Hoy no se tercia escribir acerca de un artista sino, todo apunta a ello, de varios, y no se trata de una muestra colectiva, no, pero sí de una restauración sin par, prodigio de cantería y mampostería, deleite inefable para los sentidos en un entorno privilegiado.
La exposición permanece abierta al público en Ponte Vella sin que hasta la fecha se hayan limitado las visitas.
Es digna de ser vista, sobre todo en horario nocturno, y a fe mía que los profesionales especialistas en piedra se quedan atónitos en el acto.
No tiene punto de comparación con Aquellos Nevaditos de Doña Blanca (atención, giros de humor solo aptos para escaleras de caracol y proximidades) ni con nada conocido en general.? Y se encuentra vigilada la octava maravilla por un «superhéroe» a la altura, un romano de «plata» aterrizado este mismo año para mayor gloria lucensis.
¡Ese puente! ¡Qué arcos de ojiva serrada! ¡Qué piedra multicolor danzarina! ¡Qué insobornable respeto por los originales prometidos en inocentes nupcias con Patrimonio Histórico! ¡Qué «reposaderos» para desvanecimientos y doncellas despechadas!... ¡Qué admirable equilibrio desprende la pieza arquitectónica al completo!
Me estoy quedando sin elogios, que no sin pasmos. Es difícil concebir tanto estímulo a la vez, ¡ni el mejor Cirque du Soleil lo habría logrado, pardiez! Y todos callados. ¡Qué mensura! ¡Qué nivel! ¡Qué trazado, San Piedrolín!
(Ahora ya en serio; menudo desastre, ¿no?).