Durante la Guerra Civil se mantuvieron los festejos, pero con un perfil bajo
17 sep 2020 . Actualizado a las 04:18 h.«Con motivo de las circunstancias especiales por que atraviesa la Nación, que no son propias para festejos, poco hay que describir acerca del día de San Froilán de este año». Con esas palabras, el 7 de octubre de 1936, recogía La Voz de Galicia (en la imagen de abajo, la página de aquel día) cómo habían transcurrido los festejos en honor al patrón de la ciudad. Aquel año fatídico, con España sumida en la Guerra Civil, las fiestas habían rebajado su perfil: La feria de ganado estuvo poco concurrida; se disputó un encuentro de fútbol entre el equipo local y la selección de Santiago que acabó 3-1; y los pequeños automóviles eléctricos de las atracciones acabaron cobrándose toda la atención hasta que la lluvia, que se inmiscuyó a partir de las cuatro de la tarde, amargó la tímida celebración, recoge la crónica.
La guerra no pudo en su momento con el San Froilán, pero quizás el coronavirus sí lo haga este año. La pandemia sigue azotando con saña Lugo, y aunque la situación se está estabilizando, el gobierno local no decidirá hasta la próxima semana si programa pequeños actos con los que mantener vivo el espíritu, o si directamente lo anula todo. De ser así, no sería la primera vez que esto sucede en la larga tradición de la fiesta más concurrida del otoño gallego.
El viaje en el tiempo hasta los orígenes del San Froilán se remonta al siglo XV, cuando empezó el culto al santo con la construcción de una capilla en su honor en la catedral. Pasarían un buen puñado de años hasta que en 1610, auspiciada por el obispo Alonso López, se fundó la cofradía y se trajeron a la ciudad las reliquias del santo para darle más impulso al culto, comenzando ya por aquel entonces a ir de la mano las celebraciones religiosas y las profanas.
Tanto era así, que en el siglo XVII eran dos mayordomos los encargados de honrar la figura del santo en el mes de octubre. Pero no dos cualquiera, uno era el canónigo de la catedral y otro un regidor, que era una figura similar a un concejal en la actualidad, solo que en su caso era un oficio perpetuo. Sobre ellos recaía la organización, pero también abonar los festejos. El problema fue que llegó un punto en el que la ansia por mejorar las celebraciones era tal, que tocó ponerles coto. Algunos regidores se negaron a invertir en los festejos, visto el dispendio, y un obispo decidió mantener la parte religiosa, prohibiendo la profana.
Pero para entender el San Froilán como es en la actualidad, hay que avanzar hasta finales del siglo XIX. «Todo xorde tras a chegada do ferrocarril no 1875. Naquel momento as feiras estaban en decadencia e pensouse que para animar á xente se podían impulsar as festas. A partir de aí pode dicirse que comeza o San Froilán contemporáneo e con continuidade, aínda que houbo interrupcións. Realmente, a orixe das festas actuais está na feira de gando, nas que se comía polbo», describe el historiador Adolfo de Abel Vilela.
La guerra de Cuba
El impulso que la fiesta lucense fue cogiendo a partir de la llegada del ferrocarril vivió un parón poco antes de que el siglo tocara a su fin. En 1898, cuando la pérdida de las últimas colonias en Cuba, el ambiente en la ciudad amurallada no estaba para muchos festejos. Los motivos eran dos. Por un lado, entre la población había cundido el desánimo por lo sucedido al otro lado del Atlántico, y por el otro estaba cierta solidaridad y respeto hacia los soldados que habían combatido y que estaban siendo repatriados. De Lugo era parte del regimiento de Luzón.
«Comezaron a repatriar soldados, que chegaban á cidade nun estado deplorable. O bispo López Murúa converteu daquelas o que hoxe é o colexio da Praza de Ferrol, que entón era unha escola de párvulos, nun sanatorio para eles. Os soldados chegaban á estación e eran trasladados alí. Había quen non sobrevivía». Por respeto, ese año el San Froilán no se festejó apenas.
Desde entonces, con más o menos boato, prácticamente todos los años la fiesta ha estado en la catedral y en la calle, si bien durante la posguerra eran apenas las «festas da fame e da pobreza». Los recursos eran muy justos y el ánimo no se había recuperado, a pesar de que Lugo fue una zona en la que no se vivió el conflicto con dureza.
Ahora, ocho décadas después, la celebración en la calle del San Froilán vuelve a estar en entredicho. Solo que esta vez la batalla se libra a nivel microscópico.
El PP pide que, de suspenderse la fiesta, el dinero se destine a ayudas
La próxima semana el gobierno lucense decidirá si mantiene la humilde programación que ha diseñado para el San Froilán a causa de la pandemia, o si anula todo el programa. De optarse por esta segunda opción, el Partido Popular ha propuesto que la partida económica prevista para las patronales se destine a ayudar a los lucenses más afectados. Piensan en un programa de ayuda a autónomos y empresarios para paliar los efectos de la bajada de ingresos. Sugieren, así mismo, que a esa partida se sumen los fondos municipales que no se gastaron en fiestas parroquiales y lo que se ahorró del Arde Lucus. También apuestan por que un millón de los ahorros municipales vaya para ahí.