Qué barriobajera es la política, y qué mediocres e indignos son sus actores. El papelón que le ha tocado interpretar al alcaldable por Lugo, señor Castiñeira, en la trama de los servicios del HULA, es tan surrealista como tragicómico. Subida al carro del oportunismo, su jefa regional de sanidad, la señora Rocío Mosquera, no tiene mejor ocurrencia que visitar el HULA y en el corazón del problema dinamitar las pocas esperanzas de los lucenses pontificando que no habrá servicio de veinticuatro horas de hemodinámica, y que los lucenses que tengan que infartar que hagan el favor de no hacerlo fuera del horario comercial de 8 a 3 de la tarde. De lo contrario, solo ellos tendrán la culpa y suya será su responsabilidad.
Claro, al ínclito Castiñeira el torpedo de su jefa en la propia línea de flotación de sus aspiraciones alcaldables le ha sentado como un tiro. Y eso que don Jaime ya había abrazado la farola del dictamen del Parlamento Gallego sobre la ampliación del plazo primitivo, que sería «inmediato», según su propio jefe el día de la inauguración del HULA. Pero, bueno, un olvido lo tiene cualquiera, aunque el señor Núñez Feijoo tenga otros compromisos más importantes como los trescientos mil euros para un nuevo hey de la familia Iglesias. Qué más da una promesa más incumplida, aunque sea a costa de pisotear, vilipendiar y humillar a más de cuarenta mil lucenses que firmaron la reclamación. Seguro que al final, volveremos a sacar mayoría absoluta, pensarán no sin razones históricas de sumisión borreguil a los amados caciques seculares.
Si Concello y Diputación de Lugo debaten declarar persona non grata a la conselleira de sanidad, también deberían incluir a todos los representantes lucenses del propio partido gobernante en la lista. ¿O no son cómplices serviles de sus mandos? Porque no defienden a los que los eligieron, sino que se limitan a cumplir las órdenes de arriba. Y así no funciona una democracia. Por eso, el señor Castiñeira no deja de ser un traidor a sus conciudadanos, sirviendo solo a los intereses de su partido. Y de nada le vale su funambulismo, porque ya hace tiempo que se cayó del alambre.