La Navidad con depresión crónica: «Me siento muy agobiada por las luces y el gentío»

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

XOAN CARLOS GIL

Hubo un tiempo en el que Marisol disfrutaba de estas fechas, decorando su casa y organizando sorpresas para sus hijos. Hoy, la situación es distinta. Esta viguesa lleva 27 años luchando contra un trastorno depresivo recurrente

23 dic 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Una de las aficiones de Marisol son las plantas. Disfruta mucho de cuidarlas y además, son su fiel reflejo: cuando ella pasa por una buena época, ellas también. «Si estoy en una mala racha lo que quiero es tirarlas todas, tanto las que están bien como las que no. Como no tengo fuerzas, no lo hago; pero no las quiero ni ver. Cuando estoy bien, las que sobrevivieron, las que fueron capaces de hacerlo, las mimo. Incluso les hablo», explica. Tiene 65 años, lleva desde los 38 con depresión crónica y el último cuadro lo sufre desde septiembre del año pasado. 

—¿Crees que la gente desconoce lo que es vivir con un trastorno depresivo recurrente?

—Sí, incluso algunos médicos no lo entienden —responde. 

—¿Cómo lo explicarías tú?

—Es una enfermedad como otra cualquiera, en la que tu cabeza está rota. 

«Me acuerdo que, cuando iba a la psicóloga, me peleaba conmigo misma porque me negaba a estar en la cama tirada y no ser capaz de hacer nada. Siempre fui muy enérgica y perfeccionista, aunque esto último tuve que aprender a olvidarlo. A veces, aún me pierdo un poco cuando estoy bien, pero procuro decir: 'Basta, primero tú y después lo demás'. El caso es que ella me decía: 'Date cuenta de que ahora mismo, estás peleándote con tu cabeza y ella te va a ganar siempre. Imagínate que tuvieras dos piernas rotas y te dijeran que si le pones fuerza de voluntad, que es lo que se suele decir con la depresión, vas a poder andar. No vas a poder. A ti te pasa lo mismo, pero con tu cabeza'», reflexiona Marisol, mientras lamenta que, en realidad, muy poca gente entiende por lo que lleva años pasando. 

La primera depresión 

Su primer cuadro depresivo lo recuerda «muy fuerte»: «No hacía nada en casa ni en ninguna parte porque solo quería llorar y estar en la cama. Fui al médico de cabecera y de ahí ya me derivaron al centro de salud mental. Estuve como un año así». Era 1995 y le recetaron unas pastillas. «Y cuadrando por estas fechas, me las intentaron quitar. Pero llegó fin de año y yo ya me di cuenta de que estaba mal otra vez. Volví a recaer».

Durante todos estos años, Marisol sufrió muchos altibajos. «Me cambiaron de medicación muchas veces. No me centraba. Lo único que hacía era estar en la cama y además, no dormía nunca, ni de día ni de noche. Después el psiquiatra me hizo una mezcla de fármacos que funcionó y llegué a dormir cinco horas. Y así estuve durante muchos años».

«A la gente le comentas la situación y te dicen: 'Lo que tienes que hacer es dejar las pastillas'. No saben que, cuando estas empiezan a hacer efecto, es cuando puedes hacer vida normal. A mí siempre me pasó así. Aunque las dejé aquella primera vez, desde el 98 nunca volví a a abandonarlas del todo», cuenta Marisol.

Aunque es consciente de los efectos secundarios que le provocan estas, admite que le compensan con tal de no pasarse todo el día en cama. «Soy muy menuda y llegué a engordar bastante, veinte kilos. Después, los bajé. Ahora, aunque no como mucho ni tengo hambre, ya he cogido un poco de peso otra vez. Me hacen engordar, pero también son las que me sacan un poco adelante». Y no solo eso. Comenta que durante una época, estas le llegaron a provocar hinchazón en la lengua: «No me cabía en la boca. También tuve piernas inquietas y como no dormía me pasaba las noches caminando por casa. Lo tengo pasado tan mal...». 

«Te has portado muy bien»

Durante la conversación, Marisol está en la cocina, sentada, en pijama. A través de sus grandes ventanales, ve su jardín. «Me paso el día así. Si me apetece ver la tele, la veo. Aunque a veces me pongo delante de ella y no me entero de nada. Por lo menos, no estoy metida en cama. Dar pequeños pasos para mí ya es muy importante porque sé muy bien lo que es todo este proceso». 

Hubo un tiempo, recuerda, en el que cambió el pijama por el chándal: «Cuando me levantaba, me lo ponía. Así cuando alguien me decía de ir a tomar un café, yo ni tenía que pensármelo. Porque si estoy en pijama como ahora y me dicen de salir, ya se me cae una piedra encima pensando que me tengo que cambiar. Y de ahí, ya no arranco. Me empiezo a agobiar y ya no voy».

Vive a las afueras y ahora mismo, es su marido el que la lleva a los sitios. «Antes iba en la autobús, porque me gusta mucho ir a mi aire. Tomar un café sola lo disfrutaba un montón. Pero ahora, todo eso... No. Estoy en una situación en la que no me apetece nada. Si tengo que ir al médico me tiene que llevar a él y a cualquier otro lado, ya no voy». Con todo, reconoce valorar mucho pequeños avances. «Cuando me voy a una cafetería, llego a casa, me pongo delante del espejo y me doy besos. Y me digo: 'Te has portado muy bien'». 

Repite en varias ocasiones la palabra «recaída». La última llegó hace unos meses, en septiembre. Un ambiente laboral hostil, principalmente propiciado por una de sus compañeras, la fue mermando hasta que no pudo más. «En agosto estuve de vacaciones, pero ya estaba tan mal, que me pasé todo el día en cama», asegura. Se lamenta porque era muy feliz trabajando. «Me da pena porque ahora estoy a punto de jubilarme y me sentí muy bien tratada a pesar de la minusvalía. El resto de compañeras nos hacían un poco el vacío, pero no me importaba porque como no me relacionaba con nadie...». A día de hoy, confiesa que no puede ni pasar cerca de esa empresa porque le genera ansiedad. 

Sin ganas de Navidad 

A Marisol le gusta mucho estar en familia. «Somos muchos, nos llevamos muy bien y nos juntamos un montón. Si faltan unos, están otros. En ese sentido, la Navidad la voy llevando bien», reconoce. Si bien añade que sí se pone más melancólica pensando en la gente que ya se le fue. «Soy consciente de que si estuviera sola, estaría en cama. Pero afortunadamente vienen constantemente y eso me ayuda mucho». 

Su casa, aunque en el pasado la situación era distinta, ya no se decora por Navidad. «No pongo el árbol ni nada. Solo un mantel por los niños. Antes sí lo hacía, incluso decoraba las ventanas con cosas de Papá Noel. Pero todo esto, cuando mis hijos eran pequeños y vivían mis padres. Ahora, no tengo ganas».

Y no solo se le hace cuesta arriba dar un toque navideño en su casa, también a la hora de comprar regalos. «Antes, a mis hijos, se los escondía siempre. Les dejaba pistas con caramelos o bombones y les escribía flechas. A día de hoy, no soy capaz de hacer nada de eso. No quiero andar por ahí buscando detalles. A mis nietos pequeños les doy regalos, pero mando a alguien a comprarlos para no tener que ir yo. A los mayores, ya les doy dinero para no andar pendiente». 

Cuando se le pregunta si suele bajar al centro de la ciudad, Marisol responde un rotundo «no»: «Me siento muy agobiada por las luces y el gentío. Además, si veo a una persona que duerme en la calle, por ejemplo, me entristece mucho. Creo que todo me angustia más. Estoy mucho mejor en mi casa, tranquila». 

Se siente arropada por su familia, pero admite que una figura clave es la de su hermano. «No entienden mucho mi enfermedad. Los que más lo hacen son mi sobrino, que además es muy cariñoso, o mi hermano. Con él sí que puedo conversar sobre todo esto. Ahora que estoy un poco bien y necesito hablar, si él no subiera a estar conmigo, no tendría con quien hacerlo. Aunque somos muchos a comer, claro, en cuanto terminamos... Todo el mundo se va y me quedo aquí en la cocina». 

Marisol se considera una persona perseverante. Siempre lo ha sido y lo seguirá siendo, en muchos ámbitos de su vida; incluído el de su enfermedad. «Me tomo las pastillas siempre, no me dejo ni una. Y eso que ahora mismo me tomo como doce. Hay temporadas que a lo mejor estoy en la cama y digo: 'Voy a dejar de tomarlas, ya no quiero saber nada'. Así me paso la tarde. Pero al día siguiente me levanto y digo: 'No. En algún momento vas a salir de este pozo sin salida, pero tienes que seguir tomándotelas'. Y sigo». De hecho, comenta que ese es uno de los consejos que suele dar cuando habla con personas que pasan por lo mismo que ella. «Salvo que sea el propio médico el que diga lo contrario, nadie debería eliminar la medicación por su cuenta». Lo dice con conocimiento de causa. «Llevo muchos años enferma y he tenido recaídas muy fastidiadas, pero también temporadas muy buenas... Por eso sé que también saldré de esta. Estoy segura». Y con esa sentencia, la conversación finaliza. Seguramente sean sus bonitas plantas las que avisen de que ese momento ha llegado. 

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.