiedad, y confiesa qué se sabe (y qué no) sobre uno de los grandes desconocidos de nuestro cuerpo: el cerebro.
—¿Sabemos poco sobre nuestro cerebro?
—Creo que cada vez sabemos más, pero está claro que estamos ante el órgano más complejo, en el que todavía hay muchas incógnitas. Andamos todavía lejos de entender la subjetividad del ser humano y qué es lo que sucede en trastornos como la esquizofrenia.
—¿Considera que la esquizofrenia es una de las enfermedades más desconocidas?
—Sí, es una de las más complejas. Hay un montón de síntomas para los que tenemos menos hipótesis o explicaciones. Por ejemplo, en la depresión, sabemos que hay algunas que tienen que ver con procesos cognitivos: cómo percibimos y vemos la realidad. También en base a nuestras relaciones de apego en la infancia, cómo vemos y entendemos el mundo. Es decir, hay hipótesis explicativas, mientras que en la esquizofrenia, son hipótesis varias y complejas.
No tenemos una única hipótesis para ningún trastorno mental, porque todos los consideramos biopsicosociales. Es decir, todos tienen un poco de vulnerabilidad biológica, de nuestros rasgos de personalidad y nuestra forma de afrontar las situaciones. Aunque dependen un poco de eso, creo que la esquizofrenia es la que tiene más preguntas sin contestar. Se producen las alucinaciones, los delirios, la pérdida de contacto con la realidad, para los que no tenemos respuestas.
—Me decía antes que cada vez sabemos más sobre el cerebro. ¿Cuáles han sido los grandes avances de los últimos tiempos?
—Se ha avanzado en la comprensión de cómo se conectan las redes neuronales en el cerebro, un campo conocido como conectómica. Se ha profundizado en cómo el cerebro adquiere y almacena la información. Y se ha investigado sobre cómo el cerebro procesa las interacciones sociales y las emociones. La investigación en esta última área ha proporcionado información sobre la empatía, la teoría de la mente y cómo los circuitos cerebrales están involucrados en la comprensión y respuesta a las emociones de los demás.
—¿En qué sentido?
—La empatía sería como una parte de la teoría de la mente. A finales de los 90, el equipo de Giacome Rizzolati, experimentando con monos, buscaban qué áreas cerebrales se activaban con ciertos movimientos. Vieron que se activaban lo que luego se llamaron neuronas espejo. Son conductas de imitación. Neuronas que median ese contagio emocional. Cuando ves a alguien triste, empatizamos con ese estado gracias a nuestras neuronas espejo. Hacen de espejo del otro y se activan en la interacción social. Es uno de los descubrimientos más relevantes del último siglo.
—También se ha descubierto que el cerebro es mucho más adaptable de lo que se pensaba.
—Sí. La neuroplasticidad se refiere a la capacidad del cerebro para reorganizarse y adaptarse en respuesta a nuevas experiencias, aprendizaje y lesiones. Además, se ha encontrado que en algunas áreas del cerebro, como el hipocampo, ocurre regeneración neuronal en la edad adulta.
Se suele comparar el cerebro con un músculo, cuando en realidad, no lo es. No tiene la capacidad de atrofiarse o hipertrofiarse, pero sí de establecer nuevas conexiones, nuevas rutas y caminos, que son dos palabras que suelo utilizar mucho. Cuanto más lo entreno, más capacidad tengo de buscar nuevas soluciones al mismo problema. Por ejemplo, la capacidad de resolución de problemas sería un asunto de neuroplasticidad, de flexibilidad cognitiva. La neuroplasticidad es capacidad para adaptarse.
—¿Cómo se reorganiza y adapta el cerebro después de una lesión?
—Esto es novedoso. Ahora existe un tipo de terapia que, cuando sufres un infarto o tumor cerebral, terminan de inhibir las zonas vivas que hay alrededor de esa lesión para estimular que se active la zona contralateral del otro hemisferio. Eso son mecanismos de neuroplasticidad del cerebro. Es decir, compensar, con otras regiones cerebrales, esa función que se ha perdido. Si tienes un tumor en el área del lenguaje, lo que hacen ahora los neurólogos es inhibir lo poco que quede de ese área, las pocas neuronas que queden activas, las inhiben y fomentan que el lado contralateral del otro hemisferio empiece a trabajar para producir esa rehabilitación del lenguaje. Todavía estamos en bragas, entre comillas. Pero es una evolución saber que el cerebro puede buscar otra rutas para compensar ciertos déficits.
—¿Cuáles son las claves de un cerebro sano?
—Un cerebro sano es esencial para promover una vida plena y un bienestar. Existen algunas claves en las que, sin duda, podemos influir. Por ejemplo, en las relaciones sociales y emocionales. Las conexiones sociales significativas y mantener relaciones saludables puede tener un efecto positivo en la salud mental y emocional —y a su vez, beneficia el cerebro—. También una alimentación equilibrada y rica en nutrientes, incluyendo alimentos ricos en antioxidantes, ácidos grasos omega-3, vitaminas y minerales; al igual que un descanso y sueño de calidad, esencial para la consolidación de la memoria, la regulación del estado de ánimo y la función cognitiva.
Siempre digo: «No tanta operación bikini y más operación cerebrini». Mantener el cerebro activo a través del aprendizaje, la lectura, los juegos mentales y otros desafíos cognitivos contribuirán a nuestros «ahorros cerebrales», un término que me gusta usar para el concepto «reserva cognitiva» para cuando llegamos a la vejez. Asimismo, también han aumentado notablemente las investigaciones que muestran los beneficios de la actividad física regular. No solo en la salud general, sino en la función cognitiva y la salud mental.
—Habla de ejercicio físico. ¿Cómo influye en la salud de nuestro cerebro?
—Aquí siempre cuento que, tradicionalmente, se ha asociado el ejercicio físico con beneficios a nivel cardiovascular y físico. Lo que se ha resaltado toda la vida del ejercicio físico es tener un cuerpo escultural. Y hay que añadir, porque existe mucha evidencia científica, que no solo nos ayuda a esculpir nuestro cuerpo, también a esculpir nuestro cerebro. Se sabe que la gente que hace ejercicio físico de manera continuada tiene mejor velocidad de procesamiento, capacidad de concentración y memoria. Es decir, mejora nuestras capacidades cognitivas superiores.
Además, a nivel de salud mental, es un ejemplar regulador emocional. Es como un ansiolítico y es muy eficaz, más que una pastilla. El ejercicio físico te autorregula y hace que te encuentres mucho más relajado porque liberas endorfinas, entre otros cambios a nivel de neurotransmisores. Suelo decir que es uno de los mejores ansiolíticos, un gran regulador emocional y que regula nuestras funciones cognitivas.
—¿Cómo nos puede afectar el estrés crónico?
—Concentración, sueño, atención, memoria… La gente que está estresada, muchas veces viene a consulta y dice: «Es que creo que me estoy demenciando». Eso quiere decir que tiene más fallos de memoria. En el fondo, es porque tú no sabes que cuando estás estresado prestas menos atención a las cosas. Te encuentras en un estado emocional inmenso y eso hace que retengas menos. Siempre digo que el estrés es algo transversal que afecta a todo. Toda la medicina. No hay patología que no se vea empeorada por el estrés. Si tienes un infarto, tu recuperación cardíaca va a ser mucho peor si tienes estrés. O incluso esto va a precipitar que tengas otro. Si tienes patología cardiovascular como hipertensión o colesterol, tienes las arterias dañadas y aún por encima tienes estrés, puede que este provoque que a lo mejor después tengas el infarto.
—Hablando de patología cardiovascular, los consejos que proporciona para cuidar el cerebro bien se podrían equiparar para la salud del corazón.
—Sí, son los mismos hábitos. La salud cardiovascular está relacionada con la salud cerebral. Mantener niveles saludables de presión arterial, colesterol y azúcar en sangre puede contribuir a un cerebro saludable. ¡Lo que va bien para el corazón va bien para el cerebro!
—Como psiquiatra, en consulta, ¿qué suele ver más?
—Estrés, ansiedad y depresión. Cuadros adaptativos. Un agotamiento fruto de una sociedad que promueve la productividad y se olvida de vivir. También desmotivación entre los más jóvenes, que en muchas ocasiones habiéndolo recibido todo, presentan una pérdida de sentido o no encuentra un propósito para su vida.
—¿Por qué?
—Los jóvenes ahora mismo tienen más acceso a todo. Más facilidades y comodidades. Esa capacidad para buscar sentido a la vida y propósito, muchas veces viene del esfuerzo, y se pierde un poco. Pero en este caso, es más mi opinión. Es verdad que hemos visto un aumento dramático de las autolesiones y trastornos de ansiedad entre los jóvenes.
—Cuando pensamos en una persona que sufre depresión, nos imaginamos una persona triste, que llora, que sufre anhedonia. ¿Existen más síntomas de los que no somos tan conscientes?
—Siempre decimos que la depresión es una triada. Están, por un lado, los síntomas emocionales más conocidos, entre ellos la tristeza, la apatía, la abulia —falta de voluntad para hacer cosas—, y la anhedonia —incapacidad para experimentar placer—. Esos serían los síntomas emocionales, que se suelen conocer más. Pero luego, están los síntomas cognitivos. Es decir, la gente con depresión tiene más fallos de memoria, más fallos de atención y concentración, menor velocidad de procesamiento cognitivo. Las funciones cognitivas están afectadas. De hecho, ocurre lo que decía antes. La gente llega consulta y dice que cree que se está «demenciando», cuando puede que se trate de un cuadro depresivo.
El tercer grupo de síntomas serían los somáticos. La gente que tiene depresión puede tener alteraciones gástricas, insomnio, pérdida de apetito. Es lo que llamamos síntomas físicos de la depresión. Síntomas emocionales, cognitivos y físicos. Los más conocidos, los emocionales, pero porque las otras dos patitas, la gente no las identifica. De hecho, en los niños pequeños la depresión se suele manifestar más como síntomas físicos. Un niño pequeño no te dice: «Ay, qué triste estoy». No, en todo caso: «Me duele la tripa». En la gente mayor pasa un poco lo mismo. No te dice que está triste, sino que viene con un montón de molestias físicas que no saben bien de dónde vienen. Le llamamos equivalentes decrecidos.
—¿Es la depresión un desequilibrio químico del cerebro?
—Con la evidencia actual no podemos hacer esta afirmación. Decimos que los trastornos mentales son biopsicosociaes. En ese componente «bio» entraría lo del desequilibrio y hay varias hipótesis como la serotoninérgica. Lo que también sabemos es que hay casos donde parece que hay predominio de factor «bio» y otros de factor psicológico y contextual. El cómo afrontamos la adversidad y las herramientas que tenemos para ello. Y también nos influye la sociedad en la que vinimos. Con lo cual, a día de hoy, no hay una hipótesis única para la depresión. «Es que es un tema cultural». Pues tampoco. Creo que es una combinación compleja de diversos factores. Añadiría que hay depresiones en las que hay un componente biológico, por ejemplo una persona que ves que se deprime y no tiene antecedentes, muchas veces son biológicas.
En cualquier caso, los síntomas depresivos mantenidos en el tiempo, aún siendo de causa situacional, pueden terminar por producir desequilibrio en nuestros neurotransmisores. Las situaciones que aparentemente son más psicológicas, si no se interviene con psicoterapia o lo que sea, también terminan produciendo un desequilibrio.
—¿Son los fármacos antidepresivos la cura para la depresión?
—Cura entendida como un tratamiento para una enfermedad, no. Aunque tampoco en otras especialidades médicas curan como tal, más allá de las infecciones y las cirugías. La mayor parte de la medicina se apoya en tratamientos sintomáticos. Aquí estaríamos en la misma situación: medicación como apoyo, para mejorar la calidad de vida en no despreciable numero de casos. Me gusta más el término recuperación que el de cura.
—¿Piensa que existen reticencias a tomar este tipo de fármacos?
—Nos encontramos con dos grupos de personas. Gente que sí que tiene mucha reticencia. Fruto, en parte, del estigma que rodea a la psiquiatría. Es decir, el mismo fármaco dado por un psiquiatra y dado por un neurólogo, por ejemplo para las cefaleas, tiene más estigma si lo pone un psiquiatra. O incluso los anestesistas, que los utilizan para el tratamiento del dolor.
Pero luego también hay gente que al revés, que llega diciendo que no creen en la psicoterapia y que, poco menos, quieren «una pastilla que solucione todos mis problemas». Claro, realmente no existe. Si justo en el momento que vienes a consulta estás en un momento muy grave e incapaz de asistir a psicoterapia en ese momento, nos podemos apoyar en el fármaco. Y cuando esté uno un poco más preparado, ya vamos a la psicoterapia. A veces es un poco por qué efecto empezamos.
—¿Cuándo se podría decir que la ansiedad, esa que sufrimos todos, se convierte en un trastorno?
—Voy a dar tres puntos clave y añadiría que hay que valorarlo en consulta, porque hacemos una historia clínica larga en base a los datos. Básicamente, sería: intensidad de los síntomas, temporalidad —si se mantienen en el tiempo— y limitación funcional —cómo me influye en mi día a día—. Por ejemplo, gente que a lo mejor lleva tres o cuatro semanas con síntomas intensos, la mayor parte del tiempo y dejan de llevar una conducta normalizada como llevaban antes. Tienen dificultades en el trabajo, en las relaciones con familia y amigos.
—¿Considera que las redes sociales son un arma de doble filo?
—Sí. Ese tema lo he revisado con artículos científicos. Claramente son un arma de doble filo. Tienen beneficios, nos informan. Pero también nos desinforman, nos «infoxican». Nos dan información confundida, liada. En parte, porque las redes sociales a veces resaltan algunos temas de moda. Por ejemplo, todo el mundo habla de mindfulness y pacientes ya llegan a consulta pidiéndolo. Cuando resulta que, a lo mejor, para esa persona no es útil. Pero es de lo que más se está hablando, porque es una moda.
—Por último, un consejo para cuidar nuestra salud mental.
—Es complicado decir solo uno, pero me quedaría con manejar los niveles de estrés. Es el mal de nuestra era. Creo que la pandemia actual es el estrés, que está en todo. También tener en cuenta los hábitos de vida saludable que hemos ido comentando. Al final, una buena salud mental es un equilibrio de todos esos hábitos.