Isabel Rojas Estapé, psicóloga: «Abogo mucho por esos abrazos largos que al principio pueden ser incómodos»

SALUD MENTAL

Isabel Rojas Estapé es psicóloga.
Carlos Ruiz

La especialista en salud mental asegura que el abrazo es el instumento «más sanador que tenemos a día de hoy»

06 oct 2024 . Actualizado a las 15:10 h.

«Justo me pillas terminando de escribir la última Neurita (así se llama la neurona exploradora que vive en el cerebro de la protagonista de su primer cuento infantil). No me ha dado tiempo, pero no pasa nada», dice Isabel Rojas Estapé mientras enseña a la cámara el bolígrafo y un folio con anotaciones. Nos comenta que ya ha escrito varios capítulos en libros de dos integrantes de su familia, pero que este es su primer proyecto literario en solitario. Su padre, el reconocido doctor Enrique Rojas, adentró, tanto a ella como a su hermana mayo, Marian Rojas, en el mundo de la mente humana. Así, Necesito un abrazo (Timunmas, 2024) es el primero de una colección de cuentos que tienen por objetivo enseñar a los pequeños de casa cómo funciona su mente para entender también sus emociones. 

—¿Los padres deberían hablar de lo que es la tristeza con sus hijos?

—No solo de la tristeza. Los padres deberían hablar de las emociones, en general, con sus hijos. De hecho, uno de los problemas que se dan es que, como a día de hoy los padres apenas hablan de ellas con sus hijos, ellos no saben cómo gestionarlas. No puedo enseñar algo que ni yo mismo no sé. Con este cuento quiero aterrizar las emociones de los niños, pero también de los padres. Para aquellos a los que no les gusta la psicología o no tienen tiempo para leer un libro sobre ella. «Tengo en mi día quince minutos para leer y estos quiero disfrutarlos con mi hijo». Pues este libro es para eso. 

—¿Crees que todos deberíamos de tener nociones sobre psicología?

 —Todos. Creo que hay un mínimo que es muy necesario. En el momento en el que uno comprende lo que le pasa a un amigo o lo que le pasa a uno mismo, todo adquiere otra dimensión. Comprender es aliviar. Pero para comprender, hay que saber, aunque sean nociones básicas. Es algo por lo que abogo mucho tanto en los niños como en los padres.

 —¿Nos cuesta más hablar de emociones como la tristeza que otras más «positivas» como la alegría?

—No, no tiene por qué. El tema es que la tristeza, durante muchos años se ha escondido. Es una de las emociones cuya respuesta cuesta más sacarla de forma natural. Tienes miedo ante algo y te bloqueas. Tienes rabia ante algo y te enfadas. Pero la tristeza, como durante muchos años se nos ha dicho que no lloremos, que es de débiles y un sinfín de frases así, durante mucho tiempo ha costado que se pudiese expresar y manejar. Por eso empiezo esta colección de cuentos con la tristeza. Estar triste no es malo, ni mucho menos; es sanador.

—Dice que llorar limpia el corazón. 

—Sí. La ilustradora, Marta Orse, lo ha representado muy bien el cuento. Muestra cómo las lágrimas limpian el corazón. Es decir, realmente llorar es una forma de expresar esa tristeza. Otra cosa es que nos pasemos todo el día llorando o el porqué de ese lloro. No es lo mismo hacerlo porque se nos ha roto una hoja de papel, a hacerlo como Cris, la niña protagonista de este cuento, porque se tiene que mudar. Insisto, el lloro no es malo, es una forma de expresar emociones y es muy sanador. Ahora bien, una vez que hemos llorado, hay que saber gestionar esa tristeza.

—Además del lloro, ¿cómo pueden manifestar la tristeza los niños?

—Realmente el lloro no es la manifestación primaria de la tristeza en los niños. Lo primero que suele ocurrirle a ellos es una cierta apatía: no tener ganas de nada. Dejar de disfrutar con las cosas que siempre han disfrutado. No quiere jugar con su juguete favorito, no quiere comer su comida favorita… Se aísla mucho más. Luego viene el lloro. De hecho, en la rabia es todo lo contrario, lo primero que ocurre es el lloro por frustración. 

—¿Pueden tener síntomas somáticos? 

—Sí, la somatización se da tanto en los niños como en los adultos. Vivimos algo que nos genera una emoción y ante esta, el cuerpo también responde. Adultos que se han callado durante muchos años, hay un momento dado en el que el cuerpo vomita esas emociones. Si estoy durante mucho tiempo sufriendo ansiedad, tristeza, estrés o lo que sea, a lo largo de la vida va a salir en forma de algún tipo de enfermedad.

—¿Qué tipo de enfermedades?

—Por ejemplo, relacionadas con la piel. A día de hoy se ha demostrado la relación que existe entre la dermatitis atópica y personas que no se sienten tan queridas. Imaginémonos el impacto que esto genera en el ser humano. Volviendo a los niños, por regla general, ellos responden más a las llamadas de su cuerpo que los adultos. Se quejan más que el adulto. Pero en esa queja, lo que él o su cuerpo está diciendo es que está emocionalmente mal. Por eso es clave que escuchemos a los niños. «Es que mi hijo se queja mucho» o «es que es un mimado». No, al niño le está pasando algo y te lo está diciendo de esa forma. 

—¿Qué importancia tienen los abrazos?

—El abrazo es de lo más sanador que hay a día de hoy. Es una forma de expresarle a la persona que te importa y que le quieres. Hay abrazos de cortesía y otros en los que uno se siente acogido, recogido, comprendido y querido. Abogo mucho por esos abrazos largos que al principio pueden ser un poco incómodos, pero que de repente dices: «Qué bien se está en brazos de mamá, papá, de mi marido, de mi mujer». No tengamos vergüenza a dar abrazos porque es una de las cosas que más nos hacen conectan con el otro. 

—¿Cuáles son sus beneficios a nivel de salud mental?

—Es clave la oxitocina. Esa hormona, ese neurotransmisor es el antagonista, lo que nos equilibra, cuando tenemos niveles altos de cortisol. Lo tenemos todos los seres vivos, es una hormona que no es negativa, pero a día de hoy la estamos generando de forma constante y eso nos hace sufrir y enfermar. A través del contacto físico, de la cercanía entre personas, se genera oxitocina, la llave maestra que baja el cortisol. Por eso es tan importante que, si vivimos en tensión y estamos constantemente hiperalerta, sepamos cómo podemos generarla: un abrazo, coger de la mano, una caricia… Esto en los niños es fundamental porque son pura emoción. Que los abracemos y los toquemos, que nos lo comamos a besos. 

 —En el libro das consejos para ayudar al niño a «salir del bucle». Habrá quien piense: «Si yo no soy capaz de salir del bucle, ¿cómo le voy a ayudar a un niño pequeño a hacerlo?»

 —Por eso creo que este libro es tan bueno. Porque hay un punto en el que, siendo un cuento, también ayuda a los mayores. Qué importante es que los padres, los propios adultos, seamos conocedores de nuestras emociones y cómo podemos utilizarlas para ayudar a los niños. Pero uno de los puntos fundamentales de este cuento, es que la protagonista entra en ese bucle de pensamientos negativos que va generando esa voz interior de: no puedes, no vas a llegar, nadie te quiere, todo el mundo se va a ir. Muchas veces, esa voz interior también la tenemos los adultos y nos hace mucho daño.

 —¿Y cómo se puede salir de ese bucle de pensamientos negativos?

—Para eso hay que comprar el libro (ríe). Pero el punto fundamental es saber frenar el pensamiento y detectar algo positivo que esté pasando en ese momento. Porque en el momento que detecto algo positivo, mi cabeza no se va a lo siguiente. No salta en modo automático a «nadie me quiere», «no soy suficiente», «no valgo», etcétera.

—¿Detectas mucho en consulta que los niños tengan dificultades para expresar sus sentimientos?

—Irónicamente no veo niños menores de 10 años. Pero sí, veo mucho padre que viene a la consulta y me dice: «Isabel, no sé cómo gestionar a mi hijo. No sé cómo ayudarle a salir del bucle, a expresar emociones…». Ante la demanda de padres que lo pedían fue cuando me decidí a escribir un cuento. También tiene truco porque soy madre de tres hijas y a la mayor, ya empecé hablándole de Neurita. Ella apenas tenía dos años y es verdad que yo le explicaba que ella tenía una neurona detrás de su cabecita, detrás la frente, que vivía ahí y con la que ella podía hablar. Y que si ella hablaba con su Neurita, las dos podían aprender a gestionar esos momentos malos, de rabietas, de miedos, de tristezas…

Creo que a día de hoy, con las redes sociales y la velocidad a la que vamos, pasamos por alto las emociones de nuestros hijos. Vemos que no lloran, que tienen buenos amigos e interpretamos que todo va bien. Y a veces, no es así. Ojo, parémonos y preguntemos. Generemos juegos para poder ayudarles a expresarse.

—¿Puede ayudar que los padres compartan sus emociones propias con ellos? 

—Sin duda. Es bueno que los adultos manifiesten emociones, tanto físicamente como verbalmente. No pasa nada porque llegues a tu casa y le digas a tu hijo que estás triste o que has pasado un mal día. Cuanto más se habla de un tema, más se normaliza y más se ayuda al niño a comprender y entender qué es normal que le pase y que por lo tanto, puede salir de ese bache, momento de tristeza o de rabia. 

—¿Y a qué edad se puede empezar a hablar con ellos de emociones?

—Desde muy pequeños. El niño no te lo va a saber expresar, pero te diría que desde que el niño nace. ¿Momento buenísimo? A partir de los dos años. Empieza un poco a conocer y a no vivir tanto de necesidades básicas. Ahí ya le puedes decir: «Sé que te da rabia que no te haya dejado jugar», «sé que estás triste porque nos hayamos despedido de tus primos», «sé que tienes miedo porque el perro era muy grande». Este tipo de comentarios, va facilitando que el niño detecte sus propias emociones. Y luego, a partir de los cuatro o cinco años, tiene que ser fundamental. Tiene que ser la base del vocabulario del niño.

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.