Recuerdo que cuando un personaje de los cómics de mi tiempo se enfadaba, en el globo de texto de la viñeta el dibujante lo expresaba con un más que elocuente “Grrr…”; y yo sabía que aquel gruñido era un enfado, pues lo relacionaba con los rasgos de la cara que el dibujante le trazaba.
Recuerdo que en mis tiempos a los cómics los llamábamos tebeos, aunque había también quien los llamaba cuentos (yo, por ejemplo), y también recuerdo aquellos puestos miserables (prolegómenos de los kioscos) que apilaban cual dosieres de juzgado montañitas de tebeos usados. Recuerdo dos de estos locales instalados en casuchas de mi barrio donde se cambiaban novelas de bolsillo para los mayores, y para nosotros cuentos, al módico precio de unos cuantos céntimos. Recuerdo la hora y media interminable en coche de línea hacia la aldea que se me pasaba en un momento con mi cuento en las rodillas.
Recuerdo el Tiovivo, el TBO y el Pulgarcito; y el Capitán Trueno y el Jabato. Recuerdo Lucky Luke y Hazañas Bélicas. Recuerdo Astérix y Obélix y Tintín y Roberto Alcázar y Pedrín… y en todos ellos siempre había un gruñidor en la viñeta con su “Grrr…” por medio. Benditos comics, tebeos, cuentos… fantasiosas realidades de otros tiempos. Benditas historietas, fantasías maravillosas que caen del cielo. Benditos nuestros ojos, nuestro cerebro, que sabían leerlas. Bendita infancia aquella donde quedó nuestra ternura, nuestra inocencia.
¿Qué nos ha pasado? ¿Por qué ya no sabemos? ¿Qué nos hace el tiempo? ¿Por qué nos ciega el alma?... En mi ventana aquí en el alto ojeo un cuento y no me dice nada… nada… Grrr...