¿Es mejor ser el hermano menor, el mayor o del medio?: «Las hijas mayores tienden a ser líderes, pero sacrificando mucho el placer»
LA TRIBU
Muchos primogénitos han sido criados para ser un ejemplo a seguir por sus hermanos y pueden desarrollar dificultades a la hora de relacionarse y poner límites en la vida adulta, llegando a responsabilizarse por la felicidad de los demás y volviéndose complacientes en exceso
21 oct 2024 . Actualizado a las 11:58 h.Independientes, perfeccionistas, ambiciosas, detallistas. Así se describen quienes se identifican con el «síndrome de la hermana mayor», una serie de conductas y rasgos de la personalidad que caracterizan a muchas personas, especialmente, mujeres, que ocupan ese rol en sus familias de origen.
Pero aunque estas cualidades no son, a priori, algo negativo, representan solo una cara de lo que implica haber sido criada como la primogénita. Del otro lado está, en un gran número de casos, el sufrimiento. La asertividad y la capacidad organizativa de estos individuos muchas veces se logra a un costo elevado para su salud mental y los progenitores pueden, conscientemente o no, establecer roles y patrones para estas hijas en la infancia que, incluso en la edad adulta, pueden ser difíciles de romper.
«Todo lo que nos ocurra en la infancia va a impactar en la etapa adulta, incluso el haber nacido antes o después. Pero lo determinante no es la posición que ocupas en sí, si eres el mayor, el menor o el del medio, sino cómo tus padres gestionan eso. Porque normalmente se coloca mucho peso en el mayor: el peso de ser un ejemplo, el peso del cuidado hacia los otros, el peso de que se te ponen muchos límites, mientras ves que luego a los hermanos siguientes no se les ponen tantos límites. Eso tiene consecuencias especialmente en la etapa adulta, porque tendemos a repetir patrones», observa en este sentido el psicólogo Ángel Rull.
Con todo, esta estructura se ha ido transformando a medida que los modelos de familia se modificaron en los últimos años. «Tal vez hace 20 o 30 años había perfiles más parecidos en hijos mayores o hijos menores, porque la vida de los padres era más homogénea, pero ahora mismo los modelos de crianza son muy diversos. Hay una influencia de diferentes variables, no solo el haber nacido antes o después, sino la cantidad de años que te llevas con tus hermanos, o cómo están tus padres en ese momento vital», explica Rull.
Parentificación
Como explica a La Voz de la Salud Kati Morton, psicóloga clínica y terapeuta familiar estadounidense especializada en este fenómeno, el síndrome de la hermana mayor «es un término acuñado para describir las presiones y las responsabilidades específicas que pesan sobre la hija mayor en una familia. Se trata de presiones como la tendencia de la hija mayor a asumir el cuidado de los demás y actuar como un tercer padre. Tiene un papel de liderazgo en la familia y, a menudo, se siente responsable del bienestar de los demás», asumiendo así un rol que corresponde a los padres. Esto se conoce como parentificación.
A nivel emocional, Morton observa que el peso de mediar en los conflictos entre los miembros de la familia recae con frecuencia en la hija mayor, lo que se atribuye al rol culturalmente asignado a las mujeres de ser un sostén emocional para los demás. «Se espera que ella brinde apoyo y ayude a resolver situaciones difíciles. O bien, puede ocurrir que los padres acudan a esta hija y compartan con ella sus propias emociones, tratándola más como una amiga que como una hija, de modo tal que el bienestar emocional de la familia se sostiene gracias a esta persona y ella acaba sintiendo que es responsable de garantizar la felicidad de los demás», señala la psicóloga.
Esto, que es también parte de la parentificación, ocurre porque los límites entre padres e hijos se ven desdibujados en la dinámica de esas familias, y los hijos pasan a ser tratados como pares de los progenitores. «Por eso, un signo de este síndrome es el sentimiento de responsabilidad no ajustado a la edad. Por ejemplo, puede que nos sintamos responsables de que nuestros hermanos hagan los deberes. Y, a medida que nos hacemos mayores, este sentido de responsabilidad no se disipa y nos hacemos cargo de nuestros amigos y de nuestras parejas de la misma manera», sostiene Morton.
«Me gustaría ver estadísticas sobre si hay más mujeres u hombres con estas características, porque mi hipótesis es que esto afecta en mayor medida a las mujeres. Las dinámicas de género hacen que nosotras seamos más parentificadas, porque hay una expectativa a nivel cultural de que asumamos la carga del cuidado en la familia. Al mismo tiempo es posible que repliquemos el rol que nuestra propia madre ha ejercido en la familia y, si ella siempre se ha hecho cargo de todo sin delegar, puede que hagamos lo mismo», dice la psicóloga.
Repercusiones en la edad adulta
Entre las personas que han tenido una crianza con exigencias excesivas y con una sobrecarga de responsabilidades, es frecuente observar una serie de rasgos de la personalidad que reflejan estas circunstancias incluso décadas más tarde. «Se pueden ver dos perfiles mayoritariamente. Por un lado, un perfil híper responsable, perfeccionista, autoexigente, que quiere siempre destacar y que incluso llega a veces a asumir el rol de padre o madre en sus relaciones de amistad o amorosas», describe Rull.
«Por otro lado, podemos ver un perfil totalmente opuesto, que es el no responsabilizarse de nada, el haber sentido desde el principio el peso de los padres y haberse rebelado contra ello. Y en esos casos, muchas veces son los hermanos menores los que asumen ese cuidado hacia el mayor», señala el experto.
«A causa de todo esto, es posible que haya dificultades en las relaciones en la vida adulta de estas personas. Puede que te conviertas en la madre de tu grupo de amigas, planificando las actividades, asegurándote de que todo vaya bien y de que lleguen sanas y salvas a casa. Si vas a una fiesta, puede que estés más preocupada por cómo lo están pasando los demás que por disfrutar tú. Puede que seamos la persona a la que nuestros amigos acuden cuando tienen problemas, pero en muchos casos esto no es recíproco y nos sentimos desconectadas y solas aunque tengamos muchas amistades. Puede que tengamos problemas a la hora de expresar nuestras necesidades y deseos, lo que lleva a problemas en la relación», describe Morton.
Perfeccionismo y complacencia
Criados por padres primerizos que, a su vez, sienten la presión de no equivocarse, los hijos mayores a menudo se ven sujetos a unos estándares más elevados que sus hermanos, lo que les lleva a sentir que tienen que poder con todo y que tienen que ser excelentes a nivel académico. «Lo que pasa es que muchas veces la experiencia lo que les hace relajarse más. Al primero que ha nacido le han exigido más, han buscado que sea perfecto, y con el segundo ya se relajan, porque se dan cuenta de que es inevitable cometer fallos como padres», señala Rull.
El problema es que cuando no se llega a la altura de este estándar, los padres pueden intentar motivar a esta hija o hijo diciéndole que tiene que ser un ejemplo para los hermanos menores, lo que se vive como una presión intensa de ser un modelo a seguir. Por eso, quienes se identifican con este «síndrome» suelen ser personas orientadas al éxito profesional, ambiciosas y resilientes ante la frustración.
Sin embargo, esta puede ser un arma de doble filo. «Si nuestros padres no nos han dado el cuidado que necesitábamos cuando estábamos creciendo y, en cambio, nos exigieron mucho, puede que lleguemos a sentir que la única manera de obtener ese amor y ese cuidado es ganárnoslo con nuestro esfuerzo y nuestros logros. Por eso, a muchos hijos mayores les cuesta aceptar elogios», observa Morton.
En las personas autoexigentes, a su vez, puede haber diferentes perfiles. «Un perfil es el de la persona que tiende a responsabilizarse de todo, que siente que si no lo hace el mundo se va a desmoronar. Tienden a ser líderes, pero sacrificando mucho el placer. Otro rol es el de sentir que no soy suficiente y por lo tanto tengo que ser perfecto para que al final los demás me valoren, me observen o me quiera. Y luego hay un rol que es el de cuidado», explica Rull.
Lo que subyace a todos estos rasgos de la personalidad es una ansiedad que lleva a la persona a buscar agradar a los demás, incluso a costa de su propio bienestar. Esta es la otra cara del perfeccionismo. «Suelen ser personas complacientes que ponen a los demás antes que a ellas mismas. Se esfuerzan por complacer a los demás porque solo así logran sentirse bien ellas, porque no les gusta el conflicto. La dificultad para poner y sostener los límites suele caracterizar a estas personas. Esto está totalmente relacionado con la complacencia y viene del hecho de que cuando estábamos creciendo, no se nos pusieron límites a nosotros, o bien, no se los respetó», explica Morton.
Cómo romper este ciclo
Lo primero es identificar estas conductas y estos patrones en nuestra vida. Este reconocimiento parte de un proceso de exploración y observación de uno mismo. «Sobre todo, hay que identificar por qué haces las cosas que haces. Cuando yo me doy cuenta de dónde viene, puedo ver mi cárcel y puedo intentar liberarme de ella», sugiere Rull.
La comunicación abierta y el establecimiento de límites saludables son también aspectos fundamentales. «Los hijos mayores deben sentirse capacitados para expresar cuándo necesitan ayuda o se sienten sobrecargados, y los padres pueden ayudar redistribuyendo las responsabilidades de manera justa», recomienda Morton.
Para los hijos, «aprender a delegar, practicar el autocuidado y buscar apoyo cuando sea necesario son pasos cruciales que hay que dar en la vida adulta. También es importante hacer un trabajo interno para dejar de lado la idea de que hay que ser perfecto y aceptar que está bien pedir ayuda o tomarse descansos cuando se está abrumado», señala la psicóloga.
Desde el punto de vista de los padres, lo importante es priorizar que la crianza sea justa con todos los hijos. «Si al hijo menor le estás exigiendo ciertas cosas, tienen que ser las mismas que le exijas al resto. Al hijo mayor no le puedes exigir más simplemente porque sea el mayor. No le puedes pedir que sea un ejemplo, porque eso no es justo. Todos tenemos derecho a equivocarnos. Y por otro lado, es fundamental que no proyectemos nuestra figura de padre y madre sobre el hermano mayor. Hay ciertas responsabilidades que no son de los hijos, son nuestras», indica Rull.
Asimismo, Morton afirma que ofrecerles apoyo emocional y reconocer los logros de todos los hijos por igual es importante para que todos los miembros de la familia sientan que forman parte de un equipo, evitando generar un clima de competencia y de jerarquía entre los hermanos.