Reconozco que ese fantástico grafiti de 20 metros del 133 de la Ronda de la Muralla me impresiona. Qué porte, qué tronío, qué soberbia, qué imperial representación mural. Ese imponente Julio César con careto trascendente es tan real, que al mirarlo se me antoja que su alea jacta est bien pudiera haberlo pronunciado frente al Miño y no al pasar el Rubicón. Madia leva, oh. Está espectacular. Sí, señor. Diego As se llama el tío. El grafitero. Tal como pinta este chaval no es de extrañar el apellido. O lo que sea. Soberbio.
Y hablando del rey de Roma… Eso de sancionar solares donde crece en plan «greñoso» la maleza está muy bien, pero, ¿y de esos muros cochambrosos, alcaldesa, esas paredes de edificios que parecen restos de un antiguo bombardeo… qué me dice a este respecto? ¿Eh? Hay unos cuantos, ¿vale? Y son como las caries. Y lo sabe. Se me ocurre la festiva idea de encargarle a ese muchacho decorarlos con sus artísticas imágenes. Propongo escenas propias como combates entre gladiadores, interiores de unas termas, cuadrigas en plena carrera o cualquier otra secuencia propia de la época con el realce y la grandiosidad que nuestro artista del mural con tanto atino sabe darles. Recree su imaginación. Imagine usted, señora Lara, un buen documental promocional del Arde Lucus con todos esos grafitis pasando ante la cámara mientras legiones de romanos desfilan por las calles. Brutal, ¿no le parece? Llenaría usted la plaza. Dejaría a los turistas con la boca abierta y a los ausentes con las ganas.
Desde mi ventana aquí en el alto veo un gran cartelón estilo Hollywood en las faldas del Picato: «Lucus Augusti». No sé si queda claro.