Diagnóstico, hipocondría: «Yo me he muerto de un infarto como 800 veces»
SALUD MENTAL
Natalia, Luis, Irati y Salva narran cómo es vivir con el trastorno de ansiedad por enfermedad, antiguamente conocido como hipocondría
28 ene 2024 . Actualizado a las 22:34 h.No existe ninguna radiografía, TAC o resonancia que nos permita ver en un cerebro humano cómo es la ansiedad o la depresión. A día de hoy, siguen siendo invisibles y, a falta de más herramientas, lo fiamos todo a un libro; a un gran manual elaborado por la Asociación Americana de Psiquiatría que establece los criterios de lo que es patológico y lo que no. Esta enorme enciclopedia llamada DSM (siglas de Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders) se ha ido actualizando con los años, redefiniendo conceptos. Desde la publicación de su quinta edición (DSM-5), figura el «trastorno de ansiedad por enfermedad», nombre con el que clínicamente se conoce a lo que antigua y coloquialmente se denominó hipocondría.
Pero por un lado está el manual y por otro las personas; y en las segundas, los límites y los criterios diagnósticos no son siempre tan claros como una enumeración enciclopédica. De hecho, Natalia, Luis, Irati y Salva siguen definiéndose como hipocondríacos, por mucho que el DSM-5 le haya cambiado el nombre a este trastorno. En alguno de ellos, un trauma pasado jugó un papel fundamental a la hora de obsesionarse con una enfermedad; en otros, su miedo a estar viviendo el inicio de un cáncer no es más que otra expresión de un cuadro de ansiedad generalizada.
Natalia: «He pasado por un tumor cerebral, esclerosis, cáncer de útero, mama o estómago»
En 1987, en la cima de su trayectoria como tenor, a Josep Carreras le fue diagnosticada una leucemia. Un año después, creó la fundación que lleva su nombre para financiar investigación y tratamientos contra la enfermedad. Natalia recuerda que fue ahí cuando todo empezó. «Vi en la televisión una campaña de su fundación. ¿Qué tendría?, ¿nueve años? No lo sé, pero recuerdo ver a unos niños sin pelo. Yo no sabía los efectos de la quimioterapia, pero vi aquello y asocié. Con esto pasa que asocias ideas irracionalmente. Yo veía que a esos niños se les caía el pelo y que estaban en un hospital y, por lo tanto, próximos a morir. Esa fue mi asociación. Desde entonces, cada vez que me peinaba, y ya sabes que algún pelo siempre te va, lo asociaba a ese anuncio. Y comencé a sentir un miedo atroz», inicia su relato.
No se lo contó a nadie y los años fueron pasando. Llegó la universidad y su situación empeoró. «Me di cuenta de que no era normal que viviese las enfermedades de una forma tan vívida. Porque somatizaba. Recuerdo que en un episodio de Urgencias, había un paciente que tenía SIDA y uno de sus síntomas eran los sudores nocturnos. ¿Quién no ha sudado por la noche? Pues fíjate tú, pensé que tenía sida. Cuando te debuta esa ansiedad lo hace de una forma tan grande que eres incapaz de pensar con lógica. Yo empecé a repasar los casos por lo que puedes contagiarte. "¿Has compartido jeringuilla? No. ¿Has mantenido sexo sin protección? Tampoco. ¿Te han transfundido sangre? Pues tampoco". Pero piensas que, a lo mejor, un día ibas caminando y te pinchaste con algo. Te olvidas de tu pensamiento lógico. Eres una centrifugadora», asegura Natalia, que abandonó hace ya treinta años su Ferrol natal para irse a vivir a Canarias, donde hoy tiene su familia y su trabajo.
Su vida podría definirse como normal. Épocas mejores y épocas peores, como todo el mundo. «Es verdad que lo tengo bastante controlado, pero cuando debuta es imparable», asegura. Lo que siempre está es esa hiperobservancia. Se se me duerme una mano o me da un mareo, rápidamente piensas si es un tumor cerebral. Haces que un pequeño síntoma sea compatible. No eres tonta, puedes saber cuáles son los síntomas de un tumor cerebral. Y empiezas a somatizarlos: dolores de cabeza, visión borrosa, etc. Te quedas dormida y, al despertar, lo primero que haces es observar, focalizar. Estás todo el día pensando, observando si esos síntomas se han ido o si los sigues teniendo», comenta. Pese a ser consciente de lo que le pasa, su mente logra a veces tomar el control: «He pasado por el tumor cerebral, esclerosis, cáncer de útero, de ovarios, mama o estómago. Te puedo decir 2.000 patologías que he creído tener. Si me pongo a pensarlo fríamente digo, Dios mío, cómo he podido».
Natalia ha tenido que lidiar, además de con su ansiedad, con la incomprensión. Ver las caras de los médicos cuando cruzaba la puerta de la consulta, tener que escuchar el «no tienes nada» sin más alternativa, y soportar la culpa que lleva a callar. «Me sentía culpable porque mis padres me decían “qué hemos hecho mal para que tú estés así”. Con otras cosas esto no te pasa. También se dice mucho el “por qué estás así, si no te falta de nada”», se lamenta.
A día de hoy, con 47 años, su situación ha mejorado. Lo ha logrado gracias a muchas horas y muchos euros invertidos en terapia. Ella ha podido permitírselo, pero eso no le impide defender que la solución no puede ser esa. «Me estaba gastando una media de 300 euros al mes en psicoterapia, ¿pero el que no puede?», se pregunta. Es una de las razones que le han llevado a la asociación Amtaes (Ayuda Mutua para los Trastornos de Ansiedad), donde pacientes de distintos trastornos se echan una mano cuando a alguno le hace falta un salvavidas. «Yo lo he vivido, te sientes sola, un bicho raro. Hoy en día, la salud mental se ha hecho más visible, afortunadamente. Pero es muy triste no tener la ayuda profesional que se necesita o no poder costearla».
Luis: «Yo me he muerto de infarto como 800 veces»
El entorno ha sido determinante para que el médico de cabecera llegase incluso a dejar de responder a Luis al teléfono. Dice que su madre también sufre de lo mismo que él —«un hipocondríaco reconoce a otro», asegura— y que su hermano falleció de un cáncer de hueso en el año 2019 que había aparecido cuando solo era un adolescente. «Eso no ayudó», reconoce. Tiene aquello muy presente. «Una vez me encontré una ondulación en mi tibia y me dio un ataque de pánico. Empecé a respirar, a tomar aire fresco, me quité el reloj. Uno tiene sus estrategias: salir a la calle, caminar, ir al baño o ducharse, buscas alguna manera de romper los patrones. Vi esa ondulación entré en pánico. Entonces me fije que era porque me había sentado encima, ya ves. Estás en una hipervigilancia constante en lo que está ocurriendo todo el rato en el cuerpo», cuenta.
Su historia con este trastorno comenzó con «16 o 17 años», según logra hacer memoria. «Recuerdo mi primer escenario de hipocondría en un baño de mi casa. Pensaba que tenía algún cáncer porque vi en una zona de mi cuerpo unos puntitos. Fui al médico y él me dijo que era algo de los folículos, la cosa más tonta del mundo. Yo, por miedo y vergüenza había pasado meses con ansiedad y preocupación por cómo habían llegado hasta ahí. Eso es lo primero que recuerdo», explica.
Sus síntomas intestinales crónicos —padece síndrome de intestino irritable— le han llevado a visitar innumerables gastroenterólogos. También dermatólogos, oftalmólogos y doctores de cabecera. Su hígado también le ha quitado el sueño. Últimamente son las moscas volantes en su visión las que le han hecho sospechar que algo terrible estaba pasando. «¿Infartos? Yo me he muerto de infarto como 800 veces», dice medio en broma medio en serio, porque Luis ha aprendido a utilizar el humor como camuflaje de su ansiedad: «No puedo estar mortificando a mi mujer, así que a veces tiro un poco de humor. Le digo, tal vez un mes después, "¿sabes, ayer me dio otro infarto?" Definitivamente, hablar ayuda», comenta.
Se ha encontrado de todo, incluso amigos que le apodaron Melman —la jirafa hipocondríaca de la película de animación Madagascar—. «Había este bullying jocoso entre amistades que te quieren. ¿Preferiría que me tomaran más en serio? Sí. Pero, de alguna manera, puede acabar siendo positivo porque ves que quitan importancia a un síntoma», explica. Luis, que ahora vive en Houston (Texas), ha llegado a dar alguna charla TED sobre su trastorno, pero asegura que queda mucho por recorrer. Especialmente en Estados Unidos. «A mi médico jamás se le pasa por la mente hablar sobre temas psicológicos conmigo», asegura. Él abre camino.
Irati: «Pensaba que no me salvaba, que fijo que tenía un cáncer»
Irati tiene 27 años y es de Bilbao. Su trastorno de ansiedad generalizada también ha hecho que somatice síntomas y que tienda a pensar en que algo catastrófico se avecina en su historial médico. «Ayer mismo estuve vomitando por la tarde. Cualquier otra persona pensaría que tiene gastroenteritis, pero yo llamo mi hermana, que es médico, y le digo que creo que he cogido salmonela», asegura. Por descontado, se tiene prohibido chequear nada en Google —el origen de lo que ya se conoce como cibercondria—.
Generalmente —de nuevo según el DSM—, existen dos perfiles de personas con ansiedad por enfermedad: los que consultan constantemente al médico y los que evitan a toda costa someterse a chequeos por miedo. «Es verdad que no soy un caso de manual, pero creo que ha influido mucho el hecho de que mi hermana estudiase medicina. No sé cómo hubiese sido de no ser por eso», asegura. Trata de explicar cómo funciona su cabeza: «Si una persona va a andando y le duele un poco la rodilla, no pasa nada. Yo el otro día hice una mala postura y no podía levantar el hombro. Pensé que me había dañado algún ligamento. Me pongo en los escenarios más terroríficos», asegura.
Su historia personal incluye un episodio de esos que no ayudan a rebajar la ansiedad. Tanto buscó que acabó encontrando. La aparición de unos bultos en la parte posterior de su cuello le hicieron entrar en pánico, visitar repetidamente al médico de cabecera —donde no siempre recibió el trato que le gustaría— y tener que someterse a varias pruebas. «Yo pensaba que no me salvaba, que tenía un cáncer, fijo; que me iba a morir». Por casualidad, y gracias a una analítica, las pruebas revelaron un tumor benigno en el hígado. Un hallazgo que no estaba relacionado con esos bultos que le hicieron acudir al médico. «Una vez al año tengo que hacerme una revisión y, aunque sea benigno, siempre está presente en mi cabeza». En teoría buenas noticias, pero la mente de Irati, que también forma parte de Amates, se va a otro lugar. Yo esto no lo sentía, no notaba nada, ¿cómo sé que en otro sitio no tengo nada parecido?». Tras muchos kilómetros de psicoterapia encima, reclama que se den alternativas a la falta de profesionales en la salud mental en el sistema público. «La realidad es que, o tienes dinero, o estás condenado a tomar lorazepanes cada 24 horas».
Salva: «Cuando vino la pandemia, todo se vino abajo»
La historia de Salva es algo distinta. Lleva lidiando con la ansiedad generalizada desde los 16 años. Su vida ha sido complicada, problemas en la familia y en el colegio le llevaron a atravesar una depresión entre los 18 y los 20 años. Logró salir, si es que de los problemas de salud mental se acaba alguna vez de salir del todo. Con sus más y sus menos, el calendario avanzó hasta principios del 2020: «Cuando vino la pandemia, todo se vino abajo», adelanta.
No es para menos, según lo que relata. «Cogí el covid en la primera ola, estuve 43 días ingresado por una neumonía bilateral. Físicamente me costó recuperarme, perdí doce kilos y tuve problemas con el hígado que se fueron solucionando. Pero a nivel mental, empecé a arrastrar mucho miedo al virus. En las olas siguientes, tuve mucho temor a salir de casa, a coger el autobús, a ir a comprar», explica. Pese a todo lo vivido, cuenta que ha habido quien le recrimine que haya podido pecar de exceso de precaución por llevar habitualmente una mascarilla FFP2. «Para amistades así, que te juzguen por eso, mejor no tenerlas», dice con razón.
Relata que, desde entonces, sus visitas a Urgencias se han incrementado exponencialmente. Cifra en unas treinta las que realizó el pasado año. «Empiezas a somatizar, son cosas irreales pero crees que te va a dar un infarto o un derrame cerebral. Todo el tema que tanto se habló de los efectos secundarios de las vacunas también me ha perjudicado mucho. En un mes terminé ocho veces en un urgencias», reconoce.
Salva también es muy crítico con la falta de ayudas a las patologías mentales en los sistemas de salud. No comprende que los servicios de Urgencias no cuenten con personal psicológico y que se remita a los pacientes a la atención primaria para recibir una cita que, con suerte, llegará al cabo de meses. «Lo que menos necesitas es que, en ese estado de ansiedad, te digan que te tomes un diazepam de 10 mg y que "duermas la mona", queremos vivir con nuestros miedos y poder seguir nuestra vida, aunque sea dura», reclama. En Amtaes, asociación de la que también es miembro, ayuda y es ayudado, a falta de que la psicoterapia deje de ser un privilegio, por otros que sufren lo mismo que él».