Rafa Guerrero, psicólogo: «Los niños no son malos o desobedientes, si no te hacen caso, por algo será»

Laura Inés Miyara
Laura Miyara LA VOZ DE LA SALUD

LA TRIBU

Rafa Guerrero es psicoterapeuta y doctor en educación.

El reconocido experto en educación y crianza explica las claves para atravesar el período de los berrinches: «Desde que están en el vientre materno se puede acompañarlos emocionalmente»

18 may 2023 . Actualizado a las 13:51 h.

Entre los dos y tres años de edad, todas las personas atravesamos lo que se conoce como la etapa de las rabietas. También denominados los «terribles dos años», este período pone a prueba la paciencia y las herramientas de los padres, que se enfrentan a la ardua tarea de acompañar a los pequeños en el desarrollo de estrategias de gestión emocional apropiadas para su edad, estableciendo al mismo tiempo los límites necesarios. En otras palabras, el desafío para la familia en esta etapa es enorme, sobre todo si se trata del primer hijo. Por eso, en su nuevo libro, Menudas rabietas (editorial Cúpula, 2023), el psicoterapeuta y doctor en educación Rafa Guerrero propone herramientas para abordar estos berrinches, no solo en el momento en el que ocurren, sino incluso mucho antes, desde el nacimiento.

El experto explica que la clave se halla en establecer un apego seguro y respetuoso, un vínculo en el que los niños puedan refugiarse. Para ello, entender por qué reaccionan de la forma en la que lo hacen es fundamental: para los pequeños, el comportamiento no es más que el lenguaje que tienen para comunicarse. Así, asegura Guerrero, descifrar el mensaje que está transmitiendo el niño tiene que ser la prioridad del adulto si el objetivo es tranquilizarlo.

—¿Qué significado tiene una rabieta?

—Depende de cada caso, de cada situación y de cada niño. Lo que está claro es que, cada vez que los niños entran en rabieta, nos quieren comunicar algo. El problema es que el cerebro que tienen es tremendamente inmaduro. Debido a la inmadurez, sobre todo de la corteza frontal, que es la parte del cerebro que se encarga de las emociones y los impulsos, cada vez que ellos sienten una emoción como la rabia, la convierten en una conducta que se conoce como rabieta. Y eso es algo normal y evolutivo, a pesar de que al adulto le incomode. Siempre quiere decir algo. A lo mejor, significa que necesita atención, o sentirse protegido, o es una manera de manifestar que quiere que le concedamos un capricho. Y está en su derecho de pedirlo: una cosa es pedirlo y otra es que se pueda conceder. Pero siempre que alguien se enfada, es por algo, hablamos de niños y también de adultos. Y toda emoción nos aporta información relevante.

—¿Se pueden evitar las rabietas?

—La fase de las rabietas es evolutiva, normal y sana. No podemos pretender que no sucedan, es como pretender que tu hijo no pase por la adolescencia. Es una etapa inevitable. Pasa en todos los niños. No se puede eliminar. Pero sí que se pueden hacer cosas para amortiguar tanto su frecuencia como su duración e intensidad. Lo más potente es lo que podemos hacer antes: en los días y años previos a esta fase. Porque, desde que están en el vientre materno, se pueden hacer muchas cosas para acompañarlos emocionalmente, para que se sientan respetados, vistos. Y cuanto más consciente y respetuosa sea nuestra educación y nuestro comportamiento hacia ellos, la probabilidad de berrinches será inferior. ¿Cómo? Fomentando un apego seguro, tratando de desarrollar el autocontrol y  poniendo límites. No nos quedemos solamente en qué hacer ante una rabieta: el trabajo previo es fundamental.

—¿En qué consiste el apego seguro?

—El apego seguro implica darle al niño el mensaje, tanto consciente como inconsciente, de que está ante una persona en quien puede confiar, que es presente y sensible. No solamente le ofrecemos una imagen nuestra como cuidadores, sino también un lugar donde esto se desarrolla: la casa en la que vives, el barrio, las personas. Eso es el apego seguro: es saber que puedes confiar en las personas que tienes a tu lado y delegar en ellas lo que necesites.

—¿Qué errores se suelen cometer en esta construcción del apego?

—Un error es no permitir que nuestros hijos sientan emociones, cuando sentirlas es algo natural, normal y que pertenece al reino de los mamíferos. Y tratar de cortar o impedir que sintamos emociones es una aberración. El modelo educativo autoritario, que tiene que ver con el apego evitativo, lo que hace es no permitir al niño que exprese las emociones. Eso te lleva a no conectar con tus emociones, a no saber cómo te sientes y a ser un auténtico desconocido para ti mismo. Cuando hablamos de crianza respetuosa y consciente, sin lugar a dudas estamos hablando de permitir y validar las emociones.

El psicólogo Rafa Guerrero está especializado en crianza respetuosa.
El psicólogo Rafa Guerrero está especializado en crianza respetuosa.

—¿Cómo conseguimos ese equilibrio entre validar la emoción y resolver la rabieta en el momento?

—Tratando de entender que una cosa es lo que tu hijo siente y otra es lo que hace. Que tu hijo lleve a cabo alguna trastada no lo convierte en un trasto ni en un pillo ni en un niño malo. Simplemente, es un niño. Y hay que entender que, de vez en cuando, experimentan, hacen cosas que a los adultos no nos gustan o que no están bien. Pero la sociedad, generalmente, piensa que hay personas malas y niños malos. No estoy de acuerdo con eso. Son niños que tienen necesidades y nos están dando su mensaje de SOS. Entonces, es importante mantener la calma, en primer lugar. En segundo lugar, entender que lo que tu hijo siente es de lo que tienes que hacerte cargo. Ahora mismo, no vamos a hablar de conducta, de lo que ha hecho mal, del daño que ha hecho. Ahora, lo que toca es calmar, independientemente de que lo que haya hecho pueda estar mal. De eso hablaremos luego. Porque, si no te calmo, esto se va a perpetuar y no voy a poder explicarte qué es lo que has hecho mal. Y para eso, a veces hay que dar tiempo. Cuando un adulto está enfadado, a veces no tiene ganas de hablar con la persona con la que está enfadado, y se respeta esa decisión. Pero los niños no dicen: «Ahora no quiero hablar», porque a veces no saben transmitirnos lo que ellos necesitan. En plena rabieta, el adulto se tiene que poner lo suficientemente lejos como para respetar ese espacio que necesita el menor, pero lo suficientemente cerca como para que el niño se sienta acogido y no abandonado. No con lo que ha hecho, pero sí con él. Entonces, hay que respetar los tiempos y los espacios, y entender que, aunque nos gustaría tener un botón para hacer que la rabia se le fuera, esto no funciona así, ni en el niño ni en el adulto.

—¿Cómo funciona la biología que hay detrás de las conductas?

—Cuando un niño siente una emoción, como la rabia, la tristeza, el miedo o la envidia, se está encendiendo su cerebro verde, que es el emocional. Cuando un adulto siente una emoción, tiene la capacidad de encender, paralelamente, el cerebro amarillo, que es la corteza frontal, que se encarga de la gestión. Y hay una capacidad de autorregulación emocional. Entonces, el cerebro amarillo me permite identificar una emoción en mi cerebro verde, etiquetarla, validármela y sentirme adecuado a pesar de lo que sienta. Es decir que la corteza frontal se encarga de gestionar las amígdalas. La mayoría de los adultos tenemos estrategias de autorregulación emocional. ¿Qué ocurre con los niños? Que su cerebro está en desarrollo. Eso implica que su cerebro verde se va a encender igual que el mío, porque esto ya ocurre desde antes de nacer, pero la clave está en el cerebro amarillo. El gestor, el regulador, no está desarrollado a los tres, cinco o siete años. Necesita de cerebros amarillos externos que le ayuden a regular su emoción. Con lo cual, el adulto tiene que regular emocionalmente al niño. Ese es el motivo por el que los niños entran en rabieta. Nosotros también sentimos rabia, pero no armamos una pataleta en el trabajo porque tenemos corteza frontal. Ellos no la tienen suficientemente madura, no tienen experiencia ni estrategias como para controlar, inhibir, retrasar o regular lo que siente el cerebro verde.

—¿Qué consejo le darías a los padres que se enfrentan a esa etapa de los berrinches?

—Existe una confusión entre emoción y comportamiento. Los niños, desde que son muy chiquitos, tienen la capacidad de entender que una cosa es la relación que tienen con sus padres y otra es aquello que han hecho. Si se lo explicamos, se dan cuenta. Pero no quiere decir que haya que tolerar ciertas conductas. Hay que diferenciar entre la persona, es decir, nuestro hijo, y lo que ha hecho. Los niños no son malos, tontos o desobedientes. Si no te hacen caso, por algo será, entonces, vamos a tratar de descifrar ese jeroglífico en vez de ponerle una etiqueta.

—¿Cómo se pueden gestionar las conductas de agresividad?

—Hay que tratar de hacerle consciente de que ha hecho daño y que hay que reparar esa situación. No hay nada que sea gratis en esta vida. Entonces, yo puedo entender que tú estés enfadado y que por eso hayas empujado a tu hermana, pero esto hay que repararlo. Eso que has hecho no está bien. Esto no implica que tú seas defectuoso, porque no lo eres, a pesar de que empujes. Yo te quiero incondicionalmente, pero esto está mal. Comprender no significa justificar. Y yo, como adulto, tengo que apelar a tu empatía y ayudarte a ver que has hecho daño, que has hecho sentir mal a alguien, que lo que has hecho le ha molestado. Eso implica acompañar y, por supuesto, poner límites y poner consecuencias. No hay nada gratis. Con los niños podemos ser más flexibles que con los adultos, pero no vale dejarles que hagan lo que quieran porque «total son niños». Tienen que aprender que hay cosas que están mal, que hay cosas que a lo mejor a ellos les gustan, pero a los demás no. Tienes que apelar a la empatía, la comunicación es fundamental para este tipo de cosas: llegar a acuerdos, establecer límites.

—¿Qué tipos de rabietas pueden tener los niños?

—Existen dos tipos de rabietas que hay que poder diferenciar. Las rabietas del cerebro inferior son aquellas que se dan en niños más pequeños y hay que atenderlas siempre, porque ellos no tienen capacidad de manipulación. Las rabietas del cerebro superior ya son más conscientes, más elaboradas y se pretende la manipulación del adulto: voy a poner cara de triste porque sé que así mi padre me va a comprar lo que quiero. Una es inconsciente y otra es un intento de controlar la situación para obtener aquello que desean, no aquello que necesitan.

—¿Las rabietas manifiestan sus necesidades emocionales?

—Estas necesidades pertenecen al cerebro inferior. Por eso, toda activación del cerebro inferior tiene que ser atendida por un adulto y lo que tiene que ver con lujos, caprichos y cosas que les apetecen, podrán atenderse de vez en cuando, pero no siempre, porque tienen que ver con algo superior.

—¿Cómo sabemos en cada caso si es una necesidad o no?

—No siempre está claro. Muchas veces, lo deducimos por descarte. Si yo veo que lo que le pasa a mi hijo es que necesita regular una emoción, necesita mi presencia, necesita ser visto, o necesita que le explique lo que ha sucedido, esas son necesidades que uno tiene que atender. Pero si hablamos de cosas que nuestros hijos nos piden, hay que saber que los cromos no son una necesidad. Son un capricho. El móvil tampoco es una necesidad, es un capricho, un deseo, un lujo o una cosa que nos facilita la vida, que es divertido y útil, pero no hablamos de supervivencia cuando hablamos de móviles.

—¿Qué mitos sobre la crianza deberíamos derribar?

—Uno de los mitos más potentes es la idea extendida de que cuando tu hijo está en plena rabieta, o cuando se está comportando mal, lo que tienes que hacer es extinguir. La extinción de conducta es una técnica de modificación de conducta que nos han enseñado a los psicólogos en la facultad. Hoy se nos sigue enseñando, porque no diferenciamos entre emoción y conducta. Como son niños, los tratamos francamente mal porque pensamos que no se enteran de nada y que nos tienen que obedecer. La extinción de conducta va en contra de lo que yo propongo en el libro. Se dice que si tú no le haces caso a tu hijo cuando se está portando mal, no lo va a volver a hacer. Y yo digo: «Sí, seguramente esto que está haciendo ahora no lo va a volver a hacer. Pero va a hacer algo mucho peor». A medida que va pasando el tiempo, la cosa se va poniendo más fea, porque tu hijo te está pidiendo atención por algo y tú no le estás haciendo caso. Esta extinción es una técnica poco respetuosa y no es aplicable a un ser humano. Si se está comportando de esa manera es porque algo te quiere decir, lo que pasa es que no sabe decírtelo, no sabe conectar con lo que necesita. Un niño pequeño no te dirá: «Mamá, es que me porto así de mal porque necesito ser visto por ti». Como mucho, te dirá que te echa de menos, que estás trabajando mucho. Entonces, hay que dejar a un lado lo que han hecho con nosotros cuando éramos pequeños y sustituir estas técnicas poco respetuosas por otras más costosas, sin lugar a dudas, pero más respetuosas y efectivas.

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.