«Hasta aquí»: cómo poner límites con tu familia, jefe o pareja (y de una forma exitosa)
SALUD MENTAL
Uno de los fallos a la hora de establecerlos suele ser la rigidez para interponer los propios y no respetar los de la otra persona
03 ene 2024 . Actualizado a las 19:09 h.«Aunque no me apetezca, tengo que ir. Si no lo hago, mi pareja se va a enfadar». «No debo decirle que no me puedo quedar más horas en el trabajo al jefe porque si no, puede que tenga repercusiones laborales». «No le digo a mi madre lo que me perjudica este tema para que mi relación con ella no cambie». Son solo algunos ejemplos en los que, a pesar de saber que tenemos que poner un límite, no lo hacemos. Tanto por el miedo a las posibles consecuencias, como por lo difícil que nos resulta. Aunque las expertas consultadas confirman que las generaciones jóvenes tienen mejor interiorizado lo que son los límites, las anteriores, no tanto. Además, no siempre está claro de qué manera se pueden establecer.
Los límites son, según la neuropsicóloga Alba Cardalda, «esas barreras que ponemos con el lenguaje o nuestro cuerpo para protegernos emocionalmente». De ahí la importancia del autoconocimiento, «porque si tú sabes lo que necesitas en una relación, que puede ser muy diferente a lo que necesite otra persona, va a ser más fácil saber y tener claro cuando tienes que poner un límite».
El quid de la cuestión no es solo expresar nuestras «barreras» o «necesidades», también es entender las del otro. «Representa una conversación afectiva, donde estoy siendo vulnerable diciéndole al otro quien soy y cómo 'navegarme', y me aseguro que entiendo cómo 'navegar' al otro que, a veces, no es tan fácil. Ahí está la clave de los límites: es una conversación bidireccional y activa, donde te aseguras que expresas tu mapa interno y entiendes el de la persona que tienes enfrente», asegura Guada Sánchez, psicóloga y una de las fundadoras de Eyas Psicología.
¿Cuándo son necesarios? Los límites inquebrantables y los negociables
«Siempre», afirma Sánchez. «No es algo que hacemos solo cuando el otro nos ataca o hace daño, sino que esto se debe de convertir en nuestro lenguaje diario. Creo que es una de las claves para que las relaciones sean cada vez más funcionales», añade.
Por su parte, Cardalda menciona que son siempre necesarios pero, sobre todo, «cuando se traspasan algunos de nuestros derechos asertivos». «¿Cuáles serían? Todos aquellos que tenemos las personas por el simple hecho de serlo. Consisten en el derecho a ser tratado con respecto y dignidad, a poder decidir sobre nuestro cuerpo, vida o tiempo, a tener una opinión y cambiarla, a querer o no algo. Todos estos, cuando alguien los traspasa o no nos permite tenerlos, es una de las principales situaciones donde debemos poner un límite», explica.
Todas estas situaciones suelen ser claras, pero, además, la psicóloga apunta a otras que, gracias al autoconocimiento, nos hacen daño a cada uno de manera individual. «Necesidades, valores y principios. Sobre esto, cada persona tiene los suyos propios y tampoco son cuestionables». Para entenderlo mejor, pone un ejemplo: «Si tú necesitas que tu relación de pareja sea cerrada y que exista una fidelidad sexual, quizás esta necesidad tuya que va acorde a tus valores y principios no coincide con los de la otra persona que, aunque os gustéis, quiere una relación abierta. No se trata de que uno u otro sea mejor, sino que cada uno tiene los suyos».
Poner límites con la familia: un contexto «desafiante»
«Establecer este tipo de barreras en un contexto familiar es, muchas veces, de lo más difícil. Parte del lenguaje de límites y necesidades implica que te entiendan bien. Tus heridas emocionales muchas veces empiezan en un contexto familiar. Además, pueden existir varias generaciones y que, a algunas de ellas, incluso les incomode el tema. Es decir, esta comunicación constante donde soy vulnerable y te explico bien quién soy y qué necesito, muchas veces es algo alienígena para personas más mayores», remarca Sánchez.
Teniendo en cuenta ese contexto, ¿cómo poner esos límites con éxito? Primero, señala Sánchez, hay que entender las heridas. Es decir, aquellas experiencias dolorosas que han ocurrido en el propio contexto familiar. «Luego, a la hora de hablar con ese familiar, asegurarse de que nos encontramos regulados o estables, en un contexto de calma. Muchas veces establecemos el límite en el enfado o en el medio de un conflicto. Y a lo mejor esa persona me dice una frase que me desestabiliza e intento poner el límite gritando, desregulada y echando en cara». Más que un contexto de entendimiento, el escenario se convierte en una lucha. En este sentido, la psicóloga advierte de que este tipo circunstancias influyen en el éxito (o fracaso) a la hora de poner límites, que pueden llevar a «conversaciones muy bonitas y sanadoras que es importante que se den en un contexto en el que la otra persona esté abierta y relajada».
Poner límites con el jefe: primero lo positivo y, después, las inquietudes o demandas
El ámbito laboral es otro de los más complejos a la hora de poner límites. «A veces, mi dinero y posición dependen de esa persona. Hace que esa conversación, que en realidad tiene que ser de corregulación, no esté en el mismo nivel. Estamos hablando con una persona que tiene cierto control sobre mi futuro», comenta Sánchez.
«En este ámbito nos puede resultar útil utilizar estrategias como saber identificar con qué puntos estamos de acuerdo con la argumentación de la otra persona, en este caso, nuestro jefe. Saber en qué tiene razón e iniciar una negociación de límites justo con ese punto: exponiéndole en qué cosas vemos que estamos de acuerdo. Eso va a generar en la otra persona como un escenario mucho más llano. Al allanar un poco el camino evitamos que la otra persona se ponga a la defensiva. Al contrario, estaremos mostrando, de cierta forma, un reconocimiento. Y eso, a los humanos en general, nos hace estar en un estado mental mucho más abierto a escuchar todo lo que la otra persona tiene para decirnos después», aconseja Cardalda. Por el contrario, si empezamos directamente la conversación con un reproche, es más fácil que la otra persona se ponga a la defensiva, «porque sentimos que el otro nos está atacando».
Una vez hacemos eso, ya podemos empezar a hablar de lo que necesitamos, de ese límite que le queremos transmitir. «Pongámonos en el supuesto de que le estamos pidiendo una reducción de jornada. Podemos exponerle que él se va a beneficiar porque probablemente el equipo esté más descansado, contento y, aunque trabaje menos horas, tendrá un mejor rendimiento».
El amor incondicional y los límites en la pareja
Según palabras de Cardalda, se podría hablar de dos tipos de límites: los negociables y los que no lo son. Los primeros tienen que ver con nuestra dignidad, valores, integridad física o emocional. «Uno de ellos puede ser la no violencia en una relación. Sabes que es totalmente rígido. Pero hay otros en los que sí podríamos negociar».
¿Cómo saber si lo que está haciendo la otra persona está traspasando nuestros límites? La psicóloga enumera una serie de claves. «En primer lugar, cuando empieza a haber sufrimiento en una relación, cuando la balanza se empieza a decantar hacia momentos donde lo pasamos mal, con muchas discusiones o sufrimiento individual. Ahí es donde nos tenemos que parar, primero, a ponerle nombre: qué es lo que nos está molestando y por qué nos estamos enfadando; qué es lo que no funciona».
Una vez le ponemos nombre, el segundo paso es cuantificar ese daño. «Algo muy útil en situaciones en las que existe este tipo de ambigüedad. «A veces no nos damos cuenta de cuánto estamos sufriendo porque puede ser ambiguo. Si podemos llevar, por ejemplo, un registro durante un tiempo, de cuán mal me estoy sintiendo o cuánto dolor me está produciendo, por ejemplo, del cero a diez. Es una técnica que utilizamos en terapia y, con ella, podemos tener una idea muy clara y específica de algo que, realmente, es muy ambiguo. Nos sirve para ver más clararamente en qué punto estamos». Entre las posibles situaciones en las que este método puede resultar efectivo, nombra supuestos como que la pareja no pase el tiempo suficiente con nosotros o que no nos priorice en sus decisiones.
«Si voy haciendo esta especie de diario durante tres meses y veo que todos los días me siento en un tres o cuatro en una escala del cero a diez, a medida que pasen los meses, cuando lo revise, me voy a dar cuenta del daño que me está generando», amplía Cardalda.
Falsos mitos sobre los límites: no se trata de decir constantemente «no»
«Creo que empieza a haber una cultura, un poco en parte por las redes sociales, de que hay que expresar y poner límites, decir lo que sí y lo que no. Pero se da un mensaje como si todo se redujera a 'esto te voy a permitir' o 'si vas a hacer esto, me voy'. Decirle constantemente al otro que no. Eso no refleja la esencia de lo que realmente es poner límites, de este lenguaje de necesidades», considera Sánchez.
La psicóloga subraya que pedirle a la otra persona que cambie «su mundo interno» tampoco es una buena herramienta para establecer este tipo de barreras. «Es algo que veo mucho en consulta. Cuando le dices al paciente que escriba sus límites, a veces salen frases como: no quiero que pienses esto, puedes tener más interés, me gustaría que no sintieras esto o que no vieras esto de esta manera. Como si poner límites se redujera a pedirle a la otra persona que cambie lo que piensa o siente, cuando no es así. Deberíamos centrarnos más en acciones, no en el mundo interno del otro».
Una opinión con la que concuerda Cardalda: «Parece que nos hemos ido al otro extremo. Hemos pasado de anteriores generaciones a las que les costaba ponerlos porque se sentía culpabilidad o egoísmo, incluso miedo al rechazo, a que los jóvenes lleguen a ser muy rígidos estableciendo límites. A nivel personal, creo que el fallo es que se tiene muy claro que tienen derecho a poner límites, pero no que todo derecho conlleva a una responsabilidad. En este caso, respetar a los demás».
Además, es importante mencionar otro perfil de personas que puede llegar a sentirse de manera opuesta: me centro tanto en respetar los límites del otro, que me olvido de los propios. «Aunque empatice con el otro, porque todo esto que estamos hablando requiere de mucha empatía, no implica que yo deje que mis necesidades no se acepten de manera contundente. Es importante para esos perfiles que, de por sí, tienden a la empatía para mantener el vínculo, pero que se olvidan de ellas mismas», concluye Sánchez.