Las claves de la felicidad del psicólogo Bruce Hood: «La riqueza material, el sexo o la fama no garantizan que seamos felices»

La Voz de la Salud

SALUD MENTAL

Bruce Hood es un galardonado catedrático de Psicología del Desarrollo de la Universidad de Bristol.
Kim Jacobson

El reconocido catedrático de Psicología, autor de «La ciencia de la felicidad», nos proporciona tres lecciones para vivir bien y conseguir llegar a ella

26 sep 2024 . Actualizado a las 10:46 h.

«No somos el centro del universo, aunque así lo creamos. Si deseamos ser más felices, también nosotros debemos someternos a un replanteamiento radical de nuestra propia vida». Son palabras de Bruce Hood, catedrático de Psicología del Desarrollo de la Universidad de Bristol. Miembro de la American Psychological Society, Royal Institution of Great Britain y la British Psycgological Society. Confiesa que era escéptico sobre «la psicología positiva, cuyo objetivo era mejorar el bienestar psicológico a través de hábitos y actividades sencillas». Pero con el tiempo y algunas experiencias prometedoras (como la creación de un curso en la Universidad de Bristol sobre la felicidad), su percepción ha cambiado.

Después de décadas de estudios de neurociencia y psicología del desarrollo, acaba de publicar La ciencia de la felicidad (geoPlaneta Ciencia, 2024), donde describe todo lo que necesitamos saber sobre el bienestar y los obstáculos que se interponen en nuestro camino hacia él. «Todos queremos ser más felices, pero a menudo nuestro cerebro nos lo pone difícil. Cuando estamos demasiado enfrascados en nuestras cabezas, nos obsesionamos con nuestros defectos, nos comparamos con otros y no logramos ver todo lo bueno que hay en nuestras vidas», asegura Hood. 

Hood defiende que la clave para ser feliz «no es el autocuidado, sino la conexión» y propone siete pautas sencillas que nos permiten «volver a conectar con las cosas que realmente importan»: cambia tu ego, evita el aislamiento, rechaza las comparaciones negativas, sé más optimista, controla tu atención, relaciónate con los demás y sal de tu cabeza. Desgranamos tres de ellas. 

Cambia el ego

Según sus palabras, el primer paso para vivir bien es pasar de una perspectiva egocéntrica a una alocéntrica, más centrada en los demás. «Someternos a un replanteamiento radical de nosotros mismos para ser más felices es difícil, porque todos partimos de una visión del mundo acusadamente egocéntrica. Esto se debe a la naturaleza de la consciencia y al modo en que de niños empezamos a procesar el mundo», indica el catedrático.

El autor pone como ejemplo el pensamiento de los pequeños: «La razón por la cual tienen tanta confianza en sí mismos no es que se comparen con los demás, sino que tienden a compararse con cómo fueron la semana pasada, de modo que son conscientes de que han mejorado y lo consideran un progreso positivo». Y subraya: «Qué irónico resulta que perdamos esta tendencia cuando nos hacemos mayores, y que esa pérdida pueda ser la causa de tanto dolor». Según sus palabras, los adultos que no son capaces de apreciar su progreso natural tienden a compararse con los demás, en lugar de con cómo les iba el año anterior o hace cinco. 

Un cambio de pensamiento que empieza a darse en los niños cuando llegan a los ocho o diez años. «Esas valoraciones positivas de sí mismos empiezan a ceñirse más a la realidad y a menudo se tornan negativas, ya que cada vez se comparan más con sus compañeros», resalta. 

Rechaza las comparaciones negativas

En línea con esa percepción sobre la constante comparación que llevamos a cabo los humanos, Hood defiende que «como estado mental, la felicidad es totalmente subjetiva y se presta a interpretaciones». Así, la forma en que juzgamos nuestra felicidad suele depender de aquello con lo que solemos compararnos: ¿Soy más feliz que mi amigo? ¿Soy más feliz que mi vecino? O incluso con versiones de nosotros mismos: ¿Soy más feliz ahora que cuando era adolescente? ¿Soy más feliz que hace dos días?

«Es importante recordar que, cuando emitimos un juicio, lo hacemos por comparación, y que las comparaciones que hacemos determinan el juicio», asegura. Hood aclara que esto no quiere decir que todas las comparaciones sean una pérdida de tiempo, sino que «hay verdades objetivas en el mundo que repercuten en lo felices que nos sentimos, como nuestro estatus, salario o deudas, pero a la hora de evaluarlas somos subjetivos».

Añade que, a la hora de preguntarle a la gente qué les haría felices, entre los primeros puestos de la lista suelen figurar la riqueza, un buen trabajo, la fama, el sexo, las relaciones amorosas, los lujos y un cuerpo perfecto. «Se da prioridad a algunos deseos frente a otros, pero todos tienen un defecto fundamental: no nos hacen tan felices como suponíamos. Esta es una de las principales afirmaciones del movimiento de la psicología positiva, a saber, que muchos de los objetivos que perseguimos, como la riqueza material y la fama, no garantizan la felicidad». De ahí que defienda que debamos rechazar aquellas comparaciones que no nos benefician.

Sal de tu cabeza

Hood asegura que «tratamos de ser felices, pero nos lo impide un cerebro que emite juicios poco ajustados a la realidad y presta demasiada atención a la información negativa, sobre todo a cualquier cosa que pueda amenazar nuestra posición social o conducir a la exclusión o al aislamiento». Por eso, otra de las lecciones que propone poner en marcha para alcanzar la felicidad es «salir» de ella. 

Una vez más, vuelve a señalar a nuestro egoísmo como culpable: «Genera una felicidad fluctuante porque los comportamientos egocéntricos requieren un yo bien definido, distinto y separado de los demás. Nos consideramos independientes, mejores que los demás y dignos de las recompensas que nos otorgamos a nosotros mismos. Esto refuerza el ego a través de la gratificación inmediata, pero esta superioridad es pasajera».

Hood defiende poner en marcha el altruismo, que se deba en una mayor sensación de conexión, favoreciendo el sentimiento de armonía con el entorno (incluidos los demás) y con uno mismo. Si realizamos actividades placenteras nosotros solos, la felicidad resultante pasará por unos altibajos más rápidos que la derivada de las actividades que realizamos con otras personas. «Puede que nos guste cantar en la ducha, pero los efectos de cantar son mucho más potentes cuando lo hacemos en un coro», ejemplifica el experto.