Todo divorcio es triste, pero el de los Duques de Lugo, más. Napoleón dijo que el amor es una tontería hecha por dos, así que no vale averiguar de quién es la culpa.
Lo que yo digo es que toda separación es un contratiempo. A Lugo le iba bien un duque porque un título nobiliario, aunque no seas monárquico, enaltece. Da la sensación de que nos hemos quedado huérfanos. O abandonados.
A Don Jaime de Marichalar le han borrado de la web, quitado su estatua del Museo de Cera y retirado el título. A mi esto último no me parece un error, me parece un ensañamiento. Cuantas veces saludé a Don Jaime siempre me pareció discreto y elegante. Incluso nos ofreció, a mi hermano y a mi, visitar Mosteiro con la Duquesa, lo cual dice mucho de su sencillez y talante. Lo máximo que conseguí llevar a Mosteiro fue algún que otro ministro o subsecretario, con promesa de empanada y en fiesta de guardar.
«Nada es más fácil que censurar a los muertos», dijo Julio César. Don Jaime no ha muerto pero lo parece. Ahora que no es duque salen enanos a criticar sus defectos e inventar adicciones. Los tiene, claro, como todos, porque de lo contrario no sería humano y menos noble, que lo es de estirpe vieja y castellana.
Antes de esto, muchos ya le retiraban el título, quitaban el don y le llamaban Marichalar. Somos canallas hasta en el protocolo que es el más canalla de los usos sociales.
Tengo yo que hablar con el alcalde López Orozco para saber qué se hará con el título y con la Avenida dedicada a los Duques. En Navidad pediremos otro duque a los Reyes. Y a la Duquesa, claro.
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